Si ‘La novia del diablo’ (‘The Devil Rides Out’, Terence Fisher, 1968) era la película preferida de Christopher Lee de las que hizo para la Hammer, ‘El collar de la muerte’ (‘Sherlock Holmes und das Halsband des Todes’, Terence Fisher, 1962) está en las antípodas de los gustos del actor. Dando vida al siempre estimulante Sherlock Holmes, junto con Drácula el personaje de ficción más veces llevado al cine, el film no gustaba nada al actor, que consideraba que estaba mal montado y no tenía sentido. Algo de razón no le faltaba.
Terence Fisher se encontraba en mitad de su mejor época gracias a sus trabajos para la Hammer, productora a la que regresó con ‘La leyenda de Vandorf’ (‘The Gorgon’, 1964). En Alemania e Irlanda filmó esta aventura de Sherlock Holmes, con resultados muy diferentes a los que años antes había logrado con ‘El perro de Baskervilles’ (‘The Hound of the Baskervilles’, 1959), delicia de la filmografía de Fisher en la que también aparecía Lee, en un personaje secundario. El rodaje de ‘El collar de la muerte’ estuvo lleno de problemas, algo que terminó pagando la propia película en sí.
Entretenimiento y desconcierto
A pesar de contar en el guion con nada menos que Curt Siodmak –conocido escritor de fantástico, a quien debemos los libretos de maravillas como ‘Yo anduve con un zombie’ (‘I Walked With a Zombie’ Jacques Tourneur, 1943) o ‘La bestia con cinco dedos’ (‘The Beast with Five Fingers’, Robert Florey, 1946)−, el film se resiente bastante en lo que es toda su trama, basada mucho en la casualidad, y sobre la que continuamente discutían sus productores, llegando a hartar a Fisher, quien tomó la determinación de delegar en su asistente Frank Wintersten, quien había trabajado con anterioridad con Fritz Lang.
Entre lo más desconcertante de esta peculiar obra, que en ningún momento llega a aburrir, es el tono, probablemente no intencionado, que en ocasiones tiene de comedia. Algunas de las situaciones –la apertura de un sarcófago, el robo al furgón blindado− destilan una torpeza indigna de Fisher, provocando lo que comúnmente llamamos risa tonta. El ingenio del director británico aparece en contadas ocasiones, sobre todo en soluciones de puesta en escena, como la planificación en casa del profesor Moriarty (Hans Söhnker), o un flashback explicativo, a mitad de metraje, en el que podemos apreciar el nervio de su director.
El resto es, a todos los niveles, de una simpleza que asusta por momentos, y decepciona mucho, sobre todo por no encontrar la típica ambigüedad de la que hacía gala Fisher en sus mejores obras. Estamos ante una cinta ligera y amable, lo cual no tiene nada de malo, pero se echa en falta la mano de un Fisher más entregado y retorcido, sobre todo en un film sobre Sherlock Holmes, que sólo resulta interesante por la interpretación de Christopher Lee, capaz de llenar los huecos del tratamiento de personajes. Por la contra, Watson (Thorley Walters) queda reducido a un mero comparsa cómico, sin el cual la acción se desarrollaría igualmente.
Holmes versus Moriarty, lo mejor
Si hay algo verdaderamente reseñable en ‘El collar de la muerte’, que toma prestada la novela de Arthur Conan Doyle ‘The Valley of Death’, es el enfrentamiento Holmes/Moriarty, que va de menos a más, con un cuidado crescendo, sólo en ese punto, y que hace aguantar el film. Recordemos que en la obra literaria el considerado el archienemigo de Holmes aparece en muy pocas ocasiones, todo lo contrario que en el cine, donde el personaje, de enormes posibilidades, se ha lucido mucho más. Sus cuatro encuentros son lo mejor de la película.
Encuentros marcados sobre todo por el duelo de inteligencia entre ambos personajes, prácticamente por encima del bien y del mal, eso sí, en detrimento de la figura policial –el dibujo de Scotland Yard es realmente patético, quedan como auténticos tontos−. Ambos actores se entregan a sus roles con pasión y elevan la calidad de una película que, para colmo, y como sucedía en muchas del cine europeo de aquellos años, no fue grabada con sonido directo, por lo que las voces de los personajes se grababan a posterior, y en ocasiones no eran las de los propios actores, al menos en el caso de Lee y Walters.
Una profunda decepción a muchos niveles: Terence Fisher, desgana convertida en mediocridad; Curt Siodmak, guion de juzgado de guardia donde muchas de las cosas pasan porque sí; y Sherlock Holmes que, aunque Lee presta su buen hacer, queda reducido a un mero esquema de lo que sabemos es. Al final se acentúa el anacronismo de la cinta –tal vez para señalar que Holmes es atemporal−, citando a Jack el destripador en un cierre que pedía a gritos una continuación.
Fisher continuó en su siguiente trabajo con esa extraña mezcla de humor y terror, en otra de sus cintas menos conocidas, ‘The Horror of it All’ (1964). Por otro lado, Lee volvería a ser Holmes en un par de telefilms de principios de los noventa.
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