‘El hombre de una tierra salvaje’ (‘Man in the Wilderness’, Richard C. Sarafian, 1971) narra la misma historia que ‘El renacido’ (‘The Revenant’, Alejandro González Iñárritu, 2015), que se puede considerar un remake. El film del mexicano es, sin duda, una de las películas de la temporada, dispuesta a barrer nuestras taquillas el próximo viernes. Iñárritu realiza un film mucho más completo, y mejor, que el de Sarafian, pero éste contiene elementos más que estimables para rescatarlo, convenientemente, en este preciso momento en el que la nostalgia cinéfila alcanza cotas inimaginables.
Richard Harris venía de protagonizar la muy exitosa ‘Un hombre llamado caballo’ (‘A Man Called Horse’, Elliot Silverstein, 1970) —con la que comparte el mismo guionista, Jack DeWitt—, que contiene no pocos elementos parecidos al film que nos ocupa. Sobre todo en lo que respecta a la unión/relación del ser humano, supuestamente civilizado, con la naturaleza. El film de Sarafian destaca ese elemento por encima de la historia de venganza que intenta llevar a cabo su personaje central.
Richard Harris da vida a Zachary Bass —que evoca el personaje real de Hugh Glass, trampero que a principios del siglo XIX, durante la conquista del Oeste, se hizo famoso por sufrir el ataque de una osa grizzly, sobreviviendo a ello—, quien vivirá la aventura de su vida, al ser dado por muerto tras el ataque de una osa. Probablemente, el aspecto menos creíble del relato sea precisamente la decisión de dejar abandonado a Bass a su suerte, sobre todo cuando el grupo arrastra un barco sobre ruedas por el inhóspito paisaje, al mando del capitán Henry (John Huston).
Evidentemente, si eso no sucede, no habría película, y nos perderíamos dos de los aspectos más interesantes del emocionante relato. Por un lado, la odisea del personaje central, por otro esa idea de ver un barco recorriendo bosques, camino de un río sobre el que navegar, imagen en cierto aspecto perturbadora, y que supone una especie de altar/refugio para el personaje que borda un Huston que a punto estaba de filmar una de sus grandes obras sobre el universo de los perdedores.
El poder de la naturaleza
En cuanto a la aventura de Bass, dispone de varias etapas que avanzan desde la recuperación física hasta una especie de “renacimiento” espiritual —algo que también subraya poderosamente el film de Iñárritu—, que pasa por la aceptación personal, el recuerdos de sus seres queridos —esposa, fallecida, e hijo—, a través de emotivos flashbacks, muy de los setenta, y apoyados en la excelente banda sonora de Johnny Harris, que también baña los instantes más “calmados” de la película.
Richard Harris demuestra que este tipo de personajes, que encontraban armonía y equilibrio mental con la naturaleza, con su punto de sufrimiento, le quedaban como un guante. Su transformación se basa sobre todo en los recuerdos personales, que acuden a él en un momento catártico, y muy peligroso, mostrándole lo verdaderamente importante en la vida, más allá de cualquier proeza material y establecimiento de la civilización. De ahí que la historia de venganza vaya pasando a un segundo plano, perdiendo Bass todo interés en ella, aun siendo lo que en ciertos momentos le ayudó a sobrevivir.
Bellos paisajes —fantástica fotografía de Gerry Fisher—, convincentes interpretaciones —aunque se echa de menos un enfrentamiento Huston/Harris frente a frente, con más tiempo—, amor por la naturaleza, unas pizcas de denuncia, no demasiadas, y un tono a veces demasiado contemplativo —no pocas veces el film promete más de lo que ofrece—, pero muy interesante y entretenida, con un final con más lecturas de las que parece. Formalmente sólo supera a la de Iñárritu en sencillez y falta de pretensiones.
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