'El hijo de Rambow', cuando éramos niños

'El hijo de Rambow', cuando éramos niños
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‘El hijo de Rambow’ es una de esas películas que la mayoría de los espectadores se perderá, básicamente por dos razones: una, su limitada distribución, y otra, porque el espectador malpensante, ése que prejuzga por el título, no irá a verla pensando que se trata de una chorrada al estilo de ‘Son of the Mask’, lo cual, e irónicamente, nos lleva a la primera razón. Resulta sorprendente, y hasta cierto punto, triste, cómo una película tan sencilla y amable como ‘El hijo de Rambow’ es tan difícil de vender hoy día.

Su público no son los niños, ni tampoco los amantes del cine de Stallone y similares. Sin embargo, se puede ver como una película infantil, e incluso como un pequeño homenaje a todos aquellos, que siendo niños, admiraron el cine de don Sylvester (y ahí va la revelación de hoy: servidor se incluye entre ellos). ‘El hijo de Rambow’ tiene la extraña capacidad de evocar nuestro pasado como espectadores, y tal vez sea ése uno de sus handicaps, el hablar de un pasado concreto: aquel en que adultos de hoy fueron niños en la década de los 80.

Garth Jennings, que con anterioridad hizo ese fallido intento de cine Sci-Fi titulado algo así como ‘La guía del autoestopista galáctico’, acierta con esta aproximación a la niñez, a ese mundo de inocencia, lleno de fantasías desbordantes, y por el que todos hemos pasado. Dos personajes, totalmente opuestos, protagonizan una historia de amistad nacida por un lado de la rebeldía de uno de ellos hacia el sistema (continuamente le expulsan de las clases por su imperdonable comportamiento), y por otro del relativo interés que sienten hacia una película como ‘Acorralado’. Y he aquí uno de los aciertos de la historia: el hecho de que uno de ellos pertenezca a una religión que no permite ver la televisión, y por ende el cine (Dios mío, eso no es una religión, es un castigo), y que la primera película que sus ojos ven es la protagonizada por Sylvester Stalllone, despierta por completo su ya ensoñadora mente, desinhibiéndole por completo.

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La filmación de una película casera será el eje alrededor del cual girará toda la trama. Una película que representa en realidad el mundo tal y como los dos personajes lo ven, con sus defectos y sus aciertos. Estos pequeños artistas se vuelven captadores, cámara en mano, de todo lo que les rodea, de convertir su ilusoria ficción en una verdad palpable (¿no es eso lo que buscan todos los artistas?), a través de la cual expresar sus dudas, sus miedos, sus sueños. Es entonces, cuando Jennings hurga en nuestros recuerdos, con lugares y situaciones que se nos tornan familiares (¿quién no ha jugado a ser una especie de Rambo o superhombre en su niñez?), y es capaz de devolvernos parte de aquellos juegos, entonces importantes, pero que con el paso del tiempo, hemos olvidado. También incide, un poco más tópicamente, en temas como la falta de cariño, o la tolerancia con personas de distintas creencias. Pero siempre con el tono justo, y sin cargar demasiado las tintas.

No es nada difícil identificarse con cualquiera de los dos personajes centrales, interpretados de maravilla por Bill Milner y Will Poulter. Ambos realizan aquí sus primeros trabajos para el cine, y resulta sorprendente este dato. La naturalidad y veracidad de sus interpretaciones hacían creer que llevaban en esto más tiempo. Su compenetración es perfecta, y sin ellos la película no hubiera sido la misma. Roban todos los planos en los que sale cualquier actor adulto, y es que al fin y al cabo, ‘El hijo de Rambow’ es una historia sobre niños, sobre su mundo, ése en el que los adultos no pueden entrar, porque han olvidado cómo hacerlo (de algo así hablaba Steven Spielberg en su incomprendida ‘Hook’).

Por eso, Jennigns no le habla a los niños, sino a los adultos que una vez lo fueron. Cualquiera de aquellos que tengan ya cierta edad, se verán en cierto modo reflejados en ‘El hijo de Rambow’, y se acordarán de cosas que se quedaron en algún rincón de sus memorias, evocarán aquellos años en los que no existían más que los juegos y los amigos, y tal vez lamentern el haber madurado, pues lo echarán de menos. Puede que esta película sea un poco autocomplaciente (ese cambio repentino de actitud en cierto personaje, o ese final que la hermana con ‘Cinema Paradiso’), pero la sinceridad de su propuesta está hecha desde el corazón, sin ningún tipo de maniqueísmo ni trampa formal.

Y todo porque una vez vimos una película de Stallone. Lo que son las cosas.

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