Cuando acabamos 'La sirenita' no sabíamos cuál iba a ser nuestro próximo trabajo. Jeffrey (Katzenberg) nos ofreció tres proyectos. Uno era 'Swan Lake'. Otro era 'King of Jungle'. El tercero era 'Aladdin'. 'Swan Lake' se parecía mucho a 'La sirenita', por lo que sólo nos quedaba elegir entre 'King of the Jungle' y 'Aladdin'. 'Aladdin' nos pareció de lejos la más divertida.
Así es como Ron Clements recordaba la manera en la que él y John Musker terminaron haciéndose cargo de 'Aladdín' ('Aladdin', Ron Clements y John Musker, 1992) el que, a la postre, se convertiría tanto en un nuevo éxito gargantuesco de taquilla de la Disney —la cinta amasó más de quinientos millones de dólares a nivel mundial de los cuales cerca de 220 fueron en Estados Unidos— como en el tercer clásico de esta nueva etapa de esplendor que la productora había comenzado a vivir, aunque como ya dije aquí, más que tercero debería ser considerado como cuarto si hay que meter en el saco a las aventuras de los ratones en nuestras antípodas.
Disney no se acomoda
'Aladdin', además de los dos logros ya citados, demostraba que la Disney no estaba dispuesta a acomodarse en el tono de sus cintas, algo obvio si se compara esta libérrima adaptación de los cuentos de 'Las mil y una noches' que los directores llevaron a cabo en colaboración con Ted Elliot y Terry Rossio —temidos nombres hoy, no tanto hace veinte años—, con su inmediata predecesora, una 'La bella y la bestia' ('Beauty and the Beast', Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991) que guarda muy pocas semejanzas con el alocado circo de seis pistas que es esta aventura.
De hecho, un rápido vistazo a ambas, o a las dos que llegaron antes de ésta, da como resultado el que las similitudes entre 'La sirenita' ('The Litlle Mermaid', Ron Clements y John Musker, 1989), 'La bella y la bestia' y 'Aladdín' se reducen a que las tres están basadas en cuentos populares. Punto. Más allá de eso, y si no consideramos concomitancias la inmensa calidad que detentan en todas la animación, la música o las canciones, lo único que servidor llegaría a señalar como común denominador es la vehemencia con la que vuelve a describirse al personaje femenino.
Ya habíamos visto que Ariel y Bella eran mujeres que se apartaban —más la segunda que la primera— de los arquetipos de princesa frágil y algo "cabeza hueca" que en el pasado habían sido las representantes de los clásicos de Disney. A ellas se une en 'Aladdín' la resolutiva Jasmine, una princesa de armas tomar con un carácter de aúpa que no consiente que nadie decida sobre su futuro y cuya sensualidad es un punto y aparte en la definición de las féminas del cosmos de la productora, acercándose más a Jessica Rabbit que a Aurora, Cenicienta o Blancanieves.
Un triste adiós
Decía antes que si en algo no defrauda 'Aladdin', en consonancia con sus dos precedesoras, es en el impresionante nivel que alcanzan tanto la banda sonora compuesta por Alan Menken —que, de nuevo, sería premiada con el correspondiente Oscar— como las canciones, que debían haber sido escritas por Howard Ashman y que finalmente debieron su autoría tanto al letrista de 'La sirenita' y 'La bella y la bestia' como a Tim Rice que, proveniente de Broadway, terminaría jugando un papel determinante en futuras producciones de los estudios de animación.
Proyecto que, en parte, nació de Menken y Ashman, la idea de un musical animado acerca de Aladino fue propuesta por el músico a la compañía a finales de los ochenta y, antes de dar alma a la Bestia, la pareja de artistas ya había compuesto seis canciones que conformarían el total de lo que habría de verse en la cinta. Alterada la idea original por las varias reescrituras que sufrió el guión original de Linda Woolverton en manos de Clements, Musker, Elliot y Rossio, cuando la producción de 'Aladdín' se puso definitivamente en marcha sólo dos del citado sexteto eran válidas para las necesidades argumentales del filme.
Pero para volver a contar con Ashman ya era tarde: el letrista, enfermo de SIDA, fallecía en marzo de 1991 mientras, al límite de sus fuerzas daba los últimos retoques a 'Prince Ali' tercera de las canciones que junto con 'Arabian Night' y 'Friend Like Me' conformarían parte del espíritu de 'Aladdin'. Un espíritu que Rice, con su inmenso talento, vendría a completar con 'A Whole New World' —la mejor tonadilla de la película— y 'One Jump Ahead', cerrando un apartado que, al igual que la música orquestal de Menken, también sería acreedor de un Oscar destinado al número que comparten Aladdín y Jasmine a bordo de la alfombra mágica.
'Aladdín', una película "genial"
Por más que parezca que mi opinión para con 'Aladdín' es situarla a la altura de sus dos —tres— predecesoras o, ya que estamos, al mismo nivel que la cinta que le seguirá en el recorrido de la Disney por los años 90, he de confesar que la presente producción siempre ha provocado en mi sensaciones contrapuestas: lo hizo en su primer visionado, cuando el que esto suscribe contaba con 18 años, y lo sigue haciendo hoy cuando ya son cerca de 40 los que me dispongo presto a cumplir. Y de tener que señalar un responsable directo de estas sensaciones ese sería, sin lugar a dudas, el Genio.
No me malinterpreten, no estoy queriendo decir que el azulado, vaporoso e histriónico personaje al que dio voz Robin Williams —o un espléndido Josema Yuste en la versión española— sea el origen de los males de la producción; antes bien, si algo quiero apuntar es que desde el momento en el que hace aparición en la cueva de las maravillas, la cinta deja de tener interés salvo cuando él está presente y uno puede deleitarse en la frenética imaginación que Eric Goldberg —influenciado sobremanera por el gran Al Hirschfeld— puso en la concreción de una presencia que se merienda a todo aquel que se le ponga por delante.
Hasta su incursión, 'Aladdin' ha sabido manejar más o menos bien los elementos con los que juega al margen del genio, ya sean éstos el carisma de su protagonista, la citada sensualidad y energía de Jasmine, lo simpático del mono Abú, o lo hilarante por momentos de ese dúo humorístico que es el compuesto por Jafar y Yago. A partir de ella, lo que queda entre sus intervenciones raya por instantes en el aburrimiento y sólo el clímax final, en el que se dan cita todos los "actores" es capaz de levantar un poco el vuelo de una acción bastante irregular en términos generales.
Lo curioso del caso es que, cuando 'Aladdín' termina uno no tiene la sensación de haberse sentado delante de una cinta con tantos altibajos, sino de haber asistido a un despliegue de genio muy similar al que se había visto en 'La sirenita' y 'La bella y la bestia'. Y ello es debido, de nuevo, a las muchas e hilarantes apariciones del que es, por derecho, uno de los mejores personajes que la Disney ha plasmado jamás para la gran pantalla, un torbellino que carga sobre sus hombros con la práctica totalidad del peso de un filme que, de no ser por él, se habría quedado en un inmenso quiero y no puedo.
Una cualidad ésta que queda mitigada también en parte por el paso de los años y por el cariño que se le toma al filme pero que no debería ser ignorada, no ya porque eso sería desmerecer esfuerzos inmediatamente anteriores de los estudios sino porque también jugaría en contra de lo que vendría a continuación, una producción que rompería moldes y que, a día de hoy, veintiún años después de su estreno, es considerado por muchos como el mayor hito artístico de la Disney de las últimas cinco décadas. Si tal afirmación es una exageración a ojos del que esto suscribe será algo que veremos la próxima semana.
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