Mitchell Leisen ha sido una de las figuras cinematográficas más curiosas de cuantas han existido en el noble arte del cine. Su carrera ha pasado por conocer la fama en vida, sobre todo a raíz del éxito de películas como ‘La muerte de vacaciones’ (‘Death Takes a Holiday’, 1934), para años más tarde, caer casi en el olvido y también despreciado por otras personalidades, entre ellas Billy Wilder, quien declaró hacerse director entre otras cosas porque estaba cansado de que Leisen estropease sus guiones.
Demostración palpable de que los genios se equivocan, a tenor de lo visto en films como ‘Medianoche’ (‘Midnight’, 1939) o ‘Si no amaneciera’ (‘Hold Back the Dawn’, 1941), suficientes para no estar en absoluto de acuerdo con Wilder.
El paso del tiempo le dio la vuelta a la tortilla y Leisen fue devuelto al lugar que le pertenece, el de los grandes, gracias a la difusión de muchas de sus películas en televisión y una profunda revisión de su obra. Aún recuerdo aquel ciclo de la 2 en el que se proyectaron joyas como la que nos ocupa. Basada en la obra teatral del italiano Alberto Casella, y que conoció una segunda adaptación cinematográfica de mano de Martin Brest y para absoluto lucimiento de Brad Pitt haciendo el tonto, me refiero a la insufrible y eterna ‘¿Conoces a Joe Black?’ (‘Meet Joe Black’, 1998), uno de esos remakes que en lugar de invitar a revisar el original, provoca el no querer acercarse más a una sala de cine.
(From here to the end, Spoilers) La acción se desarrolla en una majestuosa casa, propiedad del duque Lambert —papel a cargo de Guy Standing, actor secundario muy característico en los años 30—, quien una noche recibe una fantasmal visita, la mismísima Muerte, a la que le mueve una gran curiosidad, el saber el porqué del enorme miedo que los humanos sienten cuando ella se les presenta. Para averiguarlo llegará a un acuerdo con Lambert, se hará pasar por un conocido suyo, el príncipe Sirki, fallecido hace poco. Y así será, hasta que la Muerte descubre el gran secreto de la vida, esa cosa a la que llamamos amor y que nos hace fuertes ante cualquier cosa. Casi toda la acción transcurre en la citada casa/mansión y uno de los aciertos del relato es presentar a la Muerte como un personaje, no como un estado o lugar, una especie de intermediario entre este mundo y el resto.
El personaje más importante de la función está interpretado por Fredric March, quien realiza una composición inolvidable llena de gestos muy sutiles. La Muerte experimentará todos los posibles placeres del ser humano, pues su permanencia en la casa de Lambert durante tres días será bajo una apariencia totalmente humana, incluyendo los sentimientos y sensaciones que provocan absolutamente todo lo que le rodea. Así conocerá el placer de saborear un buen vino, o de sorprenderse abiertamente cuando le coloquen una flor en el ojal y esta no se marchite como vemos que hace una cuando la toca, antes de convertirse en mortal en la muy inteligente e interesante conversación que tiene con Lambert cuando se le aparece en medio de la noche en una de esas secuencias que se quedan grabadas en la retina para siempre, nunca mejor dicho.
Leisen logra en ese momento algo muy especial con su puesta en escena, esquivando continuamente el origen teatral del material —algo que por ejemplo no puede esquivar en alguno de los diálogos—, y es dotar todo el conjunto de una marcada atmósfera irreal acorde con la más que interesante propuesta. En la primera aparición de la Muerte, Leisen utiliza trucos de iluminación y algunos espejos para dotar de cierta transparencia al personaje. El resultado es simple y llanamente espectacular y Leisen logra un impacto pocas veces alcanzado. Con la ayuda del excelente Charles Lang —quien realiza una fotografía muy parecida al de otro film que repasaremos en este especial— y su tan característica mano para la elegancia, juguetea con la profundidad de campo años antes de Orson Welles, y provoca en el espectador cierta sensación de desasosiego y al mismo tiempo fascinación.
Si bien el hecho de que la Muerte descanse durante tres días da lugar a situaciones muy interesantes —el propio príncipe Sirki bromea sobre ello y lo encuentra especialmente divertido, amén de soltar ciertas reflexiones realmente espeluznantes, como el deseo inmortal de los hombres de matarse los unos a los otros—, lo más destacado reside en la deducción de que los tres temas más importantes del ser humano, el amor, la guerra y el dinero, se reducen a un sólo: el amor. Dicho sentimiento tiene totalmente intrigado a la Muerte pues en el mismo encuentra la respuesta para llenar las vacías y superficiales vidas de los seres humanos, y lo encontrará en una mujer llamada Grazia (Evelyn Venable), a la cual Leisen dota del mismo misterio que a la Muerte, como si dicha mujer no perteneciera a este mundo. La presentación del personaje no deja lugar a dudas, y sus continuas ansias de ir “más allá” más su revelación final cuando el príncipe Sirki le desvela su verdadera identidad, “siempre te he visto así”, dotan a Grazia de un carácter que va más allá de la propia vida, la de haber encontrado el amor verdadero y correspondido.
El amor subsiste pues más allá de la vida podría ser el mensaje más claro de ‘La muerte de vacaciones’, película que subraya el carácter eterno que se le ha querido dar al sentimiento más importante que poseemos. Para el recuerdo quedan instantes tan poderosos como aquel en el que la Muerte, mientras experimenta dentro del cuerpo del príncipe Sirki, muestra su verdadero yo a una mujer por miedo a ser rechazado —efecto conseguido únicamente con cambios de luz y un poco de maquillaje—; también por la sensible capacidad de Mitchell Leisen para combinar géneros, una de las cualidades de su cine al igual que el lirismo con el que bañaba sus historias, mirada que repetiría en films como ‘Recuerdo de una noche’ (‘Remember the Night’, 1939), film que tranquilamente podría haber entrado en este especial.
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