Por más que, como vimos, el recibimiento de 'Pocahontas' (id, Mike Gabriel y Eric Goldberg, 1995) por parte de la crítica especializada había sido bastante gélido y aún considerando lo mal que la cinta había envejecido casi de forma instantánea tras haberse estrenado, Disney pensó que, después de haber contado con dos filmes seguidos protagonizados por personajes masculinos, no sólo era hora de volver a insistir en la recurrente idea de las princesas marca de la casa, sino que había que hacerlo en similares términos a los que se había amoldado la producción sobre la nativa americana.
Dichos términos no eran otros que, en lugar de acudir de nuevo a la literatura de ficción y adaptar aquellos cuentos sobre los que se había fundado la productora, hacer lo propio volviendo a rebuscar en los relatos surgidos a partir de personajes reales cuya historia, con el transcurso de los siglos, había terminado transformándose en leyenda. Y así es como, bajo la sugerencia del escritor de libros infantiles Robert San Souci, comenzó en 1993 el camino que culminaría en 1998 con el estreno de 'Mulan' (id, Tony Bancroft y Barry Cook).
Secundarios completamente prescindibles
Animada por más de 400 profesionales en los ahora ya inexistentes estudios que la productora montó en el Walt Disney World de Florida —algo que se nota, y bastante, en el estilo de animación que se utilizó para el filme— 'Mulan' recoge elementos de la tradición china para contarnos, otra vez, la historia de una joven determinada y diferente que, para salvar a su padre de la muerte segura que le supondría marchar a la guerra, se hace pasar por un joven y acude en su lugar.
Dicho punto de partida, que podría haber dado para mucho en el momento actual que vive la compañía —en el que ya parece que, poco a poco, se está prescindiendo del lastre de los clichés asociados al pasado de sus películas— es desaprovechado en 'Mulan' hasta extremos que, más que nunca, resultan dolorosos, reiterativos y agotadores en extremo. Y es que, dejando de lado la definición de la protagonista, sin duda lo mejor de la cinta, es a la hora de atender a los secundarios donde el filme comienza a hacer aguas por todas partes.
Da igual que fijemos nuestra atención en ese sosainas llamado Shang que es el objeto amoroso de Mulan —en serio, por más que tenga diálogos, está a la altura de naderías tipo los príncipes de Blancanieves o Cenicienta—, que lo hagamos en los mastuerzos que tiene por compañeros en el ejército, que tengamos que valorar a los dos inevitables y olvidables alivios cómicos que son el Dragón Mushu —buen trabajo de doblaje por parte de José Mota— o el grillo Cri-Ki o que demos cuenta del homenaje a Mr.Magoo que es la abuela...ninguno de ellos tiene suficiente entidad.
Lo mismo puede decirse del villano de la función, un Shan-Yu que, más allá de lo poderoso, espectacular y tenebroso de su diseño, tiene un trasfondo tan nimio como el de los secuaces que destacan entre las filas de sus legiones o el águila que lo acompaña a todas partes. En conjunto, y salvo excepciones puntuales como las del malo de turno, de ninguno de éstos personajes podría afirmarse que, eliminándolos de la trama, ésta sufriría una alteración que la cambiaría de forma radical.
'Mulan', película del montón, música de excepción
Desafortunadamente, el peso muerto que comportan los personajes durante toda la acción —las intervenciones de Mushu y el grillo deberían haberse quedado en la sala de montaje— termina por lastrar una cinta que brilla en momentos muy puntuales y que, cuando así lo hace no es tanto porque el guión plantee algo interesante, sino más bien porque nos encontremos ante uno de esos instantes en los que animación y música se funden para dejarnos atónitos.
Y cuando hablo de música no lo hago, al menos no en esta ocasión, de unas canciones que por primera vez en mucho tiempo si sobresalen por algo —en términos generales, que alguna hay que resalta— es por su mediocridad. No, cuando me refiero a ella lo que pretendo resaltar es la y inmensa partitura con la que Jerry Goldsmith rubricaba su segunda y fabulosa incursión en el mundo de la animación tras ese magistral trabajo en los pentagramas que había sido la década anterior el score de 'Nimh, el mundo secreto de la Sra.Brisby' ('The Secret of NIMH', Don Bluth, 1982).
Si bien cualquiera de los muchos temas que conforman la banda sonora de 'Mulan' cabría ser señalado, ya por su especial adecuación a las imágenes que acompaña, ya por el alto nivel compositivo que el maestro seguía demostrando seis años antes de fallecer, dos son las secuencias a las que los pentagramas del músico alzan por encima de todas las demás, la de la transformación de Mulan —otra de esas que, como la de 'Colors of the Wind', cuenta con un montaje estilo videoclip bastante efectivo— y la del ataque de los hunos en la montaña y la subsiguiente avalancha de nieve.
Sumando a ambas alguna escena suelta, creo que se hace bien evidente que, si bien Disney volvía a arriesgar con un personaje central de cierta envergadura dramática que, además, servía para tratar asuntos como la discriminación sexual, el honor o la superación personal, el envoltorio que elegía para presentarlo no era el más idóneo, quedando 'Mulan' junto a la citada 'Pocahontas' como los dos esfuerzos de menor calado que la productora nos trajó hace dos décadas.
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