Hoy se estrena ‘El arte de amar’ (‘L´art d´aimer’, 2011), una película coral de Emmanuel Mouret, en la que se intercalan los encuentros de varias parejas o triángulos, con un tono muy personal que nos retrotrae a la Nouvelle Vague por el uso de recursos como la voz en off, la siempre presente música o por características como los extensos diálogos, los limitados escenarios…, pero que al mismo tiempo aporta una refrescante visión sobre las relaciones amorosas o sexuales sin tratar de sentar cátedra ni de narrar el romance definitivo. El guion, que asimismo firma Mouret, surge de notas tomadas por él a lo largo de más de diez años a raíz de sus propias experiencias o de observaciones directas sobre la pareja. Sin duda, supone una alternativa interesante para quien ya no encuentra en las carteleras nada que considerar satisfactorio.
‘El arte de amar’ es antes una reflexión sobre el amor que una película romántica. No obstante, sus historias funcionan de manera emotiva, pues los personajes acaban calando y se llega a sentir el escalofrío de sus culminaciones. No encaja dentro de la etiqueta de comedia romántica, si bien por su ligereza –antes que por la inclusión de humor– cabría definirla más como comedia que como drama. Tampoco tiene nada que ver con el porno, como daría a entender su título o la selección de imágenes del tráiler. Por el contrario, es una cinta recatada que no muestra nada ni de carne ni de acción sexual, aunque sí hable de ello sin censura. La jugada es arriesgada, pero le sale.
Como compilación de brevedades, se orquesta de forma distinta a la habitual, separando los segmentos con frases lapidarias en lugar de con títulos de capítulos o nombres de personajes y variando mucho la manera de introducirlas: en ocasiones, los deja libres para que los entendamos por sí mismos, otras veces retoma la voz en off del arranque, hay segmentos que se resuelven del tirón y otros que se van fragmentando a lo largo de todo el escaso metraje… El inicio, en el que se repasan todas las anécdotas por encima, sin aún haberse centrado en ninguna es la parte más pretenciosa en apariencia, con una imposición de la música clásica, con el peso de la voz en off y con la pantalla en colores sólidos. Una vez pasado este momento, el film se torna ameno y engancha con rapidez.
Los largos diálogos en escenarios únicos nos remitirían al teatro rodado, sin embargo, la forma en la que se acerca el director a los personajes es bien distinta, como si la cámara espía se colase en las casas ajenas. Así, los encuadres muchas veces enfocan una esquina o un intersticio entre puertas de manera que en ocasiones los personajes quedan ocultos tras un ángulo: no están fuera de campo y podemos oírlos, pero no los vemos. Por ello, sin bien da la impresión de que el guion se ha rodado sin más, en realidad, la forma de componer los planos tiene mucha intención. Además de eso, estas prolongadas conversaciones, requieren un gran esfuerzo de puesta en escena, así que el director se ocupa de encontrar siempre movimientos mecánicos que sugerir a los actores para librarse del estatismo que provocaría un largo diálogo soltado sin más: los personajes buscan pitillos y encendedores, calientan la cena, van de acá para allá… a los escenarios reducidos se les saca todo el partido que ofrecen.
Compararla con los films de Woody Allen, como han hecho algunas críticas norteamericanas, revela la ignorancia de que es el neoyorquino quien ha bebido de maestros franceses como Eric Rohmer para recrear esas situaciones sustentadas por largos diálogos sobre el amor, la vida y diferentes cuestiones filosóficas. Sí, los decorados burgueses, los paseos por los museos y parques y las ocupaciones culturalmente elevadas nos hacen pensar en Allen, pero Mouret, que ha admitido que lo admira, no se limita a emularlo, sino que se inspira en muchas más fuentes.
Los actores, entre los que se encuentran François Cluzet (‘Intocable’), Pascale Arbillot, Ariane Ascaride, Frédérique Bel, Julie Depardieu, Laurent Stocker, etc… desempeñan con acierto sus papeles, dotando de credibilidad y naturalidad unos diálogos y situaciones nada fáciles de llevar a buen término dignamente. Mouret en la labor de director de intérpretes realiza tan buen trabajo como en el resto de sus facetas.
Por mucho que no sean más que anécdotas extraídas de la vida real, algunas de las situaciones contienen bastante miga y son ciertamente curiosas como para intrigarnos ante su desenlace. ‘El arte de amar’ es, en definitiva, un divertimento original, agradable de ver, breve y efectivo. Cuenta con un gran elenco y no cae en la pretenciosidad que dan a entender sus primeros compases, sino que acaba resultando sencilla, cercana y en absoluto oscura o difícil. Muy superior a comercialidades vacuas como ‘Paris, je t´aime’, ‘New York, I love you’ y similares.