Si hay una idea que he intentado transmitir a lo largo de las últimas entregas de este especial dedicado al cine de los estudios Disney esa es que, durante el período de tiempo que transcurrió entre el estreno de 'Bambi' (id, David Hand, 1942) y el correspondiente a 'La Cenicienta' ('Cinderella', Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, 1950), la involución de formas a las que se sometieron las producciones de la compañía fue de tal entidad que hoy, viendo aquellos monstruos de Frankenstein cosidos a partir de piezas sueltas, resulta sorprendente que la empresa fundada por el "tío Walt" fuera capaz de sobrevivir a un descenso tan acusado de la calidad de sus productos.
Y si hasta ahora habíamos podido rescatar momentos sueltos de cierta relevancia de los cuatro títulos que hemos repasado, llegados a 'Tiempo de melodía' ('Melody Time', VVDD, 1948), resulta harto complejo poder señalar con el dedo la genialidad puntual de alguno de los siete cortometrajes que se funden, sin mayor relación que el venir determinados por el uso de la música, en una cinta de 75 minutos de duración y muy mediocres resultados.
Entre cortos anda el juego
Adjetivos como blanda, inane o aburrida por momentos son los que mejor cualifican la experiencia de ver 'Tiempo de melodía', enésima iteración que bajo el influjo de 'Fantasía' (id, VVDD, 1940) auspició la insistencia de Walt Disney de combinar música e imágenes sin que el uso de la palabra fuera estrictamente necesario. El problema...mejor dicho, uno de los muchos que la cinta acarrea, es que allí donde la magistral 'Fantasía' llevaba hasta las últimas consecuencias las intenciones del visionario creador de la compañía, careciendo sus segmentos de voz alguna, aquí nos encontramos con episodios en los que la música orquestal es sustituida por canciones, yendo más allá el protagonismo de la voz humana al contar con diálogos en algunos de los cortos.
No estoy implicando que este detalle sea el responsable de arruinar la función, pero lo cierto es que es uno más en una extensa cadena que acompaña a un largometraje que arranca de forma muy irregular y va ofreciendo todo un rosario de desiguales resultados que en lo que a la animación respecta que sirven para justificar el que, en comparación con lo que habíamos podido ver en sus primeras producciones para la gran pantalla, podamos dejarnos sorprender con el abrupto y continuado descenso en la calidad de la marca Disney.
Así, a lo plano y poco sugerente de 'Once Upon a Wintertime', el segmento que abre la función, se une lo prescindible de 'Trees' —que pone en imágenes el poema sobre los árboles de Alfred Joyce Kilmer que recitaba el kriptoniano en la fortaleza de la soledad al comienzo de 'Superman II' (id, Richard Lester, 1980)—; lo reiterativo de 'Blame it on Samba', que vuelve a contar con Donald y José Carioca y que parece un descarte de 'Los tres caballeros' ('The Three Caballeros', VVDD, 1945) o lo innecesariamente prolongado de 'The Old Setller Johnny Appleseed and Johnny's Angel', núcleo central del metraje y una dura prueba de aguante para el espectador.
En la parte positiva, no obstante, cabe señalar lo dinámico, experimental y surrealista de la animación de 'The Flight of the Bumble Bee', por más que no deje de ser una de las piezas que se descartó para 'Fantasía' y que iba a ser usada en los futuros reestrenos de ésta que pretendía Disney; lo bien que funciona, dentro de la moralina típica de la casa, ese simpático 'Little Toot'; y el que a mi parecer es el segmento más conseguido en cuanto a ritmo de todo el conjunto, un 'Pecos Bill' que cierra la función y que, prescindiendo de su parte en imagen real, imprime al tramo final algo del encanto y el talento que parecía haber abandonado, al menos parcialmente, las mesas de dibujo de la casa de Mickey Mouse.
Un corto que fue el que mayor aceptación tuvo entre el público de la época pero que aún así no evitó el poco notable funcionamiento de taquilla del filme y la acogida algo desfavorable por parte de la crítica, que ya empezaba a estar cansada de tanta historia corta que no llevaba a nada y pedía, más o menos a gritos, que los estudios rescataran los cuentos que habían hecho las delicias de los espectadores pocos años antes. Algo que, gracias a Dios, estaba a punto de suceder.
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