Conforme ha ido progresando la industria cinematográfica, y, junto a ella, la capacidad de los inversores para calcular riesgos y extraer datos, más o menos acertados, sobre los supuestos gustos del público potencial, la diferencia entre realizar un largometraje de forma independiente —o de la mano de una pequeña compañía— y hacerlo a través de un gran estudio ha aumentado drásticamente. La libertad creativa se ha visto duramente mermada por fórmulas y plantillas prefabricadas, perdiendo oportunidades de brindar obras únicas en su especie.
Sin ser Tim Burton santo de mi devoción, no puedo negarle una condición de autor en mayúsculas, con un sello inconfundible y difícilmente imitable que ha estado presente en la práctica totalidad de su carrera. Un "gen Burton" del que sólo pueden atisbarse vagos retazos en 'Dumbo', una nueva adaptación live action de la factoría Disney que vuelve a verse incapaz de capturar la magia del clásico animado que versiona.
Otro clásico defenestrado. Otro remake que condenar al olvido.
A excepción de la fantástica 'El libro de la selva' que dirigió Jon Favreau el pasado 2016, la trayectoria de la compañía del ratón Mickey en el territorio de los remakes en acción real de sus obras animadas se ha visto marcada por los errores comunes —que van de unos tratamientos visuales excesivos y trasnochados a unas narrativas pobres y poco inspiradas— y por una ineptitud a la hora de alcanzar los niveles de genio y calidad del material original; lo cual se traduce en largometrajes que no logran funcionar plenamente si no se tiene en cuenta su procedencia.
El caso de 'Dumbo' no es, por desgracia, una excepción dentro de esta tónica, y la primera pista de ello la da un diseño de producción en el que vuelve a reinar el exceso. Nos encontramos, pues, ante un nuevo pastiche CGI de dudoso sentido de la estética en el que predominan unos obvios escenarios artificiales, todo ello presidido por un tratamiento de la luz y el color que no termina de cuajar, salvo en las escenas en las que Burton toma las riendas y se adueña del control creativo.
Es precisamente estos momentos, que no sólo se limitan a lo visual, cuando la película se las apaña para despuntar ligeramente entre sus congéneres y situarse por encima de la media. La devoción del cineasta californiano por los personajes inadaptados en un mundo que no les comprende vuelve a hacer acto de presencia para brillar y redimensionar la historia del tierno elefante orejudo, pero, rápidamente, el aroma a originalidad vuelve a diluirse en la enésima creación artificial de la maquinaria de un gran estudio.
La mayor representación de todo esto la encontramos en un maniqueo y plano tratamiento de personajes, que huyen de lo arquetípico para ser abrazar directamente la condición de clichés y exhiben una previsibilidad en sus conductas que mutila toda posibilidad de sorpresa. Algo a lo que habría que sumar la decepción de que, en contraposición al filme de 1941, Dumbo quede relegado a la condición de personaje principal, cobrando todo el protagonismo unos humanos insípidos en líneas generales.
Resulta chocante ver cómo, durante alguno de los pasajes de 'Dumbo', Burton parece aprovechar los devenires argumentales del filme, que enfrentan al pequeño circo regentado por el personaje de Danny DeVito y a la gran empresa del entretenimiento del magnate interpretado por Michael Keaton, para elaborar un discurso que parece morder la mano que le está dando de comer. Entre líneas puede percibirse un irónico subtexto que ataca el modo en que las corporaciones tratan de devorar las creaciones más personales y minoritarias para alcanzar la hegemonía de la industria a toda costa; sin duda, lo mejor del largo.
Más allá de estas lecturas, de momentos puntuales particularmente acertados, y de un reparto solvente en líneas generales que oscila entre el talento de una Eva Green tan maravillosa como de costumbre y la excentricidad de un Keaton que roza lo insoportable, poco más puede ofrecer el enésimo refrito live action de una Disney que parece no querer dar el brazo a torcer y seguir explotando a otra de sus gallinas de los huevos de oro. Aunque esto implique transformar cintas de una emotividad tan enorme como la 'Dumbo' de Ben Sharpsteen en gélidos artificios planificados al milímetro incapaces de, tan siquiera, encoger ligeramente el corazón.
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