Más allá de las consideraciones acerca de la calidad de 'Dolor y gloria', que en gran medida saltan a la vista, llama la atención el aplauso crítico unánime que está recibiendo un filme (aplauso con el que, posiblemente, también se le premie en taquilla) que, en otras circunstancias, podría haberse visto como una exhibición de ego y masturbación autoral que no perdonaríamos a demasiados autores. Dice mucho acerca de la consideración que ha alcanzado Almodóvar y también del valor que demuestra rubricando una película que, esencialmente, va sobre sí mismo, su vida y su carrera, casi con nombres y apellidos.
Y sin embargo, 'Dolor y gloria' ha sido recibida casi como todo lo contrario: una obra de una honestidad fuera de toda discusión, desnuda de artificios, donde el Almodóvar más autor se "desnuda" y sincera para mostrarse sin reparos. Y ambas cosas son ciertas, porque son compatibles: solo hay que conocer mínimamente la obra de Almodóvar para detectar pullitas a muchos actores que han marcado su carrera (los más obvios: Eusebio Poncela, Carmen Maura y quizás el propio Banderas) y detalles biográficos específicos que solo pueden hacer referencia a sí mismo (de las terribles migrañas y problemas de salud a un romance en la Madrid de la Movida que no acabó bien).
Y a la vez, frente a esta condescendencia un poco frívola (pero inevitable porque la obra con la que arranca la filmografía de Almodóvar, como la que dio la fama a Salvador, su alter-ego interpretado por Antonio Banderas, hizo de la frivolidad una militancia), Almodóvar cuenta cosas que nunca había contado, a medias ficcionadas, a medias extirpadas de sus recuerdos. La sensación final para el espectador es la de que 'Dolor y gloria' es tanto un autohomenaje como una versión definitiva de un tema que ha tratado una y otra vez en su filmografía en películas como 'La ley del deseo' o 'La mala educación', ya con el propio Almodóvar directamente en la línea de fuego: la de la creatividad huracanada del director del cine.
La historia narrada es la de Salvador Mallo, un cineasta que vivió tiempos de gloria en los ochenta y que ahora, tras años retirado debido a unos terribles dolores crónicos y problemas de salud, ve la oportunidad de volver a primera línea cuando la Filmoteca restaura y reestrena su película de más éxito. Pero para ello tendrá que reconciliarse con un egocéntrico actor con quien trabajó en su día (Asier Etxeandia), así como con los propios recuerdos que le atormentan de su infancia y de los últimos años que pasó cuidando a su madre (Julieta Serrano)
'Dolor y gloria': el via crucis del cineasta
Precisamente entre 'La ley del deseo' y 'Dolor y gloria' por un lado, y entre 'Sabor' -la película que dio la fama a Salvador- y la actualidad en la ficción por otro, median 32 años. Y ese detalle es un buen ejemplo del continuo diálogo que hay entre realidades e historias -porque en ambos casos hay más de una, solapándose y construyéndose mutuamente-. Quizás el encabalgamiento entre ambas más sofisticado, el que está escondido a plena vista, es el que cierra la película, un plano que es a la vez una preciosa, emotiva y optimista conclusión para la penitencia de Salvador, y también un replanteamiento de todo lo que hemos visto: los recuerdos del cineasta están teñidos, siempre, inevitablemente, por la mirada del creador.
Esa enmarañada mezcla de recuerdos, dulcificaciones de la realidad y crónica de lo que pasó o pudo haber pasado penetra en todas las ramificaciones creativas de la película, desde las más obvias a las más sutiles. Entre las primeras, el casting: Penélope Cruz, que siempre ha hecho de madre en las películas de Almodóvar, es ahora la madre del cineasta en su juventud, y una de sus secundarias más queridas junto a la llorada Chus Lampreave, Julieta Serrano, da vida a su madre en sus últimos años. Y Antonio Banderas, actor en seis de las películas más conocidas del cineasta, es ahora el propio alter-ego de Almodóvar, adoptando parte de su estética y algunos de sus tics, en una transmutación que no tiene nada de imitación y sí mucho de autorrendición y autocrítica.
Entre las segundas, las más sutiles, está la puesta en escena, que en el caso de Almodóvar acompaña a su abandono desde 'Julieta' (una película inferior a 'Dolor y gloria' pero donde ya apuntaba a ciertos resortes narrativos) de los códigos del melodrama para abrazar una narrativa más seca y adusta. Aquí, el director retrata las cuevas manchegas y el apartamento de Salvador con cierta sensibilidad pop (lo que incluye desde las estampitas de santos a los lienzos de arte moderno, pasando por el mobiliario) pero sin excesos, algo que solo se permite abandonar en una deliciosa enumeración, acompañada de un grafismo entre camp y sofisticado, de las enfermedades que atenazan a Salvador. Para nada casual que ese sea el momento en el que vuelve a coquetear con el melodrama.
Todo ello suma una película a la vez honesta y exhibicionista, pero perfectamente coherente con el momento creativo que vive Almodóvar en la actualidad. Equilibrada, sobria y con una confianza absoluta en la extraordinaria habilidad para narrar y emocionar que ha alcanzado el veterano director, 'Dolor y gloria' es a la vez un remate para determinadas obsesiones que atenazan al director desde el principio de su filmografía, y una declaración de continuidad con los principios estéticos y creativos que le han caracterizado durante décadas.
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