Durante muchos años, las novelas de Agatha Christie fueron un enorme filón para hacer películas de asegurado éxito comercial, debido a la fama mundial de la escritora, aunque curiosamente muchas de ellas no pasaban de ser un mero entretenimiento, que casi siempre quedaba por debajo de sus posibilidades, si consideramos que una historia llena de personajes entre los que se haya un asesino que nunca se descubre hasta el final, tiene posibilidades. Y creo que un director con personalidad puede hacer algo mínimamente decente de este tipo de historias, cosa que casi nunca se ha dado, salvo el honroso caso de Billy Wilder en una de sus obras maestras, la imprescindible 'Testigo de cargo'.
'Diez Negritos' ha sufrido hasta tres versiones, siendo la que nos ocupa, la primera de ellas. Luego vendrían la de George Pollock, que un servidor no ha visto, y la de Peter Collinson, que era enormemente aburrida. La de René Clair es la que más fama tiene entre los aficionados. Y sin embargo he de decir que me he llevado una enorme decepción. Y es que Clair siempre me ha parecido un director bastante sobrevalorado, con alguna que otra maja película, como por ejemplo 'Sucedió Mañana', pero nada más. Su cine envejece, además, a marchas forzadas.
La historia de 'Diez Negritos' reúne a diez personajes en una mansión que está en una isla en la que no hay nada más. Allí están como invitados por el anfitrión de dicho lugar, el cual tiene secretas intenciones sobre todos ellos. Cada personaje esconde un secreto, un crimen cometido del que han salido impunes todos. La intención es que pagen por esos crímenes con sus propias vidas. Uno a uno irán cayendo, sin que se sepa quién es el que quiere hacerles pagar por todo lo que hicieron en su pasado, ya que el misterioso anfitrión parece no dar señales de vida.
Como toda obra de Agatha Christie, no sabemos nada de lo que ocurre realmente hasta llegar hasta los minutos finales. Evidentemente, este tipo de argucias mantienen el interés en el espectador, el cual se pasa toda la película intentado averiguar quién es el culpable, cosa que se puede convertir en un soberano aburrimiento si ya se ha leído la novela en la que se basa el film, algo nada recomendable en este tipo de películas. Digamos que la parte de suspense está bien llevada por el director, con una acertada puesta en escena, y un ritmo adecuado.
También hay un desfile de actores, algunos de ellos míticos dentro del cine clásico, secundarios gloriosos de aquellos tiempos. Judith Anderson y C. Aubrey Smith, rostros conocidísimos, ambos en pequeños personajes que apenas son desarrollados. Los que sí tiene más relevancia son los de Barry Fitzgerald y Walter Huston, muy bien compenetrados en las numerosas escenas que comparten, constituyen prácticamente lo mejor de la función. El resto del reparto no destaca tanto, quizá por ser personajes mucho más convencionales y tópicos.
Pero hay algo que malogra los resultados del film de forma un tanto alarmante, más de lo que imaginaba. Clair siempre ha sido un director que se movía por lo general, en el campo de la comedia. Aquí no renuncia en varios momentos a gags, algunos de lo cuales son demasiado forzados, intenta vestir la película de cierto tono de humor negro, entre sarcástico y cínico, pero que le queda muy mal al film. Y es que descoloca en demasía la sensación de estar presenciado un tema serio como son los asesinatos que se están cometiendo, y se incluyan ciertas bromas que desentonan del resto. Si estuviéramos hablando de una parodia, pues otro gallo cantaría, pero no es el caso.
Una floja película, no mucho mejor que las adaptaciones que de Christie se hicieron en la década de los 70, y que eran temibles. Y es que salvo el caso de Wilder, antes mencionado, nadie se atrevió a cambiar las constantes de una serie de películas demasiado parecidas entre sí.