El ahora muy de moda Cormac McCarthy ha logrado tener la mejor de las adaptaciones de una de sus novelas con ‘The Road’, plasmación cinematográfica del libro de idéntico título —en nuestro país ‘La carretera‘— que narra la desesperada lucha por sobrevivir de un padre y su hijo de corta edad en un mundo post apocalíptico sin futuro alguno. El que haya leído la novela se encontrará con un tratamiento muy fiel de la misma, y el que no pensará que estamos ante una nueva ‘Soy leyenda’ (‘I Am Legend’, Francis Lawrence, 2007) que a tenor de los tráileres vistos es como parece que intentan venderla. Pero ‘The Road’ va mucho más allá que las versiones realizadas sobre el popular relato de Richard Matheson con el que de McCarthy puede guardar no pocos parecidos.
Estrenada entre nosotros a principios del presente mes, uno de sus aspectos más discutidos es su final, el cual para algunos no tiene demasiada coherencia con el resto de la película. Al igual que en el libro lo tachan de romper el tono pesimista del relato con una conclusión aparentemente feliz o de cierta mirada esperanzadora. Sin embargo el cierre del film creo que es muy coherente con el discurso de la película y no se trata de una concesión al espectador, si no que se disfraza de ello para plantearnos inquietantes interrogantes.
‘The Road’ está ambientada en un mundo post apocalíptico en el que el hombre se ha convertido en un lobo para sí mismo. Un hombre y su hijo vagan por una carretera en pos de un horizonte bañado por un mar que devuelva algo de sentido a sus vidas. No hay más, la película gira alrededor de esa premisa mostrándonos el día a día del hombre y su hijo. Muchos han acusado al film de que en éste no pasa absolutamente nada o prácticamente muy poco, y lo cierto es que pasan muchas cosas. No sólo asistimos al viaje de los dos protagonistas recorriendo paisajes desoladores que no cambian. También vemos, mediante un flashback, como el apocalipsis llega en un abrir y cerrar de ojos, los motivos no importan, sólo llega. Vemos la lucha incansable de un hombre por mantenerse con vida, teniendo que hacer todos los días un esfuerzo sobrehumano por no rendirse, al contrario de lo que hizo su mujer dejándolos solos. Y vemos sus encuentros con otros semejantes de los que no pueden fiarse, o con los que no pueden cargar. Las alegrías de un mundo que ya no existe vienen de refrescos burbujeantes probados por primera vez, o en forma de comida almacenada. El resto es el horror.
En todos y cada uno de los pasos que los personajes dan, es el personaje del hombre —impresionante Viggo Mortensen, en la que muy probablemente sea la mejor interpretación de su carrera— quien toma todas las decisiones rigiéndose por unas normas inquebrantables. El niño —un muy convincente Kodi Smit-McPhee— sólo observa y obedece a regañadientes, sus actos innatos de comportamiento con otros semejantes son rechazados por un padre que conoce el terror real, y no es hasta el final de la película cuando el niño se ve obligado a tomar una decisión por sí solo, sin ningún tipo de influencia paterna. Pero es que además ‘The Road’ ilustra el viaje de dos muertos, aunque éstos no lo sepan. El mundo tal y como lo conocemos es irrecuperable, la mayor parte de la humanidad ha sido extinguida y entre los que quedan la cosa se divide entre caníbales y muertos a corto o largo plazo.
La muerte del hombre dejando al niño solo frente a un mar de horizonte oculto, no es un desenlace, es una parada más en el camino, esta vez para soportar lo inevitable. El viaje del hombre ha terminado, el del niño comienza pero para ello deberá decidir. O se queda solo o se une a sus nuevos amigos, que no se han acercado a él hasta que el hombre ha muerto —signo del mismo miedo y cautela que sentía el personaje de Mortensen— e incluso cuando lo hacen es con un arma en la mano. Queda para la duda de si los nuevos amigos, esa extraña familia unida con perro y todo, tienen buenas intenciones o no, y aunque se sugiere que es lo primero, bien podría no serlo. Al niño le queda un camino tan incierto como el que ha recorrido hasta ese momento y ese final no hace más que reforzarlo. Dejarlo más claro sería rendirse ante aquellos que lo quieren todo masticado, o terminar con el niño solo frente al mar esperando la inevitable muerte sería por un lado, adelantar innecesariamente lo que sin duda ocurrirá, y por otro, molestar al espíritu de François Truffaut.
Parece mentira que ‘The Road’ no haya obtenido ni una sola nominación a los Oscars, pero podría haber aspirado tranquilamente a las de mejor película, mejores actores y unas cuantas a nivel técnico, como por ejemplo el soberbio trabajo de Javier Aguirresarobe, que fotografía un mundo árido, acabado y sin vida. Su trabajo está muy por encima del de John Hillcoat que confía demasiado en el excelente material del libro, un poco más de garra y personalidad por parte del director convertirían a ‘The Road’ en la obra maestra que pide a gritos ser.
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