Convertido en uno de los cineastas más famosos del mundo, gracias a su archipremiada, supertaquillera, vistosa adaptación de la literatura de Tolkien, parece que nadie puede discutirle nada a Peter Jackson, que es más que un director: es una estrella. Realizador extraño y desconcertante, que comenzó haciendo en un cine absolutamente underground (‘Bad Taste’, ‘Meet The Feebles’), pasó a un cine de autor descerebrado o barroco (‘Braindead’, ‘Criaturas celestiales’), hizo una parada por un cine comercial pero humilde (‘The Frighteners’) y se instaló en un cine de gran promoción y gran presupuesto (‘El señor de los anillos’, ‘King Kong’), para estrenar recientemente un melodrama que intenta aprender de todo lo experimentado hasta ahora (‘The Lovely Bones’).
Es decir, ha coqueteado en todos los géneros, soportes, técnicas, estilos. No importa, millones le siguen venerando. Pero hasta ahora, el aspecto que ofrece su filmografía es el del oportunismo, la impersonalidad, la ambición sin límites, la gamberrada lúdica (y muy meritoria, se echan en falta más así), la montaña rusa tecnológica, y una imagen de director megalómano e incoherente. Que nadie se lleve las manos a la cabeza con estas primeras líneas. Jackson es un formidable profesional del arte de hacer películas, y un director hábil y pertrechado con herramientas sólidas de cineasta, pero en modo alguno un grandísimo director. Un grandísimo hombre de negocios, eso sí lo es.
Yo sí me llevo las manos a la cabeza (es un decir, en realidad lo que hago es tirar a la basura el texto) cada vez que leo que Peter Jackson está a la altura de un Coppola o un Spielberg, y que su trilogía tolkiana es, al cine fantástico, lo que la trilogía de ‘El padrino’ al cine negro. Bajo mi punto de vista ese tipo de afirmaciones responden más a un fanatismo ocasionado por el despiste o la superficialidad antes que a un verdadero análisis de la aportación de este hombre al cine fantástico. Porque creo, sinceramente, que la aportación de Jackson al fantástico no consiste en más (ni en menos, ciertamente) que en dotarle de cierta seriedad, de cierto status en lo concerniente al negocio de Hollywood. Pero muy poco en cuestión de forma o estética.
Jackson se encuentra muy por detrás en cuanto a su aportación al fantástico de los últimos años, que otros cineastas como Alfonso Cuarón, Brad Silberling, el propio Francis Ford Coppola, o sobre todo M. Night Shyamalan. Es decir, que en la trilogía de los anillos hay cine, y bastante. También hay oquedades, arritmias y puntos oscuros. Y en conjunto no alcanzan la belleza, ni la importancia, de obras como ‘El prisionero de Azkabán’, ‘Bram Stoker’s Dracula’, ‘Una serie de catastróficas desdichas’ o el escalonado y coherente discurso que Shyamalan ha logrado con ‘El sexto sentido’, ‘El protegido’, ‘Signs’, ‘El bosque’, ‘La joven del agua’ y ‘The Happening’.
Una ambición sin límites…
¿Quiere esto decir que Jackson es un mal cineasta? Desde luego, no. Lo único que quiere decir es que, para el que esto suscribe, el globo hinchado de ‘El señor de los anillos’ es de tal magnitud que impide ver la realidad. Nadie se imaginaba a este director, en sus comienzos, dictando las leyes del mercado de Hollywood. Y lo ha logrado. Es una hazaña inmensa. También ha logrado que su nombre sea universal, pero hay que colocarle en su justo lugar. Y es un lugar muy alejado de los grandes maestros. Sin embargo, empezó con gracia y desvergüenza, con las citadas ‘Bad Taste’ y ‘Braindead’, y cambió de tercio con talento y sorprendió a muchos con la extraña y emocionante ‘Criaturas celestiales’.
Esta película, sin ser extraordinaria, nos revela a un realizador con una mirada singular que, por desgracia, no ha encontrado prolongación y coherencia en su obra posterior. Pienso que a su sensibilidad le es más propicia proyectos de poca envergadura, que mastodónticas películas como ‘King Kong’. En ‘Criaturas celestiales’ contaba una historia difícil, resbaladiza y proclive a la exageración, y a él le salió fácil, incisiva y contenida. Un milagro. Muchos proclamaron por entonces que nos encontrábamos ante un cineasta que marcaría el futuro del fantástico. No ha sido así, salvo en el éxito masivo que ha conocido.
Pero la ambición de Jackson no conoce límites. Y se la jugó, verdaderamente, con un proyecto suicida que era la adaptación de la obra maestra de Tolkien. Cuando se supo que finalmente iba a hacerse, después del desastre de Ralph Bakshi, comenzó a formarse una bola de nieve que iba a anular cualquier juicio crítico de consideración. Sin duda, fueron valientes, mucho, eso nadie lo niega. Igual les podía haber salido un desastre. Pero la primera, ‘La comunidad del anillo’, no les quedó nada mal. De hecho, tiene momentos muy inspirados. De pronto, adaptar una “ballena blanca” como esa era posible. Fue un triunfo en las taquillas. Y más aún lo fue la segunda parte (sin duda, la más equilibrada y emocionante de las tres), y mucho más la tercera.
Los apasionados del cine fantástico ya habían encontrado a su gurú, ese genio capaz de lograr el milagro. Pero aquí comienzan las arbitrariedades de muchos aficionados: considerar a Jackson el artífice total de ese éxito me parece un error. Jackson, escribiendo en colaboración el guión, dirigiendo y produciendo, en realidad no era si no el cabecilla de un grupo de profesionales formidable, entregado, volcado en el proyecto. Es fácil, siempre, atribuir hasta la calidad de la música al director o a su mirada. El problema aquí, es que Jackson, en muchísimos bloques, ni siquiera podía estar presente, por filmar en varias localizaciones a la vez, con lo cual muchísimas escenas no pudo dirigirlas él. Eso, para empezar. Pero es que atribuirle a él el mérito de la creación visual de Tierra Media es falso, pues el artífice fue Richard Taylor.
Taylor es la cabeza creativa responsable de todo el aspecto visual (así reconocido por Jackson) de esta trilogía. Por supuesto aprobado por Jackson, pero este director no tenía tiempo para crearlo todo. Es decir, lo crearon otros, y él lo aprobó. Y puede que suene exagerado que lo diga, pero esto se nota. Hay un desequilibrio formal entre lo que se cuenta y cómo se cuenta, por momentos evidente, y todo esto termina repercutiendo en la personalidad de la película. A un nivel narrativo (la cámara, el ritmo), Jackson se muestra a ratos pletórico, y a otros aburrido (¿los otros directores?), y a un nivel artístico (la escenografía, el vestuario, los efectos) se percibe no sólo una multiplicidad de personalidades (mal aunadas por el director) si no una progresiva desgana (o agotamiento…) que culmina con los mediocres efectos especiales y escenografía de la tercera parte.
...para un talento limitado
¿Cómo no vamos entonces a calificar el talento de Jackson como incierto, al menos? Si ni siquiera sabemos qué secuencias dirigió él en persona, si es incapaz de ofrecer un aspecto homogéneo a esta trilogía, si es materialmente imposible que pudiera abarcar todo, y si dos años después ofrece un remake tan soso, comiquero (hablando peyorativamente…), absurdo como su ‘King Kong’. En esta, Jackson abunda en la puesta en escena efectista, vistosa pero banal, que tantos admiraron (incomprensiblemente para mí), en su saga tolkiana, y salvo algunas buenas secuencias con el simio gigante, se muestra aburrido, sin garra.
¿Este es el gran director de cine fantástico que tantos proclaman, que ahora con ‘The Lovely Bones’ ha sido ignorado por los mismos que lo jaleaban hace pocos años? Que no se preocupe el enojado lector que ya está exigiendo, mentalmente, que argumente mis razones en contra de ‘El señor de los anillos’, pues ya han pasado unos años y va a ser fácil escribir un texto justo sobre cada una de ellas, algo que haré en los próximos días. Allí, todos los admiradores de este director tendrán la ocasión, a su vez, de argumentar su ilimitado amor por ellas. Nos vemos por allí.
PD: Las dos primeras me gustan bastante, no afilen los colmillos…