Ayer se estrenaba en nuestro país ‘El Imaginario del doctor Parnassus’ (‘The Imaginarium of Doctor Parnassus’), un film muy sorprendente y original, que cuenta con algunos hallazgos maravillosos. Como ya adelantaba en la entrada sobre los estrenos, lo mejor de la película es lo que las circunstancias le han brindado a Terry Gilliam sin que él lo haya buscado ni lo haya escrito en el guión en su momento: Heath Ledger, que había rodado cantidad de escenas antes de su fallecimiento, sería sustituido por tres actores: Jude Law, Johnny Depp y Colin Farrell.
Sabiendo este dato, cuando comienzas a ver la película, toda tu curiosidad está en ver en qué escena se cambia de actor, cuál de ellos lo sustituye y si realmente se nota. Y los momentos elegidos para pasar a otros no podrían ser más acertados. El juego de ‘Ese obscuro objeto del deseo’ es tan adecuado a lo que cuenta la película, que parece pensado desde antes del rodaje o de que ningún desgraciado acontecimiento hubiese sucedido.
Sería de mala educación decir que, no sólo el cambio de actores introduce un elemento imaginativo interesantísimo, sino también que cualquiera de ellos actúa igual o mejor que el propio Legder. En realidad, Depp, que es quien lo sustituye por primera vez, siempre me pareció que era como un mentor para Heath y que sus gestos y voces eran muy similares. Así, la transformación primera es la que menos traumática resulta y, poco a poco, se van diferenciando más de él.
El doctor Parnassus es un anciano que lleva una barraca de feria con su hija y dos empleados. En ella, cualquier espectador puede penetrar en sus fantasías, pero presenta el peligro de que no siempre es fácil volver de ellas. El negocio no va muy bien y, además, la familia tiene que enfrentarse a una apuesta que hizo el padre años atrás y en la que pone en peligro a su hija. Casualmente, se encuentran con un hombre que padece amnesia colgando de un puente y permiten que se una a su troupe, lo que hará que cambie mucho su situación. El negocio mejora, sí, pero la joven hija del dr. Parnassus, que hasta ese momento flirteaba con el ayudante, empieza a tener dificultades para saber si le gusta más él o el olvidadizo recién llegado.
La historia, como se ve en ese resumen, es enjundiosa y tiene bastante conflicto. Sin embargo, Gilliam la narra con algo de torpeza o, probablemente, de indiferencia: lo que menos le importa es contarnos el argumento. El film tarda mucho en arrancar y, una vez lo hace, tiene bastantes parones de ritmo con escenas largas que no son necesarias o que no es imprescindible que duren tanto. Pero esto no es algo que lastre demasiado el film, pues, en su locura general, un desarrollo tan deslavazado es casi lo que mejor encaja.
Tanto deslumbra el juego de los cuatro actores que representan a Tony que nos olvidamos de comentar a todos los demás—por eso he optado por las fotos en las que no hay nada de esto—. Christopher Plummer, en el personaje del título, está cargado de peso, tanto de maquillaje, como actoralmente, ya que su Parnassus cuenta que ha vivido muchos años. Papel difícil, es de suponer, y que da un resultado más forzado que fluido. Tom Waits, como enemigo acérrimo del doctor, y con una transformación casi igual de notoria, está más suelto y más divertido en su personaje. Casi llega a ocurrir eso de que los malos nos caen mejor que los buenos. Lily Cole es la jovencita Valentina, una chica muy enigmática, a la que el extraño físico de la actriz le queda como un guante. Ella lo hace muy bien y su personaje es realmente interesante. Lo es también el encarnado por Andrew Garfield, Anton, un joven pagafantas que no tiene nada que hacer contra el atractivo del recién llegado Legder, pero que es quien de verdad ama a Valentina. Verne Troyer, por supuesto, lo que compone es ni más ni menos que el alivio cómico y el puntito de mala leche que evita que la película pastelee demasiado en los terrenos amorosos.
Las secuencias de la imaginación van siendo más bellas y arrebatadoras según avanza el metraje. Y el gran bloque final, donde convergen varios de los actores y hay una lucha entre varios de los seres vivos y entre éstos y los elementos de ficción es extraordinario. Sin embargo, no es fácil que alguien imagine por nosotros. Y, por muy universales que sean los anhelos que se muestran tras ese espejo o por mucha variedad de ellos que Gilliam plantee, es muy posible que ninguno encaje con nuestros sueños plácidos ni con nuestras pesadillas. Me ocurría ya en otras ocasiones, que las películas donde se reflejan las imaginaciones de sus protagonistas, si bien se me antojaban preciosas y fantásticas, no me aportaban otro disfrute que no fuese el estético. Y esto, por supuesto, es algo sumamente personal.
Recuerdo lo poco que convenció en general ‘Tideland’, que defendí por algunos de sus elementos. Con ‘El Imaginario del doctor Parnassus’ nos encontramos, por el contrario, con un film que puede contentar mucho más que el anterior, ya que es más universal, más vendible y agradable, y ya que cuenta con esos cuatro actores y el morbo de tratarse de una cinta póstuma.
Mi puntuación: