Se habla desde su reciente estreno en Filmin de la serie 'Distopía' como una respuesta española a 'Black Mirror'. Y se recalca con justicia todo el calvario que sus creadores -Virginia Llera, Jesús Mancebón y Manuel Sánchez Ramos- han tenido que pasar hasta que ha terminado recalando en la plataforma española de cine bajo demanda debido a la falta de iniciativa de las televisiones españoles para producir más allá del piloto.
Y digo con toda justicia porque, más allá de los resultados de 'Distopía', que quizás no son tan sólidos como sus autores pretendían, la serie habría ayudado a cubrir un hueco que tímidamente se abarca en el cine (de 'La plaga' a 'B', de 'Selfie' a 'Techo y comida') pero que está absolutamente ausente de nuestras televisiones, ensimismadas en productos inofensivos -cuando no directamente con ramalazos conservadores, como los de 'El ministerio del tiempo'-: la reflexión sobre la España actual.
'Distopía' podría haberse convertido en un referente en ese sentido, pero hace cuatro años, cuando sus responsables se rascaron el bolsillo para autoproducirse íntegramente un piloto, la televisión patria estaba como ahora en lo que se refiere a la producción de material propio: con pocas intenciones de avanzar a la contra.
Dicho esto, y reivindicado sin peros el valor que hace falta para poner en pie un producto de esta envergadura, tenemos un piloto de una serie que posiblemente, y salvo que alguna cadena se anime tras el ruido y el interés despertado en redes sociales por el episodio, se quede en un experimento aislado. ¿Qué tal funciona su propuesta?
La lucha del día a día, verbalizada
'Ciudadanos', el primer capítulo de 'Distopía' posee un auténtico high-concept que lo hace funcionar de principio a fin: una pareja de desesperados secuestra a un ministro de una España muy reconocible y lo llevan al sótano de un bar a punta de pistola, donde inician una consulta desde Internet: ¿deben matar al político, corrupto pero al fin y al cabo un ser humano, o dejarlo vivir?
El debate se inicia no solo en los medios, sino también entre las cuatro paredes del bar. Una fauna relativamente variada de personajes (el cuñao, el vetusto progre, la joven impresionable, el secuestrador con remordimientos) van hablando sobre la situación y, sobre todo, lo que les ha llevado a ella: la corrupción, la crisis, la clase política... ¿tenemos derecho a tomarnos la justicia por nuestra mano?
'Distopía' verbaliza todas las situaciones contradictorias que genera la situación en boca de sus personajes, lo que le da un toque teatral y algo artificioso. Personajes no del todo bien construidos (las excepciones quizás sean el barman, por cotidiano, y el ministro, por complejo) se alinean en una y otra posición y evolucionan a velocidad de vértigo, en algún caso, hacia la posición esquemáticamente contraria a la que tenían en principio.
La prueba de todo ello está en la secuencia más compleja del conjunto, y de la que 'Distopía' no sale especialmente airosa: la de la lectura pública del comunicado de los secuestradores por parte de los clientes del bar. Es ahí, con unos testigos que deberían estar, sin matices, aterrorizados, cuando la película se hace más discursiva, panfletaria y menos creíble en la evolución de sus personajes.
Donde sí brilla Distopía es en la puesta en escena, que corre a manos de un director afín al suspense y la tensión: un Koldo Serra preciso y que saca a pasear algunas de las influencias heredadas del cine de los setenta que ya se vieron en su 'Bosque de sombras', y que se plasman en una realización que coquetea con el fantástico sin zambullirse en él.
Es ahí, en la genuína tensión que Koldo Serra sabe extraer del duro enfrentamiento entre el secuestrador más violento y el ministro indefenso, donde 'Distopía' encuentra su razón de ser. Es decir, este capítulo piloto funciona mucho mejor como ejercicio de suspense en la mejor tradición de las tensas viñetas de thriller televisivo que como ficción crítica. Gracias a la firme mano de Koldo Serra, el espectador está más preocupado por la anécdota ficticia que por sus implicaciones en el mundo real, y esa es a la vez la condena y la salvación de 'Distopía'
En cualquier caso, es una auténtica pena que 'Distopía' no tenga continuidad y pueda perfilar su propuesta. Su inédito posicionamiento político en un medio tan poco atrevido en España como la televisión le debería haber destinado un título algo más digno que ese "Black Mirror a la española" con el que posiblemente se quedará.
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