‘Dos días, una noche’ (‘Deux jours, une nuit’, Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014) ha sido la película que, de momento, me ha gustado más de los tan admirados en ciertos sectores —los de la cinefilia, que el público mayoritario no los conoce ni de cerca— hermanos Dardenne. Nunca me han maravillado sus trabajos, cierto es que tampoco me han parecido inservibles, pero no suelo conectar con su retrato de lo cotidiano mientras sus personajes caminan entre penalidades varias. Pero en el presente film, todo eso cobra más vida al acompañar a Marion Cotillard en un festival de interpretación que prácticamente sostiene toda la película.
La actriz, que ha demostrado de sobra su versatilidad interpretativa en films de toda índole, ya sean películas independientes, cine de autor o un gran blockbuster dispuesto a reventar taquillas. Puede bañarse en todo el glamour y estrellato que quiera, zona de la que no salen muchos intérpretes, o sacarse todo divismo y parecer tu vecina, una persona sencilla, normal y corriente. Así aparece en ‘Dos días, una noche’, película que pone el dedo en la llaga de la crisis económica que nos ha tocado vivir, y que poco a poco nos saca de nuestras casillas.
Sandra (Cotillard) será despedida de su trabajo, pero aún tiene una opción, convencer al resto de compañeros de que rechacen una paga extra para que ella pueda conservar su puesto de trabajo. Como si se tratase de una versión retorcida de ‘Doce hombres sin piedad’ (’12 Angry Men’, Sidney Lumet, 1957), la protagonista tendrá los dos días y la noche del título para ir convenciendo uno a uno de que cambie de opinión. La cámara de los Dardenne siempre va pegada a ella, captando sus pocas alegrías y sus decepciones. El tema no es fácil, y la incomodidad más palpable se adueña del film.
Una actriz en estado de gracia
No tratan los hermanos francesesbelgas de realizar denuncia alguna. Con retratar una serie de hechos, respuestas, reacciones y sobre todo resultados, deja esa siempre difícil y molesta tarea al espectador, al que siempre ha puesto del lado de Sandra. ¿Tendencioso? Tal vez, pero el tipo de injusticia por el que pasa el personaje es del que uno no puede callarse, y mucho menos mirar para otro lado. La tenemos demasiado cerca de nosotros, en nuestras vidas, las de verdad, como para no apoyar a Sandra en su titánico y casi utópico viaje hacia la justicia. El terrible realismo de Cotillard resultando normal es de los que no se olvidan, de los que estremecen. Es muy fácil empatizar con ella. Salvo que seas un político, o un mierda.
Así pues en su periplo, que en ciertos momentos puede hacerse algo repetitivo, pues se trata de ir hablando uno por uno con sus respectivos compañeros de trabajo, Sandra se encontrará con todo tipo de respuestas, algunas muy esperadas y lógicas, y muy pocas sorprendentes, en lo que yo me tomo como alegoría de la poca esperanza hacia el ser humano que les queda a algunos, a muchos. En cualquier caso, por el film navega cierto sabor esperanzador en un giro final un poco difícil de creer al compararlo con la dura realidad —y hay que anotar que el film va de realista—, pero lógico con respecto a la coherencia de su discurso.
No obstante, ‘Dos días, una noche’ es de esas películas que se quedan en la memoria, reposando y madurando en el recuerdo. Y establece una curiosa reflexión: los trabajadores, los de más abajo, los realmente necesitados, son los que deben arreglar un problema originado por los de arriba. Los reyes viendo luchar a los gladiadores por pura diversión o provecho personal. Una lucha en la que a veces es fácil perder el norte, y muy difícil hacer lo verdaderamente correcto, probablemente la mejor sensación que se pueda experimentar en estos tiempos.
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