Tengo la manía, tan odiosa para algunos como divertida para otros, de pasar de lo que se supone establecido como bueno, y de mirar con ojo crítico cualquier cosa que no me acabe de convencer. Digo esto porque está establecido que la saga cinematográfica de “aventuras” (...perdón, que me da el hipo) protagonizada por el Arnie y basada en los personajes más famosos creados por Robert E. Howard, es lamentable excepto por la más que digna primera parte, que a todo dios le parece un ejemplo de aventuras. A mí, por el contrario, me parece parte del mismo asesinato.
Sí, tengo un fin de semana puñetero. Es lo que tiene que no dejen de escatimarme relatos que se suponía que iban a culminar aventuras de sci-fi extraordinarias y luego se ríen del personal. Prometo relajarme un poco y no cuestionar muchas más cosas esta semana, pero permítanme dejar mi opinión sincera sobre el acercamiento cinematográfico a un mito de la literatura y el cómic que se merecía gente con talento y verdadera capacidad de fabulación para hacer una versión cinemática (o la saga, o lo que diablos quieran) mínimamente digna.
Tarde o temprano tenía que llegar. Howard, el creador de Conan, tampoco es que hubiera llegado a lo más alto, al menos en cuanto a prestigio literario ni éxito de ventas. Pero al menos puede presumir, allá donde se encuentre, de haber creado uno de los personajes más populares del siglo XX, algo que la mayoría de creadores sólo puede soñar. Al final, en realidad, sólo queda eso. ¿Qué le importa a uno la fama y el dinero una vez muerto? Si tu creación te sobrevive es el verdadero triunfo de todo artista. Y tras un olvido de varios años, con las novelas y los relatos editándose, aunque en malas condiciones, llegó la consagración universal con los cómics sobre el personaje que vieron la luz en los años 70. Aquel éxito aún continúa hoy, lo que es un síntoma de la vitalidad y vigencia del personaje.
Lástima que los responsables de la película que se estrenó en 1982 no tuvieran el menor interés por un personaje que es algo más que una montaña de músculos armada con un espadón o un hacha descomunal. John Milius es un hombre de cine de gran cultura (no en vano es el co-autor del guión de ‘Apocalypse Now’) que, al menos en este caso, no estuvo a la altura, ni de lejos. Su pobrísimo guión tuvo la suerte de verse aderezado con la sublime música del ya fallecido Basil Poledouris, uno de los más grandes compositores de género de la historia del cine norteamericano. Su música goza de una merecida fama, y está muy por encima de las imágenes.
Muchos dicen que Arnie es el mejor Conan imaginable. No puedo estar más en desacuerdo con esta idea peregrina. Arnie tiene de Conan tanto como Javier Bardem de gallego moribundo. O sea, nada. ¿Que tiene un montón de músculos y venas a punto de estallar? Vale…bien. Pero hace falta algo más, en realidad mucho más, para dar vida de forma competente a este personaje. ¿Por qué Conan ha resultado un éxito de público en el cómic durante treinta años, siendo protagonista de no pocas obras maestras en esa disciplina artística? Por dos razones, a mi juicio.
Primero por sus rasgos de personalidad. Siendo un bárbaro, posee una destreza con las armas (sobre todo con la espada), y una fuerza y agilidad muy superiores a la media. Pero es el contraste con una forma de ser interesante lo que le hace un personaje valioso. Desde su mirada de inteligente-incivilizado se pone en cuestión una sociedad hipócrita y decadente, y gracias a su alejada óptica, se antepone el instinto y la emoción a la fría lógica y al cálculo. Además, como figura aventurera, Conan es el proverbial guerrero que salva la vida por los pelos con un estoicismo que asemeja una contagiosa serenidad. ¿Hay algo de eso en esta primera película? Rotundamente no.
Y segundo, el universo que Howard creó para este personaje, conocido popularmente como la Edad Hybórea, poco después de la desaparición de Atlantis. Tampoco era necesario gastarse los trescientos millones de euros con que contó Peter Jackson para su trilogía, en realidad hubiera sido necesario más ingenio y más trabajo. Lo que podría haber sido una cumbre del cine de aventuras tiene poca atmósfera…y poca aventura. El villano, un cómico James Earl Jones, tiene poca entidad, y sus dos subalternos parecen despistados toda la película y no impresionan nada. La pobre Sandahl Bergman, una perfecta desconocida entonces y ahora, y una actriz muy limitada, encarna una poco agradecida fusión de los tres personajes femeninos más importantes de la vida del espadachín: Red Sonja, Bêlit y Valeria.
Ahora bien, en comparación con la segunda película conque nos castigaron dos años después, hasta parece una digna aventura. La cutrísima ‘Conan, el destructor’ (vaya un título, homónima en inglés), dirigida por alguien capaz de filmar maravillas como Richard Fleischer en el ocaso de su brillante carrera, es infantiloide y estúpida, y vista hoy provoca risa. ¿Cómo se puede tener tan mal gusto, tan poco sentido de la aventura, tan poco ritmo? Y además la cosa no se quedó ahí, todo culminó con una ‘El guerrero rojo’ (pésima traducción del ‘Red Sonja’ original) protagonizada por una pelirroja Brigitte Nielsen, digna de parvulario, y en la que Conan repetía rol pero esta vez con el nombre de Kalidor, pues no quisieron pagar los derechos del personaje. Parafraseando cierta película de Almodóvar: ¿qué hemos hecho nosotros para merecer esto?
Ahora amenazan con llevar a la gran pantalla de nuevo las aventuras de Red Sonja, un personaje sumamente interesante que tuvo una serie regular en EEUU no especialmente brillante pero sí digna, y de la que ahora se está publicando en España una serie en tomos que es una verdadera joya, escrita por Michael Avon Oeming (sobre todo), y dibujada por Mel Rubi (entre otros). No me tiembla la mano al escribir que me parece una obra maestra del cómic de aventuras, al menos hasta ahora, de esas que inspiran. Decían que el inefable Robert Rodríguez iba a ocuparse, y que ella iba a ser la no menos inaguantable Rose McGowan. Parece que él se ha desligado del proyecto, aunque ella no.
Me apuesto una cerveza y un chupito de Jack (es decir, un McNulty) a que es una castaña de campeonato. Algunas historias deberían quedarse en el cómic, o en la mera ilustración, donde hay artistas superdotados, al contrario que en el cine, donde escasean, o bien no les hacen ni caso.