Enfrentarse a una película como ‘El cielo es real’ (‘Heaven is for Real’, Randall Wallace, 2014), cuando se carece de creencias religiosas, es una tarea si no difícil, algo extraño. ¿Cómo hablar, en mi caso, de una película cuyo mensaje es que el cielo, tal y como se dice en la Biblia, existe? La película del escritor de ‘Braveheart’ (id, Mel Gibson, 1995) —sin duda su trabajo más recordado— ha recaudado en su país de origen poco menos de cien millones de dólares, todo un logro para una película de estas características, enfocada abiertamente a la comunidad cristiana evangélica de los Estados Unidos.
Sin duda son ellos los que habrán llenado los cines, convirtiendo en éxito una película de tan sólo 12 millones de dólares de presupuesto. Por estos lares no ha corrido la misma suerte, estrenándose además en el considerado peor fin de semana de la historia en nuestro país. En un momento histórico en el que la Iglesia va perdiendo adeptos a pasos agigantados, realizar un film como éste es todo un reto, por su mensaje tan directo y claro, empezando por su título. El film es la adaptación del libro homónimo escrito por Todd Burpo y Lynn Vincent.
Al parecer mientras operaban de apendicitis al hijo de Burpo, aquél tuvo una experiencia en principio inexplicable; según sus propias palabras, o las del libro, estuvo en el cielo y conoció a Jesús. Son muchos los que acusaron a Burpo de tergiversar las palabras del pequeño y construir una muy oportunista historia cercana y ventajosa para sus creencias, con los posteriores beneficios de escribir un best seller, que ahora cuenta con su adaptación cinematográfica, en la que algunos debemos hacer saltos de fe más grandes que al ver la trilogía de Peter Jackson.
Puesta en escena y demagogia
Al margen de dicha fe, encontramos un film narrado con convicción por un Wallace que renuncia a lo fácil, limitándose a narrar una serie de hechos sin tomar parte en su ideología o creencias en buena parte del metraje. Desconozco si Wallace es creyente, pero sí es conocedor de los mecanismos cinematográficos para narrar una historia con un mínimo de eficacia, y lo cierto es que aquí lo logra, especial mención para las secuencias, oníricas, fantásticas, milagrosas, etc. del niño en lo que se supone es el cielo. El guión por supuesto es de risa, pero a la acertada puesta en escena hay que sumar una labor actoral bastante estimable.
Es en la composición de Greg Kinnear, como Todd Burpo, donde se encuentran los mayores hallazgos de una película como ésta. El actor compone un personaje más interesante de lo que parece, predicador y bombero, al que la crisis azota como a todo hijo de vecino, con fuertes creencias religiosas que se ven tambaleadas cuando su hijo le narra su experiencia en la mesa de operaciones. Es en esa dicotomía donde el actor da lo mismo de sí, expresando muy bien sus dudas y miedos ante la posibilidad de que todo en lo que cree exista realmente, sin más ni más.
Por supuesto, en su tramo final, el film hace gala de una demagogia brutal al explicar el término cielo como mejor le viene al pastor renacido de sus propias cenizas. Es entonces cuando ‘El cielo es real’ se vuelve, al menos para mí, insuficiente e incluso innecesaria, por mucho que Wallace demuestre ingenio al realizar muchas de las secuencias partiendo de un plano del cielo nublado más bonito jamás visto. Es entonces cuando echo de menos a Frank Borzage.
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