Hace apenas siete años del último largometraje en acción real que quiso revitalizar la importancia de Superman en el séptimo arte, pero ‘Superman Returns’ (id, Bryan Singer, 2006) sufrió una acogida tan gélida por parte del público que en Warner están haciendo todo que está en su mano por ignorar su existencia durante la campaña promocional de ‘El hombre de acero’ (‘Man of Steel’, Zack Snyder, 2013). Es una decisión bastante injusta —está muy lejos de ser el peor acercamiento cinematográfico al personaje—, pero comprensible si tenemos en cuenta la necesidad de minimizar riesgos de cara a conseguir cuantiosos beneficios de su inversión de 225 millones de dólares.
Todo aquel que me conozca un poco sabe que tengo muy poco aprecio hacia el personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster. Las peculiaridades detrás de su identidad humana —¿de verdad esperan que aceptemos que solamente con ponerse gafas ya nadie va a reconocerle?— tienen mucha importancia en ello, pero el exceso de poderes que tiene y lo ridículo que puede acabar siendo su talón de aquiles también tienen mucho peso. Entre eso y la escasa confianza como director que me transmite Zack Snyder —su mejor trabajo sigue siendo su ópera prima—, no tenía demasiadas esperanzas depositadas en ‘El hombre de acero’, pero al final, pese a sus claras limitaciones, he disfrutado algo más de lo que esperaba.
Reinventando a Superman
Mucho se ha hablado de la implicación de Christopher Nolan en ‘El hombre de acero’, quizá esperando que el regreso de Superman —correcto Henry Cavill— se acercase a la reciente trilogía sobre Batman, pero sobre todo haciendo una comparativa en base a la idea de que Zack Snyder no tenía capacidad de decisión alguna. Dejando de lado apuntes públicos como su oposición inicial a la escena final —¿Por qué cambiaría de idea cuando es una secuencia casi insultante que odié con todo mi corazón?—, es cierto que en ‘El hombre de acero’ se palpa mayor interés por los personajes de lo que suele ser habitual en el cine de Snyder y una intensidad dramática ocasional que puede inducir a dar más importancia a la presencia de Nolan de la que realmente tiene.
Estaba claro que en Warner no iban a dejar que Zack Snyder hiciera de las suyas tras el merecido batacazo económico de ‘Sucker Punch’ (id, 2011) —y sus dos cintas previas tampoco respondieron a las expectativas creadas—, algo que le ha forzado a no poder ser la estrella de ‘El hombre de acero’ y tener que esforzarse por ser el miembro importante de un equipo y no el líder al que nadie puede discutir. Eso sí, estoy convencido de que ‘Superman Returns’ no funcionó en taquilla porque era demasiado continuista con lo que ya nos había ofrecido Richard Donner casi treinta años antes, por lo que ‘El hombre de acero’ tarda bien poco en desmarcarse creando una nueva mitología alrededor del personaje y reduciendo al máximo la importancia de Clark Kent, su disfraz humano.
El antagonismo entre Superman y Zod —notable Michael Shannon— se alimenta ya desde el notable prólogo, pero David S. Goyer se enfrentaba al reto de replantear los orígenes de Superman más allá del acierto de prescindir de Lex Luthor como el archienemigo por excelencia del superhéroe —y añadir infinidad de referencias para que ‘El hombre de acero’ sea la base sobre la que se asienten las posteriores adaptaciones de superhéroes de DC—. Para ello prescinde del avance cronológico de los hechos, dejando la infancia y adolescencia de Clark limitada a momentos clave en su desarrollo personal que son introducidos a través de breves pero efectivos flashbacks.
La fluidez entre los saltos temporales puede llegar a resultar discutible en un par de ocasiones, pero Snyder articula la narración con inesperada solvencia para que el espectador conecte con los protagonistas —gran trabajo el de Kevin Costner y Russell Crowe en este aspecto, aunque el segundo quizá aparezca más de lo necesario— al mismo tiempo que la historia va avanzando con pequeños trompicones, pero nada especialmente molesto. Todo ello sin echar a mano al uso desmedido de frases grandilocuentes —hay una escena clave, uno de los mejores momentos de ‘El hombre de acero’, que se resuelve con un simple gesto— o explayándose más de la cuenta en detalles que sólo servirían para dar más cancha a las inevitables comparaciones con ‘Superman’ (id, Richard Donner, 1978). Eso sí, los excesos no tardan en aparecer por otro lado.
Sobredosis de explosiones y destrucción
La épica es algo a lo que muchas películas aspiran y muy pocas consiguen, ya que cada vez está más extendida la idea de que para lograrla basta con inundar el relato con explosiones y la destrucción de edificios o monumentos emblemáticos. Lo cierto es que lo aparatoso tiende a ser un enemigo natural de la épica, más proclive a aparecer en el ansiado enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre los dos protagonistas o en una arenga para motivar a las tropas a darlo todo en una inminente batalla.
Por desgracia, ‘El hombre de acero’ apuesta por la moda actual y eso no sólo acaba aniquilando toda su épica, sino que termina convirtiendo a la segunda mitad del relato en una experiencia agotadora en la que uno simplemente desea que el desenlace llegue lo antes posible. Snyder ya había incidido en las posibilidades de la película como gran espectáculo durante la primera hora de metraje —la potente pero innecesaria secuencia con Cavill ejerciendo de improbable pescador—, pero, normalmente, con una relativa mesura que hacía mucho bien a las posibilidades dramáticas del relato, esas que se van de vacaciones durante la orgía de destrucción en la que acaba convirtiéndose.
La vorágine de efectos visuales está, eso sí, perfectamente integrada —y en ningún momento tiende a la confusión, un error habitual en estos casos—, mientras que Hans Zimmer ha compuesto una banda sonora sin un gran tema como la que tenía la de John Williams para la cinta de Richard Donner, pero que encaja como un guante para los objetivos de ruptura continuista de ‘El hombre de acero’ sin, como le ha pasado en no pocas ocasiones, inspirarse en exceso en trabajos suyos previos.
Son detalles a tener en cuenta, pero insuficientes para evitar que la película descarrile en lo emocional, ya que los personajes pasan a ser meros elementos de decoración —eficaz pero desaprovechada Amy Adams— o figuras golpeándose entre sí y destrozando todo a su paso. Tímida es la mejora cuando se enfrentan Superman y Zod, ya que el dilema moral que plantea el segundo —no deja de ser un guerrero cuya existencia se basa únicamente en la necesidad de la supervivencia de Krypton— debería haberse desarrollado más y mejor con anterioridad —las batallas con sus lacayos son demasiado extensas para lo que aportan— para conseguir el impacto buscado.
Es una pena que ‘El hombre de acero’ acabe convirtiéndose en una sucesión de escenas de acción redundantes entre sí con la errónea idea de que así iba a ser un espectáculo épico que nos tuviera en tensión en nuestras butacas. Hay varios aciertos, especialmente en su valentía a la hora de reinventar el mito de Superman, pero el bagaje final no va más allá de lo meramente aceptable.
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