En tiempos de ficción catódica, en la sobreexposición a dramas corales, históricos y de fantasía, así como ásperos contenidos que se tornan confusos en pos de una modernidad que se repite una y otra vez, el seriéfilo medio tiene que estar al día de todo lo que le echen, duro y sin contemplaciones, con poco tiempo para cualquier serie cuyos capítulos duren menos de 45 minutos. Quizá ese es uno de los motivos de que 'Easy' ha pasado más desapercibida que otros títulos.
La serie de Netflix, que estrenará su tercera y última temporada el próximo año, recopila historias sobre relaciones interpersonales que funcionan como muestra de la más rabiosa y moderna actualidad en la ciudad de Chicago. Esta modernidad no es tanto intencional sino obligatoria porque 'Easy' es la historia de nuestro presente, de nuestro tiempo líquido. El desarrollo de un contexto tan concreto necesita de una cercanía que la serie de Joe Swanberg rebosa por todos sus costados.
Al funcionar como antología, 'Easy' no se conforma en torno a sus personajes, sino alrededor de las relaciones de éstos. Tratando diversas situaciones -amo de casa y mujer ejecutiva, pareja busca tercera persona para trío, novelista gráfico que se convierte en viral-, la serie reflexiona sobre lo cotidiano en tono hipster, destilando lo más alternativo y outsider entre sus tramas. Hay espacio para veganismo, arte contemporáneo, sexualidad, diversidad...
¿Hay historia sin conflicto?
Probablemente en su multiplicidad temática empiezan los problemas de la serie. Al tratar todos sus temas de forma tan superficial, la profundidad que podríamos pensar que rebosa, en realidad, brilla por su ausencia. Hay historias interesantes que se sienten vacías de contenido, primero, por la nimiedad de sus conflictos, y, segundo, por la importancia que Swanberg le da al contexto por encima de los propios personajes.
'Easy' tiene algunas virtudes y pocos defectos en la forma y la narrativa, más allá de su construcción casi dialógica que le acerca más al lenguaje del cortometraje o al cine indie de bajo presupuesto -de donde viene Swanberg- que a la estructura capitular. Hay secuencias que parecen forzadas, artificiales y de relleno para llegar a un mínimo de minutos por capítulo, porque algunas tramas no tienen el contenido ni el jugo como para llegar a la media hora de duración.
Los problemas que plantean estas historias son tan leves e influyen tan poco en los personajes que provocan una suerte de engaño artificioso al espectador. Cada episodio parece más una excusa para hablar de temas que interesan al autor que una historia por sí misma. A pesar de ello, los temas que escoge tratar 'Easy' son, además de pertinentes, significativos en nuestro presente.
'Easy': simpáticos pero insulsos first world problems del Chicago más hipster
El otro gran inconveniente de la serie es el tratamiento de estas temáticas. Se asume la modernidad como un contexto que provoca problemáticas leves, una suerte de "problemas del primer mundo" que afectan de forma directa a las capas sociales de clase media-alta. Hay, evidentemente, una representación marcada de la diversidad, pero ésta se nos muestra desde el privilegio, sin atender a otras cuestiones de fondo que son fundamentales en el devenir social que 'Easy' quiere -o parece querer- enseñarnos.
La representación de esta modernidad a través de sectores acomodados de la sociedad, y los problemas que devienen de éstos son tan nimios y leves, que pierden su fuerza dramática y parte de su interés como exploración de dramas más cercanos a la cotidianidad.
Aunque no deja de ser su premisa, la de hacer tramas de lo que parece fácil pero supone pequeños desajustes en la vida diaria de las personas, el tratamiento es tan superfluo y con historias de personas que están tan bien que, aunque pueda ser verosímil, es demasiado plano en algunos puntos.
En tiempos de sobreexposición catódica, apenas hay lugar para una producción discreta y tan superflua como 'Easy', llena de buenas intenciones y con un reparto muy llamativo (Malin Akerman, Orlando Bloom, Elizabeth Reaser, Kiersey Clemons, Marc Maron, Zazie Beetz, Dave Franco...) pero de ejecuciones simplonas en busca de ese intimismo al que aspira Swanberg. La falta de contundencia de una serie que se presenta como representación de nuestro tiempo convulso la condena definitivamente al anonimato.
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