‘El chico del millón de dólares’ (‘Million Dollar Arm’, Craig Gillespie’, 2013) es uno de los casos de decepción más grande de los últimos meses dentro de las películas que se estrenan en nuestro país. El director es lo suficientemente interesante como para darle un voto de confianza, y lo que nos ha mostrado es su venta total y absoluta al mainstream y la ideología Disney más conservadora y tendenciosa. El reparto está lleno de actores solventes, más que eso. Apuntemos: Jon Hamm, Bill Paxton y Alan Arkin. Suficientes como para justificar el visionado de la película, e incluso el pago de una entrada.
La historia está muy sobada en el cine estadounidense y su creída superioridad mundial. Un agente deportivo, al borde de la ruina, encuentra en las ligas de cricket de la India a los jugadores perfectos para su equipo de béisbol. Dos chavales que conocen la pobreza y lo injusto de este mundo de primera mano. Pero no pasa nada. La gran sociedad yanqui les abrirá sus puertas para que vean cumplidos sus sueños personales, eso sí, en su mundo de piruleta, arco iris, príncipes encantados y demás elementos del american way of life actual. Basada en hechos reales, ojo.
John Hamm, actor muy admirado por la serie de televisión ‘Mad Men’ (id, 2007 - ), pone el piloto automático para dar vida a JB, el citado agente deportivo, al que le encanta vivir bien, con un cochazo y una casaza. Pero tendrá que empezar a cambiar de estilo de vida si no quiere verse en la completa ruina. Una noche, haciendo zapping, tendrá una visión, organizar un concurso —el ‘Million Dollar Arm’ del título original— y se las ingeniará para convencer a inversores y ojeadores deportivos, volviendo de este modo a la cresta de la ola.
Peligrosa ideología
Topicazo tras topicazo en una película cuyas intenciones no imagino malas, pero en cuyo subtexto, léase producida por Disney, se lee una desvergonzada y presuntuosa superioridad moral y ética de lo yanqui frente al resto del planeta, en el típico ejercicio de pescadilla que se come la cola. El dinero no da la felicidad y es menos importante que los amigos, el amor y la gente que te necesita. Muy bien. Bravo. Aplausos. Si alguien quiere emocionarse, también puede. Sin embargo, el dinero nunca deja de ser el objetivo para el protagonista. Su previsible cambio de actitud tarda demasiado en llegar.
Así pues tenemos dos horas largas de película donde lo único salvable son los tres actores citados, y eso que Hamm no se esfuerza lo más mínimo. Pero ver pasearse por la película a Bill Paxton y Alan Arkin en roles secundarios es todo un placer cinéfilo. Ambos con una profesionalidad y buen hacer que asustan, capaces de hacer atractivos e interesantes personajes inanes. En el caso de Arkin presenciamos una impecable labor de roba-planos que deja con la boca abierta. Fugaz personaje, con el elemento experiencia a cuestas, que en manos de Arkin llega a hacer sentir algo. Atribuible al actor, no al guión ni a la dirección.
El en otros tiempos interesante Craig Gillespie se pierde en una puesta en escena que va de lo puramente telefilmesco a lo meramente convencional. A todo plano le corresponde un más que previsible contraplano, y el montaje es de esos de “por orden, que nos perdemos”. El director que mostró cierta frescura haciendo que Ryan Gosling se enamorase de una muñeca, manejando temas espinosos o incómodos, se vuelve aquí de lo más convencional. Una pérdida de tiempo para espectadores muy poco exigentes fáciles de manejar.
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