Hasta ahora el egocéntrico y genial Lars von Trier era conocido por sus películas enormemente dramáticas y trascendentales. Dejando a un lado el aburrimiento soberano que supone 'Europa', con la que se dió a conocer en medio mundo, tenemos tres piezas fundamentales en el cine de los últimos 10 años: 'Rompiendo las Olas', con claras referencias al cine de Dreyer; 'Bailar en la Oscuridad', con claras referencias al cine clásico americano, sobre todo 'Quiero Vivir' y el musical en general; y como no, 'Dogville', uno de los experimentos más originales que se han hecho jamás en el séptimo arte, trascendiendo incluso las fronteras del propio cine. En todas ellas se palpa la personalidad fuerte de su director, alguien que casi siempre narra sus historias como si se creyese Dios, con una evidente grandilocuencia, y también con mucha chulería. Ahora, se ha tomado una especie de respiro y nos ha ofrecido una película menor, por llamarla de alguna forma, en la que se olvida, y de paso se lo hace olvidar al espectador, los enormes dramas a los que nos tenía acostumbrados. Tal vez haya pensado que ya bastaba de sufrir, y que reirse durante un rato no le venía mal a nadie. 'El Jefe de Todo Esto' empieza con la contratación de un actor para que simule ser el jefe de una empresa que se dedica a la informática, y tome parte activa en la venta de la misma a un importante empresario. Sólo será un momento, pero las cosas se complican un poco, y el actor tendrá que fingir durante más tiempo el ser el jefe, llegando a conocer a sus empleados, viendo el lado humano del asunto, pero también siendo testigo de las enormes injusticias que el verdadero mandamás (la persona que le contrató) comete. Esto le llevará a una duda moral de la que le será difícil salir.
El punto de arranque es realmente ingenioso, y logra captar la atención del espectador, ya que éste se identifica enseguida con muchos de los personajes que van desfilando por la película desde el comienzo, unos personajes que nos resultan muy cercanos, con unos "problemas empresariales" que también nos resultan muy cercanos, porque ¿qué persona que trabaje para una empresa más o menos importante, no ha pasado alguna vez por lo que aquí se narra? Y evidentemente no me refiero a todo el asunto del actor contratado, si no a la fuerte crítica que von Trier hace de las relaciones profesionales entre jefes y empleados, con todas las argucias legales que se cometen para joder literalmente al empleado, se le tenga o no aprecio, valga o no valga como profesional. Von Trier alude además al aspecto humano de estas relaciones, queriéndonos decir que en cualquier puesto de trabajo las cosas irían mejor si viéramos más allá de lo profesional, y fuéramos capaces de valorar al que está a nuestro lado, y en el caso de un jefe al que está por debajo de él, como algo más que un instrumento de trabajo. De la misma forma que un buen ambiente deriva en buenos resultados empresariales, vamos, que si hay buen rollito, todo marchará sobre ruedas. Algo con lo que un servidor siempre ha comulgado, pero pregúntale tú al jefe de una empresa grande, a ver qué opina, a ver si es capaz si quiera de decir los nombres de los que realmente le levantan la empresa.
Pero von Trier va más allá de todo esto, y en su tramo final, con una enorme carga de ironía, le da la vuelta a la tortilla de forma ejemplar, con lo que puede considerarse una resolución inesperada, y al mismo tiempo lógica y coherente con todo lo que se está narrando. Hasta entonces, el director danés nos sirve una comedia de situación, con esquema totalmente clásico, y llena de personajes carismáticos, cada uno con sus rarezas, gracias a las cuales quedan perfectamente dibujados, no necesitamos más datos. Esto, argumentalmente hablando, claro, porque en lo que se refiere a la forma, von Trier vuelve a hacer gala de su particular manera de rodar, desencuadrando algunos planos, fijanado la cámara en un punto que suele quedar lejos de un personaje, o un montaje sin continuidad aparente. Esto puede resultar cargante en algunos instantes, pero en otros hace avanzar una historia llena de diálogos interminables, y logra animar la función, por así decirlo. Por no hablar de su inicio y final, en los que el director habla literalmente al espectador, en una demostración más de lo enormemente egocéntrico que es von Trier.
Los actores están todos más o menos bien, aunque personalmente resaltaría al principal, Jens Albinus, quien logran transmitir en todo momento las dudas de su personaje y caerle bien al espectador, además de representar a la perfección lo excéntrico que puede llegar a ser un actor. También destaco la curiosa belleza de Iben Hjejle, cuyo personaje quizá toma alguna decisión un tanto incoherente. A esta actriz muchos podréis recordarla por haber interpretado a la novie de John Cusak en la estupenda 'Alta Fidelidad'.
En definitiva, una buena película, a ratos muy amena y divertida. No está a la altura de los mejores títulos de su autor, pero desde luego es de lo mejor en la actual cartelera, llena de plagas bíblicas y pastores sin rebaño.
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