Es bien conocido por todos los lectores que no soy precisamente uno de los que defienden la decisión de dividir la adaptación cinematográfica de ‘El Hobbit’ en tres películas -–ya que fuesen dos, lo inicialmente previsto, me despertaba serias dudas--. Sé que es algo más que el salto al cine de esa simpática y entretenidísima aventura ideada por Tolkien, pero también tenía asumida la idea de que el cambio de tono necesario –-más carga épica intentando alcanzar la conseguida por la trilogía de los anillos, algo diametralmente opuesto al tono ligero del original literario-— iba a jugar en contra de esta inesperada trilogía.
El estreno de ‘El Hobbit: Un viaje inesperado’ (‘The Hobbit: An Unexpected Journey’, Peter Jackson, 2012) confirmó mis temores, dando por sentado que las restantes entregas iban a mantener un nivel similar, quizá algo peor en ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’ (‘The Hobbit: The Desolation of Smaug’, Peter Jackson, 2013) por su naturaleza como cinta de transición y puede que algo mejor en ‘El Hobbit: Partida y regreso’ (‘The Hobbit: There and Back Again’, Peter Jackson, 2014) por ser el clímax de la historia. Pues bien, me equivocaba, ya que, pese a sus evidentes debilidades, ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’ es una película mejor, más compacta y mucho más efectiva como pasatiempo de lujo que su predecesora.
Los puntos fuertes de ‘El hobbit: La desolación de Smaug’
Una de las cosas que tengo claro cuando voy a ver la adaptación cinematográfica de cualquier cosa es que va a haber cambios y lo importante es ver si éstos realmente funcionan dentro del conjunto, aunque luego siempre sea inevitable el valorar si determinada solución argumental es mejor o peor que la ideada originariamente para dicha historia. Uno de mis grandes problemas con ‘El Hobbit: Un viaje inesperado’ era que ni uno de los cambios respecto al original literario me funcionaba bien y únicamente servían para agudizar mi sensación de estar estirando una historia sencilla más allá de lo debido. Eso ha cambiado en ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’, pues hay varios aciertos, principalmente encaminados a la necesidad de vincular más directamente a la película con ‘El señor de los anillos’, pero también para definir mejor a algunos personajes.
Puestos a abrir varios frentes, me habría gustado que Peter Jackson incidiera más en la capacidad narrativa que demostró en ‘El señor de los anillos’ para contarnos varias historias en paralelo, algo que recupera aquí tras la separación del grupo de Gandalf –-impecable McKellen, pero ya contaba con ello--. Se consigue así crear una trama entretenida y con fuerza –-clarísima su vocación de precuela de la anterior trilogía-- y también un necesario alivio para la odisea de Bilbo, algo muy de agradecer, pues ya surgen claros síntomas de agotamiento por haberla extendido de forma tan desmesurada.
La presencia en ‘El hobbit: Un viaje inesperado’ de personajes como Galadriel o Saruman fue un lastre que rompía el ritmo y temía que la reaparición de Legolas iba a ir por el mismo camino, pero tengo que comerme mis palabras. Y es que, con sus más y sus menos –-el personaje de Evangeline Lilly no me funciona a nivel individual, aunque sí aporta al conjunto--, la fuerte presencia de los elfos me parece acertada, ya que de ella surgen varios detalles interesantes para dar más entidad a alguno de los enanos e incluso la parte romántica me resulta bastante llevadera de lo esperado –-si os soy sincero, me resultó más cargante todo lo relacionado con Aragorn y Arwen en ‘El señor de los anillos’--.
Sin embargo, la gran mejora está en el personaje interpretado con solvencia por Luke Evans, cuya presencia en la novela era relativamente anecdótica y aquí crece hasta tal punto que no solamente tiene interés por sí mismo, sino que incluso se adueña de la pantalla durante sus escenas. Eso sí, justo es reconocer que nada es capaz de hacer sombra a Smaug, espectacular a nivel visual y con una fuerza inaudita gracias a la voz de Benedict Cumberbatch, cuya gravedad alcanza nuevos hitos aquí. También hay ciertos añadidos en este caso y me resulta sorprendente que otra delicada y peligrosa charla entre dos personajes –-Bilbo y Smaug-- vuelva a ser lo mejor de la función, pues ya sucedió lo mismo en la primera entrega con la brillante escena protagonizada por Bilbo –-qué inteligentes fueron Jackson y Del Toro al querer contratar a Martin Freeman-- y Gollum.
Las debilidades de la película
Hasta ahora todo han sido buenas palabras, pero ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’ también tiene un lado oscuro, aunque seguramente muchos de los problemas que vaya a comentar puedan sonar a algunos como poco más que lugares comunes en todas las quejas que ya he vertido tanto yo como muchos otros. El primero y esencial es que los 161 minutos de metraje son un grave exceso que no acaba por convertirse en un cáncer insalvable por lo ya apuntado sobre las tramas paralelas, pero unido a ciertas debilidades del guión -–lástima por ejemplo la muy mejorable utilización de Stephen Fry o la simple inclusión de Radagast, aunque su presencia sea menor y más estándar aquí-- acaba suponiendo una losa que casi provoca que desconectara de lo que pasaba en pantalla, aunque sin llegar en ningún momento a aburrirme o sentirme estafado, algo que podría haber sucedido con ese coitus interruptus que nos cuela Jackson a modo de desenlace, pero no se da el caso.
Hay veces en las que no podemos poner en palabras algo que tenemos muy claro y eso me está sucediendo a mí en el caso de mi auténtico gran problema con ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’, ya que definirlo como falta de magia seguramente sea algo que la mayoría entendáis, pero me produce cierta insatisfacción dejarlo en algo tan inconcreto. Aquí hay más sensación de riesgo, una carga de aventura mucho más conseguida y hasta en los momentos de menor interés se consigue que formen parte de un todo y no sean pequeños islotes que no vienen a cuento o que transmitan la sensación de ser una grave trampa por parte del guión, pero al conjunto le falta chispa. Ese no sé qué yo que distancia a las buenas películas de las realmente buenas y que consiguen marcarte, sea por el vibrante espectáculo que acabas de ver o porque has estado tan fascinado ante lo que sucedía ante ti que incluso has disfrutado con sus “fallos”. Eso no pasa aquí.
En definitiva, ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’ es un buen entretenimiento que por momentos casi alcanza el nivel exhibido por Jackson en la trilogía de ‘El señor de los anillos’, pero que según va avanzando confirma que estamos ante una obra que jamás debería haberse dividido en tres entregas. Eso sí, visto lo visto tengo que reconocer que mis dudas sobre la conveniencia de hacerlo en dos no venían mucho a cuento. Una de cal y otra de arena, pero que me deja un regusto mucho mejor que ‘El Hobbit: Un viaje inesperado’, cinta que además ha ido gustándome cada vez menos. Creo --y espero-- que no va a suceder lo mismo con la que ahora nos ocupa.
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