Lionel: ¿Conoces la palabra que empieza por “f”?Jorge VI: ¿F…fff… fornicar?
Se empezó a hablar de ‘El discurso del rey’ (‘The King´s Speech’) a finales de septiembre, cuando el film de Tom Hooper ganó el premio del público en el festival de Toronto. Ha sido la triunfadora en los Oscars, alzándose con cuatro estatuillas (mejor película, director, actor protagonista y guion original), a lo que hay que sumar el Globo de Oro al mejor actor, siete premios BAFTA (entre ellos, mejor película), el Goya a la mejor película europea y también el Independent Spirit Award a la mejor película extranjera, entre otros galardones. Además, cabe destacar que a día de hoy acumula una recaudación de cerca de 250 millones de dólares en todo el mundo (su presupuesto fue de 15 millones). Es la película más premiada de 2010, y una de las más taquilleras. Quién lo diría, cuando la historia que narra gira en torno a un monarca tartamudo y su peculiar logopeda.
Claro que la cosa no se queda ahí, del mismo modo que ‘La red social’ (‘The Social Network’) no es solo un film sobre la creación de Facebook. Como la película de David Fincher (que en mi humilde opinión debió llevarse el Oscar), ‘El discurso del rey’ no es un retrato exclusivo de ciertas personas en un determinado momento histórico, sino que abarca temas tan generales y poderosos como la frustración y la superación personal, la amistad y el amor, la responsabilidad y el miedo. El escrito por David Seidler es un relato que se centra en un miembro de la realeza, pero que levante la mano quien no se haya sentido identificado con el bloqueo del protagonista al intentar hablar en público, quien no haya sentido en sus propias carnes la tensión que le asfixiaba la garganta al acercarse a un micrófono. Ahí radica uno de los grandes aciertos del guion, tratar la superación de un conflicto que podemos sentir muy cercano, reforzado por la interpretación de un pletórico Colin Firth, dando vida a un complicado personaje que en otras manos podría haber quedado reducido a un mero cúmulo de tópicos.
Seidler, el más veterano en ganar un Oscar al mejor guion (73 años), se inspiró en su propia vida cuando empezó a crear la historia de ‘El discurso del rey’. Sufrió de tartamudez hasta su adolescencia, y oyó en directo los discursos de Jorge VI, impactándole sobremanera; ya adulto, pidió permiso a la Reina Madre para incluir la historia del monarca y ese importante evento en un guion, pero la viuda le contestó que esperara hasta su muerte, pues no deseaba reavivar sus recuerdos. También he leído que Firth tuvo que lidiar en su juventud con un nódulo en las cuerdas vocales, sufriendo por un tiempo la impotencia de quien es tomado por torpe al no poder expresarse como los demás. Estoy seguro de que estas experiencias importan y se reflejan en el producto final, en lo que vemos en la pantalla, así como la pasión de Geoffrey Rush por la obra de Shakespeare, logrando que parezca algo genuino de su personaje.
Gracias a una impecable labor de producción, ‘El discurso del rey’ nos transporta a la Inglaterra de los años 20 y 30, para asistir al drama del rey Jorge VI (Firth), que debe superar su tartamudez para poder hablar a su pueblo, para poder comunicarse con unas gentes que necesitan desesperadamente un líder en un momento crucial, tras la declaración de guerra a la Alemania de Hitler. Como duque de York había llegado a tolerar la ansiedad que le provocan los actos públicos, arropado por las atenciones de su esposa (Helena Bonham Carter), consciente de que su hermano mayor heredaría el trono de su padre, Jorge V (Michael Gambon). Sin embargo, la irresponsabilidad de Eduardo VII VIII (Guy Pearce), envuelto en un escándalo por su relación con una estadounidense divorciada, lo obliga a abdicar, cediendo la corona a un acomplejado Jorge. Necesitado de una voz que se resiste a salir, el monarca deposita su confianza en los inusuales métodos de Lionel (Geoffrey Rush), un australiano aficionado a la interpretación que demuestra mayor competencia que los médicos de la nobleza en los problemas del habla.
Soy el primero en defender la portentosa interpretación de Firth, pero lo cierto es que la película se apoya en él tanto como en Rush, encarnando a Lionel Logue. Es con ellos en pantalla cuando ‘El discurso del rey’ alcanza sus mejores momentos. Los eventos asociados a la pesada responsabilidad que debe asumir “Bertie” (como insiste en llamarle Lionel) es la excusa que hace avanzar la trama, si bien lo más interesante es la relación que se establece entre estos dos hombres tan origen y carácter tan diferentes; la diferencia de clases, los complejos del británico y el desparpajo del australiano complican el acercamiento, pero poco a poco se asienta la confianza y el respeto, llegando a una amistad que, tal como nos aclaran en los créditos finales, se mantuvo firme con el paso del tiempo. Es curioso que solo se hable de cómo Jorge VI logró recuperar su voz (no del todo, pero lo suficiente para superar sus inmediatas obligaciones), cuando también Lionel experimenta una evolución interior a lo largo de la película, debiendo luchar contra los prejuicios ajenos y sus propias flaquezas, para poder ayudar al monarca.
Al margen de nuestras preferencias personales (tres finalistas al Oscar me parecen mejores películas que ésta), y de la famosa influencia de los hermanos Weinstein, resulta notoria la solidez de los pilares sobre los que se ha construido ‘El discurso del rey’. De cuidado diseño, escrita con esa mezcla de complejidad y sencillez que caracteriza a unos creíbles personajes, interpretados por un formidable elenco de actores, y con una música excelente (de Alexandre Desplat), la amable fábula del rey tartamudo cuenta con suficientes atractivos para conquistar al público y la crítica. Se ha discutido el uso del gran angular por parte de Tom Hooper hasta el punto de convertirse en la excusa preferida para atacar su trabajo, cuando él mismo ha explicado (y además resulta evidente) que tiene una fidelidad dramática, transmitir al público el estado de ánimo del protagonista, enfrentado a sus defectos y temores. Veo absurdo buscar en ello un supuesto disimulo de carencias (de dirección y presupuesto), y sí más coherente criticar una puesta en escena muy convencional, necesitada en exceso del plano y contraplano, posiblemente por la formación televisiva de Hooper.
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