Scott Eastwood es noticia últimamente. Uno de los retoños de Clint Eastwood que parece va a llegar más lejos que los intentos de Alison Eastwood —incluso probó con la dirección—, o Kyle Eastwood, que empezó de chaval y ahora es un muy reputado músico de jazz. El lógico y extraordinario parecido físico de Scott Eastwood con su padre hace pensar que el joven actor seguirá sus pasos con el mismo éxito. O tal y como le ha pasado a sus hermanos, no.
El pasado mes de enero, se estrenaron en cines y en VOD (Video On Demand) —práctida para estrenos muy extendida, y provechosa, al otro lado del charco, pero a la que aquí los productores le tienen pavor—, en días consecutivos, dos de los filmes que tienen a Eastwood hijo como principal protagonista. ‘Mercury Plains’ (Charles Burmeister, 2015) —extrañísimo y muy aburrido film— por un lado, y ‘Diablo’ (Lawrence Roeck, 2015) por otro. Un western, así la comparación es aún más inevitable. El resultado es otro cantar.
‘Diablo’ parece un remedo de ‘El jinete pálido’ (‘Pale Rider’, Clint Eastwood, 1985), a la que intenta evocar con sugerencias del fantastique, pero donde Eastwood padre triunfaba, sobre todo en el necesario equilibrio ético/estético, haciendo una especie de guiño a George Stevens y Sergio Leone, el film de Roeck, que posee un argumento diferente, se pierde en efectismos de todo tipo, amén de querer realizar una especie de homenaje al estilo que subvirtió, arrastrando por el lodo el western, el spaghetti.
El inicio del film, que apenas dura hora y media, lo cual es una alegría, recuerda sin ningún tipo de miramientos al de ‘El fuera de la ley’ (‘The Outlaw Josey Wales’, Clint Eastwood, 1976). Un veterano de la guerra civil estadounidense es atacado por unos hombres que se llevan a su mujer. Comenzará entonces una sangrienta persecución llevándose por delante a todos los que intenten impedírselo, y que por lo visto, son casi todos los personajes secundarios.
Una pérdida de tiempo
Lo que podría haber sido un western sin demasiadas pretensiones, y jugando a lo que Henry King hacía en algún estimable film, sobre el peor lado de la venganza —tema muy recurrente en el género—, termina por convertirse en un thriller a caballo con armas de fuego, poseedor de un guion con demasiados agujeros, y una clara intención de engañar al espectador, queriendo sorprenderle mediante giros argumentales que se ven venir a millas de distancia.
Ni siquiera la presencia del siempre estimulante Walton Goggins —fantástico en otro western reciente, ‘Los odiosos ocho’ (‘The Hateful Eight’, Quentin Tarantino, 2015)— ayuda a elevar el interés de una propuesta tan absurda como ‘Diablo’, que también juega con el western psicológico instaurado por Henry King —otra vez este director, no lo suficientemente considerado— en 1950. Por supuesto, si el guion, del propio director y Carlos de los Ríos, ya es risible, la puesta en escena no se queda atrás. El scope utilizado única y exclusivamente para poner a los personajes en una esquina del encuadre, como falsa señal de estilo, o sabe dios qué.
¿A qué viene la presencia de Joaquim de Almeida? Y tras descubrir las previsibles cartas del personaje central y llegar a un clímax violento ¿a qué viene ese final? Parece que no supieran cómo terminar la película, y la dejan en suspenso mientras se nos queda cara de idiota. Hablando de caras, Scott Eastwood se pasa todo el rato, al igual que el otro film citado, imitando las caras que ponía su padre, quien imagino le habrá dado dos buenas bofetadas por no haber aprendido nada.
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