Durante la Eurocopa, muchos nos quejamos del abandono de la cartelera, de que las distribuidoras se rindieran ante el fútbol y decidieran estrenar todo lo que les sobraba. Una de las novedades de aquellas semanas fue 'El gran año' ('The Big Year'), una comedia protagonizada por tres estrellas del género, Owen Wilson, Jack Black y Steve Martin. En principio, un producto comercialmente potente; sin embargo, tras pasar sin pena ni gloria por los cines de Estados Unidos, aquí se vendió con escasa ilusión y, claro, la película pasó desapercibida (ni siquiera entró en el top 10 de la taquilla española). Un sorprendente resultado que solo genera desconfianza. Hoy os puedo confirmar que es tan simplona y convencional como parece, aunque os valdrá para pasar el rato si la pilláis en televisión o durante un aburrido viaje.
Precisamente, 'El gran año' gira en torno a un viaje (por triplicado), si bien como sucede con la mayoría de las narraciones, en realidad todo es una metáfora de un periplo interior, de una aventura a través de Estados Unidos que lleva a los personajes a aprender sobre la vida y sobre sí mismos. El problema con esta idea tan manoseada es que no suele dar frutos frescos, y todo queda en lugares comunes y discursos superficiales. Normalmente por dos razones: primera, que el realizador no es capaz (quizá porque nunca lo ha experimentado) de plasmar la travesía emocional y psicológica, quedándose en imágenes quizá bonitas pero en cualquier caso desprovistas de vida y pasión; segunda, que los personajes no resultan lo suficientemente carismáticos y auténticos como para que el espectador no solo los acompañe con interés, sino también se implique en lo que sucede en la pantalla, identificándose con alguno(s) de los protagonistas. Aquí no se esquivan estos obstáculos tan comunes.
Howard Franklin firma el guion de la película, basada en una novela de Mark Obmascik, 'The Big Year: A Tale of Man, Nature, and Fowl Obsession', sobre tres hombres que se embarcan en una peculiar carrera por observar u oír el mayor número de especies de aves diferentes en territorio estadounidense a lo largo de un año (al comienzo del film se nos dice que la historia es real, "solo los hechos han sido modificados"... ejem). Los protagonistas de 'El gran año' (así se llama la competición) son Kenny, Stu y Brad, tres tipos con nada en común excepto su pasión por los pájaros. El primero (Wilson, repitiendo ese personaje entre arrogante y patético que termina cayendo simpático) es un exitoso contratista y está considerado como el mejor observador de aves (birding) del país, el récord está en su poder. Para desesperación de su esposa, que desea tener su primer hijo, Kenny rompe su palabra y decide volver a competir, con la excusa de que solo lo hace para asegurarse de que nadie supera su marca.
Stu (Steve Martin, poco enchufado al personaje) tiene ese objetivo en mente. Piensa jubilarse, dejar la empresa que creó en manos de sus socios, y realizar el "gran año"; sin embargo, los nuevos dueños de la compañía todavía necesitan sus consejos, lo que le impide desconectar, y va a ser abuelo pero no tiene tiempo para la familia. El otro competidor es Brad (Jack Black, siempre balanceándose entre la relajación absoluta y la locura extrema), un desencantado y solitario informático divorciado que vive con sus padres; con un talento especial para diferenciar el canto de las aves, es el héroe humilde de la película, el personaje que debe superar las mayores dificultades en busca de su sueño. Los tres protagonistas parecen lanzarse a la carretera no tanto por la excusa de conseguir un nuevo récord sino por la necesidad de romper con la rutina y centrarse por completo, al menos temporalmente, al hobby que les apasiona. Algo que podemos entender todos, aunque nos suene raro que alguien se pare a observar el ritual de cortejo del águila calva (bastante curioso, por cierto).
Un gran problema de la película es que todo resulta demasiado previsible. Tanto el desarrollo de la competición como los acontecimientos de la vida privada de Kenny, Stu y Brad. Se amolda a lo que ya hemos visto cientos de veces y todos los giros del guion se intuyen enseguida. Desde que aparece el personaje de Rashida Jones, una encantadora compañera de afición de los protagonistas, sabemos que se ha puesto ahí únicamente para convertirla en futura novia de uno de ellos, sin detenerse a construir su personalidad o su pasado. Lo mismo ocurre con todos los secundarios, son piezas sustituibles que cumplen una función mecánica dentro de la trama, y los actores se limitan a cumplir tratando de que no se les note que están forzando los gestos o simplemente posando frente a la cámara. Una pena, porque además de la ya citada hay minutos para Rosamund Pike, Anjelica Huston, Brian Dennehy, Dianne Wiest, Tim Blake Nelson, Kevin Pollak, Joel McHale o Jim Parsons.
Además de la sosa narrativa de David Frankel (más activo en la gran pantalla tras el éxito de 'El diablo viste de Prada'), cuya puesta en escena desprende escasa conexión con la historia y los protagonistas, encuentro lamentable la simpleza del guion (ojo a los extremadamente comprensivos y serviciales personajes femeninos o el cambio drástico del padre de Brad) y el conservadurismo del tramo final, con las habituales lecciones vitales del cine comercial made in USA. La felicidad solo alcanzable dentro de un núcleo familiar tradicional. Porque tener una afición está muy bien, pero no seas friki, sal y busca una pareja, cásate, compra una casa, empieza a tener hijos, sufre para pagar la hipoteca... ¡sé normal! Que si no te puedes obsesionar, y la obsesión lleva la soledad, y la soledad es muy jodida, sobre todo en nochevieja. En fin, los actores se esfuerzan por hacer reír, me divierten las comparaciones de nuestro comportamiento con el de los animales (seguimos teniendo bastante en común) y hay tramos efectivos, pero el conjunto carece de ritmo, inspiración y valentía.