Ariel es un joven de ascendencia judía que vive con su madre y trabaja para ella en la corsetería de la familia. El hermano mayor de Ariel, Joseph, tiene otra tienda en la misma galería comercial, que funciona como un pequeño mundo donde habitan todas las personas a las que conocen los Makaroff. El padre de Ariel y Joseph se marchó a Israel para participar en la guerra del Yom Kippur cuando sus hijos eran pequeños y el protagonista aún no ha superado el abandono. Ahora, Ariel quiere recuperar su nacionalidad polaca para viajar a Europa y quizá allí terminar sus estudios de arquitectura.
Daniel Hendler interpreta a este protagonista en 'El abrazo partido' (2004), de Daniel Burman, director cuyo último film, 'El nido vacío', me agradó enormemente cuando lo vi el año pasado.
Dividida por títulos que representan inicios de capítulo, 'El abrazo partido' está montada con mucho dinamismo, gracias a los cortes discontinuos que acompañan a una cámara en movimiento, con zooms repentinos y algo de nervio. Si bien el aspecto del lugar donde transcurre un alto porcentaje de la historia es trasnochado y antiestético, el acabado de la película, probablemente muy poco costosa de producción, resulta admirable. Los primeros planos del actor protagonista nos sumergen en sus ojos claros que nos dicen más que sus palabras.
El guión, escrito por Burman, junto con Marcelo Birmajer, tiene partes tomadas de la vida del director –concretamente su intención de recuperar la nacionalidad polaca para emigrar a Europa— y, si bien no es completamente autobiográfico, sí surge de sus reflexiones sobre las relaciones humanas. Nos presenta a un personaje que puede catalogarse como vago, que se queja de todo y que siempre está de morros. A pesar de su pasividad, no perdemos la empatía hacia Ariel, quizá gracias a la interpretación de Hendler, que aporta ternura al personaje, y a que sabemos que, en una época de nuestra vida podemos haber sido muy parecidos a él.
Siempre había imaginado 'El abrazo partido' como un film dramático, muy serio y hasta duro. Sin embargo, su tono desenfadado me sorprendió muy gratamente. Está plagado de pequeños guiños humorísticos y trata a sus secundarios con una cotidianeidad que los hace muy reales. El recurso de la voz en off, que en casi todas las películas queda pretencioso o innecesario, aquí se percibe como las cercanas palabras de alguien conocido, que nos lleva de la mano para que veamos aún con mayor realidad a esos pintorescos personajes que habitan la galería.
Sin ostentaciones, el film nos invita a la reflexión en todo momento. Las personas que conozcan la cultura judía, además, encontrarán referencias que les inviten más a la deliberación. De alguna forma, ese mundo cerrado, del que el protagonista parece no poder o no querer salir por mucho que lo intente, puede representar al pueblo judío. La crisis argentina se toca de refilón, pero la necesidad de emigrar, tan presente en ese país, es una constante en la película.
El final conformista y fácil es lo único que no me convence del film. SPOILER: Probablemente habría sido preferible mantener al padre como figura fantasmal y casi inexistente y lograr que Ariel superase sus traumas por su propia madurez, que se despegase de un pasado que le ha marcado demasiado al darse cuenta de que no tenía tanta importancia. FIN DEL SPOILER.
Daniel Burman nos cuenta una historia que hemos visto muchas veces, con un acercamiento personal, ameno y muy bien llevado.
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