‘El bebé jefazo’ (‘The Boss Baby’) es una de las películas más taquilleras de lo que llevamos de 2017 con una recaudación total que ronda los 500 millones de dólares. Nada mal si tenemos en cuenta que costó 125, por lo que Dreamworks tardó bien poco en poner en marcha una segunda entrega que deberíamos ver en 2021 siempre y cuando el estudio no acabe cambiando de idea como sucedió hace unos meses con la secuela de ‘Los Croods’ (‘The Croods’).
Por mi parte, no tuve la oportunidad de ver esta libre adaptación del libro ilustrado infantil de Marla Frazee durante su paso por cines, pero lo que fui leyendo sobre ella despertó mi curiosidad y he acabado recuperándola con su llegada al mercado doméstico. El resultado dista mucho de ser una película animada memorable, pero sí que tiene suficientes como para no haber sentido que estaba perdiendo mi tiempo mientras la veía.
Un arranque dinámico
Una de las cosas que más me atraía de ‘El bebé jefazo’ es que su look visual me hacía recordar más a unas producciones animadas de antaño en la que había más espacio para lo exagerado en contrapunto a la tendencia a buscar el mayor realismo posible que impera últimamente. Eso es algo que se respeta e incluso se mima desde todos los frentes, empezando por el guion de Michael McCullers y llegando a un llamativo acabado visual que no duda en seguir esa línea más cartoon en todo momento.
Quizá por ello cuando mejor funciona ‘El bebé jefazo’ es durante su primer acto, que es cuando explora de forma sencilla pero directa su premisa argumental. Hay situaciones locas y una tendencia al humor más físico que le sienta de maravilla. Es verdad que acaba girando más de la cuenta sobre la misma idea, pero ese es un detalle menor cuando te mantiene entretenido y expectante por ver cómo Tim va a zanjar lo que pasa con el bebé con la carismática voz de Alec Baldwin.
Como es lógico, la película necesita justificar todo lo que ha sucedido, en parte para explicarlo, pero sobre todo para poder ampliar su duración hasta la de un largometraje más o menos estándar. Ahí es donde entra la inventiva de McCullers para intentar crear un universo en consonancia con lo visto y que tenga suficiente gancho para no perdernos con ese salto narrativo a caballo entre lo absurdo y lo fascinante. ¿El resultado? Desigual, y mucho.
La "mitología" de ‘El bebé jefazo’
Lo que sucede cuando McCullers tiene que darle sentido a todo es que plantea una curiosa mitología sobre ese mundo de bebés y cuál es el objetivo del bebé jefazo. Siendo justos, empieza interesante y te deja con la idea de que por ahí podría seguir adelante sin venirse abajo, pero la cosa se va resintiendo progresivamente a partir del cambio en la relación entre los dos protagonistas y acaba derivando en un correcalles vistoso que mantiene la línea visual marcada, pero en lo argumental se nota un aceleramiento que no termina de funcionar.
El problema es que Tom McGrath se deja llevar por el frenesí visual, que al menos logra evitar que ‘El bebé jefazo’ llegue a hundirse por completo en algún momento, pasando de puntilla por las ideas más estimulantes, que las hay. Al final todo acaba siendo una carrera hacia delante, sacrificando cualquier cosa en beneficio de un ritmo que sí sabe mantenerse ágil para evitar que nos paremos a pensar demasiado en lo que sucede.
De esta forma, ‘El bebé jefazo’ se resiente y en diversos momentos coquetea de forma peligrosa con la posibilidad de convertirse en una tontería, o una chorrada si preferís este término. Hasta el propio protagonista -hablo del bebé y no se su hermano mayor- acaba un tanto desdibujado, neutralizando lo que hacía especial a la película, dando así paso a que sea otro pasatiempo inofensivo más para pasar el rato y poco más.
En definitiva, ‘El bebé jefazo’ arranca con cierta fuerza y tiene un acabado visual que además apuesta por alejarse de esa aparente dictadura por conseguir el mayor realismo posible en la animación que nos llega desde Hollywood. Por desgracia, llega un punto en el que apuesta por lo fácil y es cierto que nunca se queda por debajo del mínimo exigible como pasatiempo, pero es una pena que se conforme con eso.
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