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En esa obra maestra que es ‘Un mundo perfecto’ (‘A Perfect World’, Clint Eastwood, 1993) se produce una de las mejores metáforas que se han podido ver en una película. Y lejos de cualquier filigrana pseudointelectualoide, Eastwood apuesta por la sencillez, la mejor de las herramientas en el arte, arriesgada de utilizar pues o la confunden con la simpleza, o cae de lleno en ella. La escena en concreto es una de transición en la que Butch (Kevin Costner) va en coche con Phillip (T.J. Lowher) y el primero le explica al segundo que el vehículo en el que van es en realidad una máquina del tiempo de fácil manejo. Lo que hay delante es el futuro, lo que se deja atrás el pasado. Si uno quiere llegar antes a su destino sólo tiene que pisar el acelerador. El freno te permite detenerte y disfrutar del presente, y de saborearlo lo máximo posible antes de seguir hacia delante.
Con esa maravilla de explicación, Eastwood habla rápidamente de multitud de cosas. La fugacidad de la vida, el recuerdo de lo pasado, el siempre inesperado futuro, las decisiones que tomamos. Temas de vital importancia y que rodean nuestro día a día —soy de los que piensan que la vida es una continúa decisión, y la cobardía se paga muy cara— explicados a través de una muy inspirada metáfora, cuya mayor virtud es que la entiende hasta un niño, nunca mejor dicho. En la imprescindible serie de televisión ‘A dos metros bajo tierra’ (‘Six Feet Under’) se utiliza dicha metáfora en el impresionante final de una serie que, dicho sea de paso, echa mano en todo momento de técnica y conceptos cinematográficos, lejos de la tiranía que supone la puesta en escena televisiva la mayoría de las ocasiones.
La muerte de Nate (Peter Krause) es el mayor punto de inflexión de la serie que concluye con un final apoteósico. Un final en el que se permite tirar por tierra una de las afirmaciones de don Billy Wilder, aquella en la que sostenía, no sin razón, que el final de la película no era el fin de la historia, que ésta continuaba pues la vida de los personajes no terminaba ahí. El final de ‘Six Feet Under’ no deja lugar a dudas y cierra absolutamente todo lo relacionado con los personajes fijos de la serie, esto es, Nate, Brenda, Ruth, Keith, David y Claire. La muerte de un ser muy querido (Nate) hace que aquellos a los que deja tomen conciencia de quiénes son y se enfrentan al futuro con envidiable entereza, conscientes de que todo puede acabar en cualquier instante, algo que saben muy bien en una familia que trata con la muerte todos los días.
El inicio de la casi totalidad de los episodios narra la muerte de una persona cualquiera en una circunstancia cualquiera. Jugando con el muy manido fundido en negro, el momento de la muerte es mostrado con todo lo contrario, un fundido a blanco, decisión a mi parecer, de lo más acertada, pues creo que el blanco refleja mucho mejor la nada más absoluta (la muerte) que el negro. Creo que el impacto está mejor conseguido. Y ese elemento funciona además como elemento narrativo, alcanzando su máximo esplendor en el citado final, en el que los tonos claros, cercanos al blanco, representan un posible futuro, tan esperable como la segura muerte que a todos aguarda. Pero antes del doloroso desfile de fallecimientos de unos personajes que a esas alturas son como nuestra propia familia, presenciamos la despedida de Claire, en una escena llena de simbolismos y apuntes que hablan de cosas cercanas y con las que es fácil identificarse, uno de los aciertos de la serie.
En una escena tan sencilla como la de una despedida, Ball, que se reserva siempre el último episodio de cada temporada para dirigirlo, acierta en una puesta en escena que va más allá del simple lenguaje televisivo. Dicha secuencia destila verdad por todos los poros, algo a lo que debe aspirar toda obra de arte para ser imperecedera. La grandeza de la serie es que no realiza concesión alguna, y esos últimos minutos son como varios puñetazos directos al corazón del espectador. Un hermano aconsejando decir “adiós” y “te quiero”, una hija dando las gracias a su madre por darle la vida —¿no deberíamos agradecerlo todos algún día?—, y un fantasma insistiendo que lo que ella quiere es apartarse de su familia en pos de una buena vida profesional, por mucho que duela. La escena culmina con una revelación dolorosa, cuando Claire saca una foto de ese momento, el fantasma de Nate le dice al oído que no puede hacerlo, pues dicho momento ya ha pasado. Ninguna foto saca realmente el momento que queremos, a no ser que se haya preparado.
Claire se monta en su coche y pone el CD que le ha grabado su último novio. Suenan los primeros acordes de ‘Breath Me’ de Sia, una canción que por sí sola no es gran cosa, pero que acompañada de las imágenes de la serie alcanza una mayor dimensión. Dos bellas metáforas se suceden una tras otra: la familia desenfocada la despide desde el porsche de casa, y acto seguido Claire mira su espejo retrovisor, el cual parece una fotografía con marco y todo —recordemos cuál es la pasión de Claire— dentro de la cual Nate va desapareciendo, quedando atrás. A partir de ese instante, en el que Claire deja lo más importante de su vida para seguir hacia delante, ocurre algo tan lógico como inesperado, algo que nos sume en un profundo dolor y al mismo tiempo nos libera de toda la dureza de la que la serie ha hecho gala a lo largo y ancho de sus densas cinco temporadas.
Mientras el coche avanza y la cámara se acerca y aleja de él, vemos cómo la vida continúa para los personajes. David enseña el negocio a su hijo adoptivo, Ruth puede seguir con su vida teniendo la certeza de que Nate era feliz justo antes de morir, el cumpleaños del hijo de Brenda. El coche empieza a ir más rápido, en realidad, la imagen está acelerada. La boda de David y Keith donde ya percibimos para nuestra congoja que nuestros personajes preferidos de la televisión están envejeciendo. La cámara sube, el coche empieza a adquirir una mayor velocidad, y tal como Butch le decía a Phillip, vemos el futuro. Un doloroso futuro que en realidad es el mismo que nos espera a todos. La liberación se produce a través de las lágrimas.
Ruth Fisher muere en el 2025 acompañada de sus seres queridos, incluidos Nathaniel (Richard Jenkins) y Nate, que la esperan desde hace tiempo. George (James Cromwell) la llora sinceramente.
Keith Charles muere en el 2029, haciendo lo que mejor sabe hacer. Abatido por cuatro disparos, que sentimos casi en nuestro propio cuerpo. A continuación, la boda de Claire, con un hombre casi opuesto a ella, y que le ha estado esperando durante años. Quizá las mejores parejas son aquellas con pocas cosas en común, aquellas que construyen un lugar de aprendizaje mutuo como inquebrantable muro de su relación.
David Fisher muere en el 2044 en una apacible tarde mientras ve a un Keith joven jugando al rugby. El dolor ya es insoportable, y en ese instante la música parece calmarse un poco, tal vez para dar un respiro. La batería de ‘Breath Me’ entra con fuerza cuando Federico cae fulminado por un infarto mientras realiza un crucero con Vanessa. Muere en el 2049 mientras nos alegramos por su larga vida al lado de la mujer que le quiere, de aquella que le perdonó una infidelidad. La confianza reforzada.
Brenda Chenowith muere en el 2051, acompañada de la persona que más le quiere y a la que más quiere, su hermano Billy —nos equivocamos al pensar que es Nate—. La relación más atrevida de la serie. No nos atrevemos a juzgarlos pues su felicidad no nos pertenece.
En el interior de una casa hay un montón de fotografía colgadas en la pared, y mientras la cámara va abriéndose paso hacia una habitación que envidiaría el mismísimo Kubrick, vemos que dichas fotografías son el legado de toda una vida, los recuerdos impresos en una imagen capturada por el ojo de Claire. Muere en el 2085, acompañada de todos esos recuerdos, de todas esas vivencias. Vive la friolera de 102 años.
La cámara vuelve a los ojos de la Claire del presente, cuyo gesto ha cambiado. Se ve en su rostro una entereza que hasta ese momento no vimos. Tomando conciencia de su pasado y su presente, Claire viaja con decisión hacia su futuro. La cámara se endereza, una carretera desértica que parece terminar en un cielo blanco. Antes de que suban los títulos de crédito la pantalla permanece con esa nada tan familiar. Ningún nombre. Ahí debemos poner el nuestro.