"Es un buen, tranquilo, pacífico hombre, que ha vuelto a casa a olvidar sus problemas. Por supuesto, es un millonario, como todos los yankees. ¡Pero es excéntrico! ¡Oooh, muy excéntrico! Esperad, os enseñaré...su bolsa para dormir. Un saco para dormir, lo llama. Esperad, os enseñaré cómo funciona". -Michaleen Flynn
Opino, sinceramente, que el cine de John Ford es una de las expresiones artísticas más abiertamente vivificadoras y rejuvenecedoras que existen, porque Ford, un pesimista incurable, era también un nostálgico arrebatado, y sólo los nostálgicos saben recordar dónde se encuentra el paraíso perdido. El paraíso para Ford, claro, es Irlanda, la Isla Esmeralda, de dónde provenían sus padres (pues él nació en Cabo Elizabeth, Maine, el 1 de Febrero de 1894), a donde regresa después de muchos años para este rodaje, tal como regresa su protagonista, el inolvidable, terco, nostálgico y honrado Sean Thornton.
Y regresó a Irlanda para filmar una de sus más bellas, libres, divertidas y excepcionales películas, quizá la más personal y la más humana de todas las suyas, y eso, en la dilatada y fascinante carrera del realizador, es mucho decir. La historia de un hombre pacífico, o tranquilo, que quiere olvidar su terrible y doloroso pasado, un pasado que no deja de atormentarle, volviendo a las raíces, al lugar que le vio nacer (no en vano la casa se llama Blanca Mañana), tal vez para morir allí. La belleza, la serenidad y la ironía, corren inseparables en este relato de redención.
Un cierto carácter irlandés
El comienzo es muy expresivo. A un pequeño pueblo irlandés llega un tren, tren en el que viaja Sean Thornton (impecable John Wayne), quien pregunta por la forma de llegar a Innisfree, aunque los lugareños iniciarán una discusión que nada tendrá que ver. No se sabe cómo, una indicación geográfica deriva en un debate sobre dónde se pesca mejor. Este momento hilarante es al mismo tiempo ilustrativo de un cierto carácter alejado del imperante en Estados Unidos (entonces y ahora), y ya establece el choque inevitable entre dos mundos: el de Sean y el de su propia niñez. Toda la película será un viaje para regresar a la infancia.
La aparición de esa creación extraordinaria de Michaleen Flynn (perfecto Barry Fitzgerald) sacará del apuro a Sean. Esta es una de esas creaciones de puesta en escena inalcanzables para los mortales: Flynn no conoce a Sean, pero le ayuda y le ofrece un carruaje. Este es un hecho aparentemente incoherente, y que se rebela contra cualquier intento de coherencia narrativa. Pero lo aceptamos de manera inconsciente, y precisamente porque poco después Flynn se enterará de quién es. Es decir, como un recuerdo olvidado y de pronto cristalizado. Es bellísimo. Como bellísimo es cuando Sean observa su casa natal desde un puente de piedra, que se alza sobre un arroyo de ensueño, y se oye la voz de su madre, un recuerdo preciado, enmarcado por la lírica música de Victor Young.
No tardaremos en conocer al reverendo Peter Lonergan (Ward Bond, tan chabacano y entrañable como siempre, amigo personal de Ford, como Wayne, con quienes se corría unas juergas de escándalo) y, claro, a Mary Kate Danaher (preciosa e irascible Maureen O'Hara) que es algo así como una aparición, guiando a sus ovejas entre un bosque que es como un sueño hecho realidad (y cómo recuerda a este momento la aparición de Pocahontas en la hermosa 'El nuevo mundo'), una relación que va a recordar mucho a 'La fierecilla domada' (la filmografía de Ford contiene numerosas alusiones a la literatura de William Shakespeare).
Desde que ambos se conocen, actuarán como si nunca hubieran sido desconocidos el uno para el otro (al igual que le ocurrió a Michaleen) tal como si la vida de Sean, antes de volver, hubiera sido falsa. Eso no significa que se lleven bien, claro. Ford establece una serie de significados poéticos a los cuatro elementos de la naturaleza, en la relación que mantienen ambos. Así, el agua se relacionará con el sexo. Cuando Sean se la encuentra de nuevo en la Iglesia, cogerá agua bendita con la mano para que ella se persigne desde allí. Una imagen al mismo tiempo tierna y de moral ambigua. Mary Kate no cometería semejante acto si Sean no la atrajera sexualmente. Es una imagen muy poderosa.
El hermano de Mary Kate, Will (interpretado por un actor tan fordiano como Victor McLaglen, que se llevó el Oscar por 'El delator' y estuvo nominado como secundario en esta) será la némesis, siempre divertida, de Sean. Una especie de reflejo grotesco de sí mismo, que apunta en su lista negra los nombres de los que no le caen bien. Su aparición es fulminante, acompañado de esa sirvienta anciana que es un toque de humor tan grato a Ford. Un hombre vulgar y altivo que, sin embargo, terminará revelándose, como el mejor de los folletines, un buen amigo para Sean. Porque al final no es más que un niño, y la rivalidad entre los dos es un juego de niños regido por normas sociales invisibles aunque implacables.
Normas sociales que Sean tendrá que aprender si quiere vivir en armonía con su pasado, es decir, con el pueblo. Las normas sociales como llave para alcanzar la serenidad interior. Comienza por invitar a todos los presentes del Cohan, y después ignorando las provocaciones de Will Danaher, algo que provocará la curiosidad del respetable, aunque ambos se darán un apretón de manos bastante...ortodoxo. Será el comienzo de una historia de violencia no consumada, en parte por su tortuoso pasado, simbolizado por el fuego, aunque también por el viento, que le impide casi avanzar hacia su reencuentro con Blanca Mañana. Un viento también presente en ese beso tan recordado (homenajeado en 'E.T.'), y de nuevo presente en el segundo beso, cuando se abre la puerta y lo deja entrar. Esta es una película de puertas. Las puertas del corazón.
El peso de la tradición
Y de todas las llaves sociales que tendrá que aprender Sean, la del noviazgo previo al casamiento será el más importante, aunque no el último. El casamentero Michaleen (que funciona también como duende casi mágico y bufón) propondrá el acuerdo de futuro matrimonio, y así conoceremos la importancia que la dote (una especie de regalo que hacían las familias con hijas a los que las desposaran) tiene para Mary Kate, aunque Sean no está de acuerdo con recibir esa dote. Es un tema muy complejo y muy bien tratado. Mary Kate y su dote son inseparables, son uno. Significan los recuerdos familiares, y la perpetuación de una tradición. A él no le importaría que acudiese desnuda a su casa (literal, y una imagen muy sensual, como toda la película), porque todavía no comprende el tema de la dote, es decir, no comprende a Mary Kate.
Por supuesto Will Danaher se opone a la boda, pero le engañarán con una maniobra arriesgada que propiciará finalmente el noviazgo (alterado por una huída a través de un río, y culminado por un beso en la lluvia, de nuevo el agua como símbolo sexual), aunque la divertida boda terminará de forma violenta por el descubrimiento por parte de Will del engaño, y la retirada de la dote. Desde entonces faltará algo en ese matrimonio, que exigirá de la violencia, origen de la tragedia de Thornton, para recuperarla.
Buena prueba de ello es la imagen en que ella enciende el cigarro de él. Viene a ser entregar el fuego de una violencia que él rechaza, pero que es parte indisoluble de la sociedad. El uso de esa violencia será el catalizador de la superación de la antigua violencia, basada en la avaricia y la ambición. No toda la violencia es igual, o es mala. Sólo nosotros somos malvados o bondadosos. La violencia que emplea para recuperar la dote y a Mary Kate (después de abrir, literalmente, numerosas puertas...) es la aceptación de las reglas del juego y el inicio de la amistad con Danaher. Una larga pelea, violenta pero cómica, casi un renacer.
Majestuosamente fotografiada por Winton C. Hoch, y con guión del habitual fordiano Frank S. Nugent, 'El hombre tranquilo' es una compleja historia de constumbrismo y redención, quizá la obra maestra entre las obras maestras de John Ford.