Ejemplo casi modélico de que no hace falta ni complicarse la vida demasiado con retruécanos narrativos que traicionen el original en varios frentes (sí, 'La torre oscura', te miro a ti), ni invertir millones en promoción y efectos especiales para justificar un "Stephen King's...", 'El juego de Gerald' se revela desafiante y perfecta. Respeta el original de King, potencia sus virtudes, esquiva sus problemas y entiende qué debe traicionar y qué no.
Es decir. 'El juego de Gerald' es una adaptación perfecta. Aprovecha la nada desdeñable circunstancia de que Netflix se puede permitir producir una película así, desarrollada en un noventa por ciento dentro de una habitación con dos personajes para no hacer apenas concesiones, y así poder exprimir las posibilidades de un original complicadillo: es íntegramente el monólogo interior de una mujer inmovilizada en una cama.
Aquí esa mujer es Jessie (Carla Gugino), que en un intento desesperado por dar algo de sustancia a su aburrido matrimonio, acepta ser esposada a una cama en una casa aislada en las afueras, como parte de un jueguecillo erótico propuesto por su marido Gerald (Bruce Greenwood). Pero Gerald muere inesperadamente de un infarto, y Jessie tendrá que enfrentarse no solo a la soledad, sino a sus propios fantasmas y temores.
Decíamos que esta película sabe cuándo traicionar y cuándo no el original. Lo logra gracias a una serie de movimientos muy sabios por parte de Mike Flanagan, que está desarrollando una interesantísima carrera dentro del terror, dirigiendo películas simpatiquísimas llenas de atmósfera e ideas visuales (de 'Oculus' a 'Somnia' o la estupenda secuela de 'Ouija') o la muy estimable 'Hush' también para Netflix, y que tiene más de un punto en común con 'El juego de Gerald'.
Así, con la ayuda de su coguionista habitual Jeff Howard, Flanagan plantea una situación de terror extrema con un escenario único y hace que no se perciba como teatral gracias a unas apariciones que hablan con Jessie y que son el propio Gerald resucitado (como un cúmulo de todos sus miedos e inseguridades) y ella misma en una versión fuerte y decidida. Es el principal distanciamiento de la novela de King. Allí, estas voces eran múltiples: una versión puritana de sí misma, su psicóloga o una amiga de la juventud, encarnando distintos aspectos de su personalidad.
Con la decisión de simplificar estas manifestaciones de la psique de Jessie, Howard y Flanagan mantienen la tensión al máximo, y la salpimentan con una serie de dolorosos flashbacks, de terrible contenido, que gracias a la continuidad estética se sienten naturales y necesarios y aportan un trasfondo dramático al personaje sin necesidad de melodrama llorón. Menos suerte tienen en el tramo final, donde durante casi diez largos minutos prevalece una voz en off obligatoria pero artificial, imprescindible para respetar el tramo argumental final del libro, donde las elipsis continuas hacen muy complicada su traducción a imágenes.
Interpretaciones al límite
Se necesita, para poner en pie una historia de estas características, a intérpretes capaces de dotar de humanidad y complejidad a los personajes. Gugino y Greenwood son perfectos. El segundo está sumamente divertido, como diablillo patético cuando está vivo y como espíritu reprochón cuando está muerto, como corresponde a una aparición que representa, en cierto sentido, a todas las presencias masculinas que han ido socavando la vida y la personalidad de Jessie, un personaje femenino con muchos y muy tristes matices.
Gugino, por su parte, demuestra hasta qué punto es una actriz a menudo infrautilizada con una de las interpretaciones más potentes y complejas de su carrera. Combinando fragilidad y fuerza, capaz de desvelar personalidades múltiples con un mero cambio de expresión, jugando con la voz y maniatada casi todo el metraje, su demoledora interpretación, perfectamente creíble como mujer vulnerable y de turbio pasado, sostiene la película por sí sola.
Más elegante de lo que parece a primera vista (el empleo, o más bien el no-empleo de música en las secuencias terroríficas para darles un toque realista, es sumamente inteligente), 'El juego de Gerald' se divierte esquivando el tremendismo psicológico de la novela de King, a veces algo excesivo -'Misery', por ejemplo, es muy superior con una premisa similar-. Y lo sustituye por pistas falsas que hacen creer al espectador que está ante una home invasion, una película de terror sobrenatural o un torture porn. En realidad tiene un poco de todo ello.
'El juego de Gerald' es capaz de agradar al fan recalcitrante de King (hay guiños a 'Cujo', a 'La torre oscura' o a 'Dolores Clairborne') y, a la vez, de proponer una película que se sostiene perfectamente como medidísimo artefacto de suspense y horror (tiene una de las escenas de gore puro más repulsivas que se han visto en la pantalla, y todo gracias a cómo dosifica la tensión que lleva hasta allí). Un equilibrio muy complicado que es, precisamente, lo que la hace tan libre.
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