Independientemente de su género, tono, estilo y pretensiones, toda historia que se precie, por muy sencilla que sea, enterrará bajo su aparentemente superficial trama y sus personajes una serie de subtextos y analogías que no sólo aportan profundidad y enriquecen el relato, sino que convierten al medio en que se narre en una poderosa herramienta.
En el caso particular del cine, el empleo imágenes en movimiento proyectadas sobre una pantalla, con suerte, inmensa —con el impacto que esto conlleva—, además de hacer del séptimo arte un espectáculo difícilmente igualable, lo eleva como un mecanismo didáctico perfecto para explorar, entre muchas otras cosas, los entresijos de la condición humana o los devenires sociopolíticos del marco en que se ambienta una producción.
En el caso de la espléndida 'El Cairo confidencial', escrita y dirigida por el cineasta sueco Tarik Saleh, ambas capas de la narración —la superficial y la subyacente— reman en una misma dirección, haciendo de su relato criminal con la esencia del noir más clasicista una plataforma perfecta para relacionar la podredumbre moral de sus protagonistas con la voluntad —y necesidad— de cambio de un Egipto en la inmediata antesala de la Primavera Árabe.
Uno de los mayores aciertos de Saleh es no relegar la intriga sobre la que edifica su tercer largometraje a la simple condición de macguffin para facilitar la precisa y sobrecogedora radiografía del país en el que se ambienta. De este modo, la truculenta investigación sobre la que pivota la cinta es, al mismo tiempo, el principal reclamo de la misma y un dispositivo para acercarnos a la corrupción institucionalizada, la sordidez de sus ambientes y a la dudosa decencia de sus protagónicos que refuerza la tesis de la película.
Si en cuestiones de fondo 'El Cairo confidencial' brilla sin objeción alguna, resulta igualmente sobresaliente en cuanto a forma respecta; bebiendo del mejor cine negro, abrazando sus cánones y clichés para hacerlos suyos y exprimiendo hasta la última gota de la vis más lacónica, desesperanzadora y casi nihilista del género en un ejercicio con un delicioso sabor añejo oculto entre sus rejuvenecidos códigos.
No obstante, cabe remarcar que, pese a lo acertado de la decisión de Saleh a la hora de dotar al largo de una cadencia pausada —que no contemplativa— y de un cariz sosegado que contrasta con lo estimulante de su contenido, una buena parte del público podría considerar su cocción a fuego lento como un impedimento a la hora de disfrutar plenamente del magnífico espectáculo, aludiendo a una falta de ritmo que otros —entre los que me incluyo— considerarán como un recurso para intensificar su rotundo efecto.
Fantásticamente interpretada —tremendo el libanés Fares Fares— y ejecutada con destreza y nervio por un Tarik Saleh obsesionado con el detalle y con hacer de cada plano una pieza individual que alimente su discurso, 'El Cairo confidencial' atesora en su escasa hora y tres cuartos de duración la estimable virtud de satisfacer por igual las necesidades lúdicas e intelectuales del respetable; algo, por desgracia, poco habitual en los tiempos que corren.