Recientemente se han editado en dvd en nuestro país una serie de películas producidas en los años 40 y 50 por la mítica productora británica Ealing, normalmente comedias llenas de cinismo y humor negro, con títulos tan prestigiosos como 'El Quinteto de la Muerte' u 'Ocho Sentencias de Muerte', por poner dos ejemplos. Eran películas de una enorme calidad, y donde era muy común encontrarse con un actor de la talla de Alec Guiness, o con directores como Alexander Mackendrick o Charles Crichton.
'El Hombre Vestido de Blanco' es otro de esos famosos títulos, que revisados a día de hoy no han perdido ni un sólo ápice de su fuerza. La historia nos cuenta la obsesión de un científico por inventar una tela que dure eternamente, sin necesidad de lavarla ni que se desgaste. Evidentemente, tal invento supondría toda una revolución para la industria textil, y sus consecuencias llegarían a ser desastrosas, ya que acabaría con muchísimos puestos de trabajo.
Ante todo destacar la gran frescura de la película dirigida con enorme pericia por Mackendrick, uno de esos maestros hoy día un tanto olvidados, y que sin embargo la comedia inglesa no sería lo que es sin sus aportaciones al cine. Y que conste que no sólo hizo comedias, como el caso de la imprescindible 'Viento en las Velas', de la cual ya os hablaré en otra ocasión. El director le infiere al film un ritmo vertiginoso, condensando muy bien los gags, absolutamente extraordinarios, a lo largo de toda la acción. Unos gags que no sólo hacen reír, y he aquí unos de los grandes aciertos de la película. Su sentido del humor no sólo nos divierte, sino que nos hace pensar en las consecuencias de lo expuesto en la película, la cual va mucho más allá de lo que aparenta a simple vista. Atención a toda la parte final, cuando todos parecen haberse vuelto locos, y se unen para encontrar a nuestro protagonista. Lo que Mackendrick sugiere en ese tramo del film posee una fuerza crítica hacia las relaciones entre los empresarios y los trabajadores pocas veces vista en una pantalla de cine, sobre todo por la forma en la que está expuesto, a todas luces significativa.
La película se apoya sobre todo en la impresionante interpretación de Alec Guinness, todavía muy lejos de nuestro querido Obi-Wan Kenobi. El actor está enorme en su caracterización, ese pobre hombre obsesionado con su trabajo pensando en el gran avance que podría suponer su revolucionario invento. Su entrada en escena es prodigiosa, dejándose entrever con una puerta medio abierta, dejando muy clara la actitud del personaje. El resto de actores no tienen tanta oportunidad de lucirse como lo hace Guinness, pero desde luego ninguno está desaprovechado, y podemos encontrarnos con actores muy típicos del cine inglés de aquellos años como Cecil Parker, Michael Gough o Joan Greenwood.
Al film sólo habría que reprocharle cierto descuido en el tratamiento de su nada clara historia de amor, haciendo hincapié en ella, para luego olvidarse completamente de que existe, con la desaparición momentánea de algún personaje. Aun así, una estupenda película, llena de matices que se pueden ir descubriendo en cada nuevo visionado, y que deja muy clara la maestría de los británicos en cierto tipo de humor en el que nunca han sido superados.