-No puedo tener sexo con mi esposa, ni con otras mujeres. ¿Qué demonios es esto?-Matrimonio.
‘El cambiazo’ (‘The Change-Up’) es la última propuesta de un subgénero que en Estados Unidos se conoce como “body swap“, esto es, “cambio de cuerpo”. Por arte de magia (dependiendo de la pericia del guionista la excusa será más o menos vaga), la mente de un personaje se traslada durante un tiempo al recipiente de otro individuo con una personalidad o una vida muy diferente, y la comedia está servida; a veces se da una vuelta de tuerca a esta idea y el resultado es que dos personajes muy dispares intercambian sus cuerpos y sus vidas. El planteamiento puede dar mucho juego con un guion ingenioso y los actores adecuados (no necesariamente especialistas en el género), sin embargo lo más común es que desemboque en una sucesión de bromas simplonas, situaciones escatológicas y ridículas sobreactuaciones, con un empalagoso final en el que todos aprenden una valiosa lección (a grandes rasgos es lo mismo que ocurre con la inmensa mayoría de productos cómicos de la industria norteamericana). Ahí tenemos los ejemplos de ‘¡Este cuerpo no es el mío! (‘The Hot Chick’, 2002) o ‘Ponte en mi lugar’ (‘Freaky Friday’, 2003), dos tonterías que hicieron mucho dinero en taquilla.
La que nos ocupa hoy se amolda al esquema comentado, solo busca entretener a un público fácil dispuesto a reírse con lo mínimo, y no ha supuesto una gran alegría para sus productores (que han necesitado la recaudación internacional para recuperar la inversión) porque la película ha costado más de 50 millones de dólares, un presupuesto desmesurado para un producto de estas características, y desde luego para las necesidades de la historia que se narra (de personajes corrientes, sin secuencias de acción ni espectaculares explosiones). Los guionistas de la taquillera ‘Resacón en Las Vegas’ (‘The Hangover’, 2009), Jon Lucas y Scott Moore, son los han escrito ‘El cambiazo’, en la que los protagonistas son dos viejos amigos, un hombre de familia con un empleo absorbente y un soltero con mucho tiempo libre y chicas diferentes en su cama cada semana (tiene que ser así, dos personajes en situaciones opuestas). Quedan una noche para tomar unas copas y ponerse al día (ahí se caer en el error de repetir información al espectador); cuando sienten la necesidad de descargar todo el líquido consumido, orinan en una fuente en mitad de un parque. ¡Una fuente es mágica! Pues sí, para qué complicarse más… La escultura de una mujer parecida a Lily Cole escucha a estos dos individuos expresar que les gustaría vivir la vida del otro, así que les concede el deseo. Ahí empieza realmente la película, que es más divertida de lo que parece a simple vista.
‘El cambiazo’ arranca presentando la situación de Mitch (Jason Bateman) de una manera que hace que el espectador entienda su estrés y su deseo por escapar, por ocupar la vida de otro. En la primera escena, oímos el llanto de los bebés, y la esposa recuerda que le toca encargarse a él; Mitch se levanta medio dormido y atiende a los críos, recibiendo una dosis de “sirope de chocolate” en pleno rostro (humor fino). Sin tiempo para descansar, toca ir al trabajo (es abogado), en un momento crucial porque está en juego una fusión empresarial y su participación es esencial, se está jugando la solución económica de su futuro. Cuando llega a casa le esperan más tareas y una relación monótona y apagada con su mujer (Leslie Mann), que le recuerda que habían acordado dedicar un rato semanal para hablar. Mitch contesta que no puede porque ha quedado con su mejor amigo, al que no ve desde hace tiempo. De éste, Dave (Ryan Reynolds), vemos que tiene todo el tiempo del mundo (es actor pero apenas trabaja), un apartamento desordenado y un padre (Alan Arkin) al que no desea ver. Más o menos, Mitch sería el típico adulto ocupadísimo y Dave el eterno joven que no quiere responsabilidades. Pero esto suena demasiado light y familiar, cuando lo que está de moda es la comedia gamberra y subida de tono. Así que los guionistas insertan en la historia una buena dosis de contenido sexual.
Cuando los dos amigos se reúnen, y repasan su vida, la conversación se desvía al sexo y todo queda en que Dave se acuesta con muchas mujeres, por tanto, es más feliz. Punto. Todo lo demás es absolutamente secundario. Mitch incluso se acuerda de una atractiva compañera de la oficina (Olivia Wilde), como si la vida de casado le hubiera privado de todo lo bueno. Estando borracho, y de cachondeo, se entiende que deseara la vida de Dave, pero lo de éste es incomprensible ya que nunca se queja de ningún aspecto de su día a día. Pero a la mañana siguiente Mitch es Dave y Dave es Mitch. Cuando intentan arreglarlo, la fuente ha desaparecido, y mientras la encuentran los dos amigos acuerdan tratar de no arruinar la vida del otro. Tal como nos lo han presentado antes, el casado tiene ahora la oportunidad de liarse con quien quiera, y tiempo libre para hacer todas las estupideces que se le ocurran, mientras que el otro… bueno, está jodido. Sin embargo, uno de los grandes aciertos de ‘El cambiazo’ es que la vida de Dave no es exactamente la que se esperaba Mitch (ni el espectador), dando lugar a varias situaciones cómicas, como lo del rodaje de la película erótica o el encuentro con la cita de los martes; por suerte no tiene que hacer demasiado y poco a poco va relajándose y acostumbrándose a su nuevo cuerpo. También queda con la chica del trabajo (por supuesto, disponible y comprensiva al 110%) y es entonces cuando se plantea su felicidad.
Toda la trama del falso Dave está más o menos bien resuelta (aunque para ser una comedia gamberra el personaje se limita demasiado), mientras que la otra es más torpe y tiene menos interés. En tiempo récord, el falso Mitch no solo se las apaña para cuidar de sus hijos (a los bebés los domina, la niña pequeña lo adora) sino que también se convierte en el profesional que necesitaba la empresa; y curiosamente se olvida del sexo (de nuevo, los guionistas se cortan bastante). Como es de esperar, tras los respectivos viajes de aprendizaje, los protagonistas asumen sus errores y se muestran ansiosos por recuperar sus antiguas vidas y disfrutarlas como nunca. La película de David Dobkin (cuya puesta en escena es, en el mejor de los casos, convencional) parte de un libreto simple y previsible, pensado solo para el público masculino, cuenta con actores que parecen más preocupados por divertirse durante el rodaje que por actuar (Reynolds y Bateman nunca consiguen replicar los gestos o el modo de hablar del otro, a diferencia de John Travolta y Nicolas Cage en la película de John Woo) y a pesar de su envoltorio es una historia muy tradicional. Pero de alguna manera, funciona, entretiene. No miras el reloj, no te aburres. Y cuando aparecen los créditos finales sientes que te han transmitido la idea fundamental de la película: valora lo que tienes, no lo descuides. Es un buen mensaje.