El cine siempre ha sido muy aficionado a contarnos historias de underdogs, es decir, personajes que lo tienen todo en contra para lograr sus sueños pero que luego muy a menudo acaban triunfando para regocijo del espectador. Recuerdo también que durante los años 90 fue una fórmula muy explotada y también que yo rara vez lograba conectar con ellos porque al final todos venían a hacer lo mismo. Entre eso y la saturación de producciones de ese tipo…
Eso no quiere decir que no disfrutase de títulos puntuales -recuerdo ‘Cielo de octubre’ (‘October Sky’) con especial cariño-, pero hace ya tiempo que su presencia se ha reducido de forma considerable y quizá eso haya tenido bastante ver en lo mucho que he disfrutado ‘Eddie el águila’ (‘Eddie the Eagle’), un entretenimiento amable alejado de todo cinismo en el que Taron Egerton vuelve a demostrar que es un actor que vería encantado en casi cualquier cosa.
La importancia de elegir al protagonista adecuado
Como muchos, descubrí a Egerton gracias a la estupenda ‘Kingsman: Servicio secreto’ (‘Kingsman: The Secret Service’) y desde entonces he estado esperando volver a verle al frente de una película para demostrar si su trabajo en la cinta de Matthew Vaughn fue una afortunada casualidad o si realmente tenemos ante nosotros a un actor que va a darnos muchas alegrías. Con ‘Eddie el águila’ deja claro que va a ser lo segundo.
La cuestión es que Egerton es la película, así de sencillo, y eso que tiene ante sí un personaje muy dado a cometer errores que podrían ir desde el caer en el retrato caricaturesco hasta simplemente resultar cargante. Ese es un peligro muy presente durante los primeros minutos, ya que es entonces cuando su histrionismo está más presente, y la sensación de choque se acrecienta por su transformación física para asemejarse lo máximo posible al Eddie Edwards real.
Ahí es cuando se producirá algo clave para que puedas disfrutar o no de ‘Eddie el águila’, pues puede ser que no llegues a conectar nunca con Egerton, pero en mi caso fue “seduciéndome” poco a poco -primero por sus gestos, pero luego simplemente por todo- hasta llegar a un punto en el que simplemente estaba deseando que consiguiera su objetivo, y eso que ya sabía de antemano que iba a ser el caso. Aquí algo ayuda lo curioso de su sueño, ya que él no quería ganar, sino simplemente poder participar.
Ese detalle resulta esencial para que la empatía entre espectador y personaje surja más fácilmente, pero es el actor quien con su mezcla de ingenuidad, encanto y entusiasmo el que consigue que vayamos sumergiéndonos cada vez más en una historia que ya nos sabemos, pero nos encariñamos tanto con él que poco nos importa que del resto de personajes únicamente el mentor interpretado por un muy efectivo Hugh Jackman tenga algo de verdadera entidad -aunque tampoco esperéis demasiado-.
’Eddie el águila’ y la necesidad de dejar el cinismo en la entrada
Tampoco cuenta Egerton con un gran aliado en Dexter Fletcher, ya que su puesta en escena no va más allá de lo funcional, siendo la banda sonora de Matthew Margeson, ya que es cierto que tiende a la repetición y a subrayar ese elemento casi mágico del viaje de Edwards hacia su sueño, pero todos esos aspectos pierden importancia cuando al menos conmigo consiguieron su objetivo de elevar mi emoción hacia lo que sucede en pantalla.
El verdadero problema de ‘Eddie el águila’ es que requiere ser vista dejando todo atisbo de cinismo a la entrada de la sala, ya que tanto su historia como la forma de construirla pueden ser destrozadas a poco que te pongas. De hecho, es algo que podrías hacer sin tan siquiera ver la película porque va a transitar por esos lugares conocidos ya por todos los que hayan visto un puñado de cintas de underdogs.
¿No estás dispuesto a hacerlo? En ese caso no te compensa verla, porque estamos ante una especie de equivalente a un reconfortante abrazo sin que realmente lo necesites -o puede que sí, que yo agradecí mucho una película por la situación personal que estaba pasando-. Para algunos estará fuera de lugar, a otros incluso les incomodará, pero también habrá aquellos para los que algo así nunca está de más o que incluso lo disfruten intensamente.
En definitiva, ‘Eddie el águila’ es una película blandita que, más allá de las peculiaridades del sueño de su protagonista, no cuenta nada especialmente memorable, pero tiene un trabajo tan estimulante de Taron Egerton con el efectivo apoyo de Hugh Jackman que a mí logró conquistarme con su sencillez y optimismo desprovistos de todo tipo de cinismo. Quizá es que necesitaba una propuesta así de bienintencionada, pero yo creo que es una propuesta demasiado agradable como para que sus defectos tengan importancia real.
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