Alberto Rodríguez firmó dos de las mejores películas de nuestro cine en los últimos años, ‘Grupo 7' (2012) y ‘La isla mínima’ (2014). El cambio al thriller fue recibido con sorpresa por muchos, también con los brazos abiertos. Somos bastantes los que preferimos al Rodriguez metido en terrenos espinosos que tratando dramas fallidos. Lo cierto es que el listón dejado con el film protagonizado por Raúl Arévalo y Javier Rodríguez era bastante alto. Y ahí sigue.
‘El hombre de las mil caras’ muestra la buena mano que el director sevillano tiene para el thriller, aunque esta vez se queda bastante por debajo de sus dos films previos. Esta especie de biopic descafeinado sobre ese caradura inteligente que es Francisco Paesa, funciona a ratos con mucha intensidad, en otros se deja llevar por un exceso de vacuo formulismo, y en otros no interesa en absoluto. El supuesto hombre de los mil rostros sólo muestra uno durante todo el film, el de la bendita mentira española.
Nuestra historia se repite
Porque si algo capta a la perfección Alberto Rodríguez en su laberíntico —menos de lo que parece— film es que el español, además de no dar un palo al agua, es un experto mentiroso. También alguien a quien gusta aparentar, puesto que nuestra sociedad está creada alrededor del “vales lo que tienes”. No sólo se refleja en el personaje central, sino en todos, en mayor o menor medida. La película parece a veces un puzzle sobre el arte de mentir y engañar.
Curiosamente, al estar ambientada a mediados de los noventa, cuando estalló el famoso caso Roldán, que a unos pilló más de lleno que a otros, las formas adquiridas por Rodríguez recuerdan la forma de hacer cine de los estadounidenses en aquellos años. Unas pizcas de Scorsese, de Soderbergh, de Tarantino, incluso de su peor imitador, Guy Ritchie, bucean por ‘El hombre de las mil caras’, cuyas influencias hay que buscarlas hasta en los tiempos de Joseph L. Mankiewicz y su milimétrica composición de farsas.
Rodríguez se está convirtiendo en el cronista cinematográfico de nuestra historia a través del cine. ‘El hombre de las mil caras’ funciona como otras películas que meten el dedo en la llaga. Reconstruye unos hechos —convenientemente dramatizados para el cine, por supuesto— que ya datan de hace veinte años, pero que sirve como señal de alarma y advertencia para lo que ocurre en nuestra España actual. Una película espejo que nos devuelve una imagen del pasado que se repite.
Tan interesante como fallida
El problema es que ‘El hombre de las mil caras’ no sabe muchas veces por dónde tirar. Como thriller de “robos” es correcto, aunque más preocupado de parecer un galimatías con sorpresa final sin crescendo dramático; como crítica se queda corta. En ambas el retrato de personajes falla, no son más que clichés reconocidos en miles de lugares. Eso sí, las interpretaciones son de altura, en especial Eduard Fernández y sobre todo, Carlos Santos, que logra lo impensable, humanizar a Luis Roldán. Que la excelente Marta Etura esté tan desaprovechada es algo que no podemos perdonar.
En lugar de construir una ficción completa a partir del personaje central, Rodríguez se pierde en datos inútiles y una construcción narrativa a base de golpes de efecto de montaje, que dan la sensación de ser un continuo instante que nunca termina de arrancar. ‘El hombre de las mil caras’ se pasa todo el rato presentado a sus personajes, llegando incluso al subrayado más innecesario. Es particularmente escandaloso el momento del cochero de Drácula, mote que se le dice al espectador nada menos que tres veces, de tres formas diferentes, en tan sólo un par de minutos. ¿Tan tonto es el público español?
Con todo, el film de Rodríguez es lo suficientemente sólido, y hasta entretenido. La impecable labor actoral, la libertad de la dirección, la duración del plano, el excelente score de Julio de la Rosa, entre otros aciertos, hacen de ‘El hombre de las mil caras’ un disfrutable producto. Seria y sobria, se sigue con cierto interés. La sensación de déjà vu no nos abandona durante toda la película, aunque será porque noticias de estafadores de altos vuelos nos sobran a día de hoy.
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