A finales del 2004, el 11M se sentía el suceso más trágico en la memoria colectiva española del año, según un compañero de clase de Israel Gómez Romero en 'La leyenda del tiempo' (Isaki Lacuesta, 2006). Un año en que, sin embargo, para un Isra adolescente pesaba más el luto "después de todo lo que pasó" con su padre.
14 años más tarde (12 desde el estreno en cines de aquella primera parte), Isra vuelve a nuestras pantallas con 'Entre dos aguas', ante los ojos de una sociedad cambiada que, como él, ha notado el peso del tiempo.
En 'La leyenda del tiempo', dos historias se entrecruzan en la isla de San Fernando, tierra de Camarón, punto de encuentro de Isra y Makiko y, aunque con significados diferentes, hogar para ambos. Mientras que Isra y Cheíto agotan sus últimas notas de inocencia infantil encerrados junto a los suyos tras la muerte de su padre, la japonesa Makiko se aleja de su familia para instalarse en el sur de España y cumplir así su sueño: cantar como Camarón.
Isra, pico de oro, voz dorada, ha dejado de cantar porque, dice, ya no tiene ganas. Makiko nunca lo ha intentado pero, entre la fascinación y la adoración, persigue la pista del cantaor como forma de liberarse de sus propios sentimientos.
12 años después, a las puertas de una nueva época en una Andalucía que ya no es la de su infancia, Israel Gómez Romero, el Isra, vuelve, por fin, a su hogar tras varios años en prisión. Su hermano mayor, el Cheíto, con ese rol adquirido de padre adolescente que ya entonces auguraba el inevitable destino del Isra, le espera ahora con los brazos abiertos en uniforme de la Marina y con una familia al completo, 'Entre dos aguas'.
Los niños que a principios de los 2000 se enfrentaban con inocencia a la transición hacia su madurez, con la trágica muerte de su padre como telón de fondo, luchan hoy todavía por mantener ese frágil equilibrio de supervivencia en la línea de la marginalidad, ante los ojos de una sociedad que, ocupada con sus propios fantasmas, ha apartado la mirada.
Construyendo una identidad al margen desde el corazón de la tradición
Mientras Makiko buscaba las claves para "aprender a ser española" en la primera parte de esta radiografía social de Lacuesta, Isra y Cheíto se esforzaban, antes y todavía ahora, por encajar su propia memoria familiar en el entorno social de San Fernando, asolado ahora por un difícil contexto post-crisis.
Desde puntos de vista casi antagónicos, Cheíto se ha reecontrado como parte de las fuerzas de seguridad del Estado, mientras que Isra pelea en esta segunda parte por asumir su recién estrenada libertad, flirteando con el abismo en esa delgada línea entre la venganza y la rendición.
La de 2006 contaba la historia de dos "outsiders" tratando de buscarse a sí mismos en la frontera entre la integración y la exclusión, en pleno corazón de la identidad colectiva.
Una paradoja magistralmente simbolizada en escenas brillantes que retratan el tradicionalismo nacional, de fiestas populares como la representación de la nochevieja: arropada por los comentarios de los históricos Ramón García y Ana Obregón desde la Puerta del Sol, cuyo significado parece más pertenecer a la cuadrilla de recién llegados cocineros asiáticos que a la familia Gómez Romero, que nunca ha abandonado la isla.
Aunque con una imagen depurada y un estilo más refinado, aquellos temas de entonces continúan hoy muy vigentes ante la mirada de Isaki Lacuesta, que retoma con maestría este relato de pertenencia al margen. Con la fragilidad misma de sus personajes, la historia cíclica de Lacuesta se sostiene en la cuerda floja que separa la ficción de la realidad.
En esa terreno de líneas difuminadas, y desde una magnífica dirección de actores, construye dos películas cuyo género es difícil de clasificar, entre el documental más ferozmente dramático y la ficción más realista para acabar dando como resultado el retrato de toda una sociedad y el impacto del paso del tiempo en ella.
Así, lo individual encuentra su espejo en lo colectivo, lo particular en lo general; la primera parte consigo misma y ésta a su vez con la segunda, en dos líneas de interpretación a diferentes niveles, que funcionan como metáforas y se retroalimentan la una a la otra, dotando de un supra-significado al conjunto.
'Entre dos aguas' cierra el círculo: un ciclo sin fin
En una época marcada por la falta de empatía, 'Entre dos aguas' llega con extrema sensibilidad y respeto para cerrar el ciclo de 'La leyenda del tiempo' tras doce años de elipsis en los que tanto y tan poco han cambiado. Dos películas interconectadas tanto por lo que desvelan, como por aquello que no cuentan y que encierran un significado en círculo sobre la transmisión generacional y la creación de la identidad propia, así como su encaje en la comunidad.
De esta forma, un tatuador local que cuenta historias de la isla o un enigmático marinero japonés con asombrosas experiencias acaban llenando el vacío de la orfandad de sus protagonistas, contribuyendo así a la creación del imaginario colectivo, entre la fantasía y el realismo.
Si en 'La leyenda del tiempo' Makiko llegaba a España huyendo de su tormento familiar en busca de la senda de Camarón, Isra busca ahora su camino tras la pista de Dios, ante su impotencia para superar la pérdida del padre. Una metáfora cíclica en el ámbito de lo individual, que funciona también en el terreno de lo colectivo ante la pérdida de referentes sociales.
Si bien con entidad propia por separado, 'La leyenda del tiempo' y 'Entre dos aguas' funcionan como binomio que aporta un valor añadido en su conjunto, generando una sensación de ciclo sin fin inquebrantable.
(A partir del minuto 52:15, Alexander Payne entrega la Concha de Oro a Isaki Lacuesta)
La inocencia de la juventud da paso al desencanto ante el agotamiento de una sociedad que, de alguna forma, se siente derrotada al tiempo que viva. Una paradoja de nuevo representada en las aspiraciones soñadas de sus protagonistas por oposición a la premonición de un futuro resignado y limitado por la falta de oportunidades que, sin embargo los mantiene a flote con la alegría de quién disfruta incondicionalmente de la vida.
Al contrario de lo que podría parecer, la de Lacuesta, lejos de ser derrotista, es una visión vibrante y apasionada que libera a sus personajes de todo juicio y los humaniza a los ojos del espectador, dueño de sus propias conclusiones sin moralinas. Cine urgente producto de su tiempo, reflexivo pero sin ataduras y emocionante como el flamenco mismo: esa mezcla de sentimientos encontrados que hacía a Makiko reír y llorar a la vez.
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