Caleb Landry Jones hace una interpretación increíble, pero la película se queda en un ladrido desesperado que no aporta tanto como a ella misma le gustaría creer
Pocas cosas dan más rabia (especialmente en estos tiempos de asepsia estilística) que ver una película, reconocerla como única y especial, apreciar lo que está intentando hacer... y que, al mismo tiempo, no puedas entrar de ninguna de las maneras, por más que lo intentes. Es el caso de 'Dogman', la nueva propuesta de Luc Besson, que toma riesgos argumentales y cinematográficos, camina por vericuetos poco transitados y no teme adentrarse en zonas turbias y enfermizas... y, sin embargo, nunca termina de explotar sus posibilidades.
¿Perro qué pasa aquí?
Luc Besson lleva unos años de capa caída. Es innegable: ha perdido la relevancia que se ganó en los 90 con 'El quinto elemento', 'Nikita' y 'León: el profesional', pero eso no significa que haya dejado de ser un provocador. La prueba está en 'Dogman', una película que (al menos en su título) parece mirar cara a cara al cine de superhéroes actual para reírse de su tinte para todos los públicos y su ambiente saneado. Todo en esta cinta es sucio, mugriento, pérfido, malvado y enfermo. Tanto, que uno no puede dejar de tener la impresión de que el director lo está intentando demasiado.
En 'Dogman', Besson ha metido en la batidora un análisis de la América profunda (esa cuyas obsesiones son Dios y las armas), la incomprensión social ante lo diferente y el retrato de un personaje absolutamente trastornado. El resultado es impactante, pero no tan provocador como pretende. Depende de si quieres entrar en su juego o, por el contrario, mantener una prudencial distancia irónica a la hora de conocer al hombre capaz de controlar a los perros hasta unos límites ridículos.
El gran problema de 'Dogman' es que no tiene claro qué tipo de película quiere ser e intenta mostrarnos, a la vez, un drama, un entretenimiento, una denuncia social, una cinta de acción, el retrato psicológico de un protagonista desquiciado e, incluso en ocasiones, cine negro con tintes de terror. El resultado no está todo lo bien amalgamado que debería: efectivamente, nunca deja de ser entretenida y de mostrar nuevos conceptos inesperados, pero no se sienten bien unidos y el resultado está mucho peor mezclado de lo que le gustaría a Besson, casi como si fueran distintas películas montadas en una sola tratando de crear algún tipo de reacción (la que sea) en el espectador.
Un ladrido desesperado
Durante su metraje, no da la impresión de que 'Dogman' vaya a ningún sitio. Todos los personajes existen únicamente en relación con Douglas, y la película es una excusa para contarnos su vida, concatenando desgracias: aunque es exactamente lo que quiere evitar, podría perfectamente ser el argumento de una película televisiva vespertina de esas repletas de drama y bordeando el ridículo. Si consigue salvar un guion poco acertado es gracias a las pretendidas dosis extremas de personalidad propia que Besson exagera para intentar que su trabajo destaque de entre el montón.
No lo consigue del todo: el director se atreve con momentos inauditos y extremos con los que poder comprender la psicología de este personaje destruido por la vida que, tristemente, no va más allá de contarnos su biografía. Aprecio lo que Besson quiere hacer con su narrativa, pero nunca termina de impactar al espectador con un motivo, convirtiéndose en un simple hilvanado de escenas que, a la postre, solo sirven para continuar narrando escenas de una vida que, aunque pretende ser emocionante y única, se queda en lo superficial y que no tiene fondo de ningún tipo.
No es culpa, claro, de un Caleb Landry Jones que lo da absolutamente todo y deja claro qué tipo de actor es y hasta qué punto está dispuesto a comprometerse por vendernos un buen papel. Consciente de que la película vive y muere en su interpretación, el actor construye el personaje y le otorga una inaudita nueva dimensión, dejando caer aún más la película sobre sus hombros. Si 'Dogman' encuentra redención es, desde luego, gracias a Landry Jones y su histrionismo bien entendido, capaz de otorgar luminosidad en la tristeza y melancolía en su poder.
'Dogman' es una sorpresa, sí, pero no es el golpe en la mesa que Besson cree que es. Es tierna, pero le falta sutileza. Es extravagante, pero le falta personalidad. Es dramática, pero le falta consistencia. El resultado es una película que se queda a medio gas en su intento por destacar entre la infinita telaraña de estrenos que llega a nosotros cada viernes. Al metraje le falta riesgo y al guion querer llegar a algún sitio al narrar una vida entre el absurdo y la pena excesiva que, tristemente, solo llega a buen puerto gracias a la increíble interpretación de su protagonista.
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