“¡De acuerdo, primitivos cabezas de tornillo, escuchad! ¿Veis esto? Esto…¡es mi palo explosivo! Es un Remington de dos cañones calibre doce. Número uno en ventas de S-Mart’s. Podéis encontrarlo en el departamento de artículos deportivos. Fue fabricado en Grand Rapids, Michigan. Su precio de venta es de 195. La culata es de nogal, y los cañones recortados de acero azul cobalto, tiene un gatillo finísimo, ya lo ven.. Compre elegante, compre en Smart.. ¿¡Entendido!? Estoy en condición de juraros que el próximo primate que sólo intente rozarme, ¡morirá!” – Ash
Y yo estoy en condición de afirmar que, habiendo visto ya todas las películas de Sam Raimi, los primeros veinte minutos de ‘El ejército de las tinieblas’ (‘Army of Darkness’, 1992) son lo mejor que el diablillo colega de los hermanos Coen ha dirigido en toda su vida. O, al menos, lo más gozoso y divertido. Si, hace un tiempo, hablábamos de una gozada de película mal hecha a propósito (aunque está muy bien hecha, realmente), titulada ‘Golpe en la pequeña China’ (‘Big Trouble in Little China’, John Carpenter, 1986), aquí nos encontramos con otro ejemplo máximo de película chapucera (recuerdo bien esa frase de Coppola: “lo que los estudios todavía no comprenden es que soy un cineasta chapucero) que en lo que más importa, que es el ingenio a la hora de filmar, de crear las tomas, el estilo y la puesta en escena, como compendio de una forma de entender las imágenes y el sonido, es cine muy bien hecho, con mucho sentido (por muy disparatado que sea su argumento), con muy buen gusto (aunque se trata de una broma suprema) y con mucho talento dentro, a pesar de sus numerosos defectos narrativos. Pero, al estar asumidos como tales, lo cierto es que llegan a importar bien poco.
Es decir, más que placer culpable (de los que todos tenemos, algunos de ellos quizás inconfesables…), ‘El ejército de las tinieblas’ es una de esas cintas disparatadas que es un placer defender a capa y espada contra los que la despedazan sin piedad desde su, más que probable, carencia absoluta de sentido del humor. Precisamente un sentido del humor (grueso, chabacano, grotesco muchas veces, pero igualmente tronchante) que la quinta realización del bueno de Raimi derrocha por todos sus poros. Once años después de su gran éxito ‘Posesión infernal’ (‘The Evil Dead’), filmada con cuatro duros y que, además de significar su estreno como director, también significó una insólita millonada de dólares, y cinco después de la segunda parte, vuelve Ash, vuelve su chulería, y vuelven los muertos vivientes, esta vez homenajeando a Harryhausen. Y, desde luego, aunque con menos sangre y casi sin miembros cercenados y putrefactos, vuelve la diversión de un cine sin complejos.
Si te aburres, estás muerto…nunca mejor dicho
La cosa empieza por todo lo alto. Cuando afirmo que los quince o veinte primeros minutos son lo mejor que Raimi ha hecho en toda su carrera, lo digo después de revisarlos una y otra vez y maravillarme con cada plano, con cada corte de montaje, con cada alocado movimiento de cámara y con un guión y una puesta en escena trufados de ideas ingeniosísimas, ora visuales o narrativas, ora humorísticas o aventureras. Con un veloz y conciso prólogo narrado por el propio Ash (y Bruce Campbell es dueño de una voz imponente), se hace un repaso a lo que ha venido ocurriendo hasta ahora, y entramos de lleno en una imprecisa época medieval (que del medievo hace gala de todos y cada uno de los arquetipos imaginables, como damiselas hermosas, herreros, soldados, campesinos ignorantes, vasallos, guardias, y un largo etc… sin caer en el tópico manido, pues no es lo mismo arquetipo que tópico…) en el que, por supuesto, tratándose de quien se trata, tienen existencia la magia y la brujería. Y así, Ash, convertido en un esclavo, será tomado por uno de los hombres de Henry el Rojo (arquetipo de los guerreros norteños), y torturado por Lord Arthur (arquetipo de los nobles medievales que luchaban por sus territorios).
Y si después de esta primera parte, todo se vuelve bastante alocado y endeble (aunque igualmente disfrutable), durante estos minutos la sensación de asistir a un relato medieval de pura estirpe es grandísima. Por su densidad conceptual, porque cada plano es de una coreografía visual y escenográfica apabullantes. Y todo termina con el memorable discurso en que Ash, aburrido de recibir golpes por todos lados, coge su escopeta (que ha sacado de Dios sabe dónde…), y establece la diferencia entre un relato medieval, y otro que es un homenaje y una parodia de esos mismos relatos, pues su viaje en el tiempo (que entronca con el de Samurai Jack, por ejemplo) le convierte en un absurdo que ha de luchar por volver a casa, gracias al mago (otro arquetipo bestial, a medio camino entre Merlín y un histriónico Einstein) y al famoso Necronomicón. Y ahí llega la segunda, y aún más ingeniosa (aunque por desgracia desequiibrada a más no poder) parte de la película, con Ash huyendo de un monstruo que jamás veremos (limitaciones de presupuesto, supongo), refugiándose en un molino maldito de salvaje imaginería gótica, peleando con cientos de mini-ashes, y dando lugar a su clon malvado. Uff.
Pero llega mi chiste favorito, que es el célebre homenaje a la ya desgraciadamente muy anticuada ‘Ultimátum a la Tierra’ (‘The Day the Earth Stood Still’, Robert Wise, 1951), reutilizando el famoso mensaje en clave “Klaatu barada nikto” para el momento de la recogida del Necronomicón. Mensaje luego olvidado por Ash, quien intenta solventar el problema de la forma más cómica posible. Y es que Bruce Campbell es la película. Un verdadero dibujo animado, que en nada debe envidiar al gran Jim Carrey, una fuerza de la naturaleza capaz de combinar la ruindad y la mezquindad con la nobleza y la valentía, sin perder el sentido del humor, desdoblándose en el malvado Ash que comanda a los muertos, siendo el artífice de que la tercera y última parte de la película (la más endeble de ritmo, ideas e imágenes) se sostenga algo mejor. Raimi pone lo mejor de su parte, con algunas imágenes pesadillescas, pero a los arrolladores primeros minutos les sustituyen unos últimos mucho menos interesantes. No importa, nos lo hemos pasado en grande.
Conclusión e imagen favorita
Una de las más grandes gamberradas que recuerdo, intensa, divertida y llena de buenas idea, sobre todo en su arranque. Algunos la encontrarán chorra, desmedida, olvidable o innecesaria. Allá cada cual. Mi imagen favorita es la de Ash disparando a bocajarro a la cara del Ash Malvado, y diciendo: “Bueno, malo…soy el tipo con un arma”. El estupendo tema musical de Danny Elfman (que se añade a la música de Joseph LoDuca), adelanta su futura colaboración en la serie del hombre araña, nunca tan disfrutable como esta película.
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