Ausente de forma pasmosa de las nominaciones de los Oscar de este año, 'Destroyer' juguetea continuamente con nuestras expectativas acerca de lo que debe ser una película sobre un policía de Los Angeles caído en desgracia y cuyos actos del pasado repercuten en el presente. Sin embargo, la sutil e inteligentísima propuesta de Karyn Kusama y los guionistas Phil Hay y Matt Manfredi (con los que ya colaboró en 'La invitación') la convierten en algo más que un 'Serpico' o un 'Teniente corrupto' protagonizado por una mujer.
O quizás sí que sea solo eso, y esa condición precisamente es la que le da toda su energía: el hecho de que por una vez sea una mujer dura y arisca -como manda el canon- pero a la vez humana y frágil -como esperamos del cambio de sexo típico del protagonista-, es lo que hace que, de forma inadvertida y natural, sin sobreexplicaciones ni subrayados, nos hagamos preguntas. Acerca del trágico trasfondo humano que esconde el tropo del policía implacable, sin compasión, casi sin moral, incapaz de encajar en la sociedad y que solo funciona bajo sus propias normas. ¿Qué hay detrás de ese corazón de piedra y esos puños siempre dispuestos?
Nicole Kidman es la detective de la policía Erin Bell, que aún arrastra las secuelas de un caso de hace veinte años: alcohólica, irritable, imprevisible, suele pernoctar en su coche. Un nuevo caso, un cadáver encontrado al borde del río, le retrotrae a aquella sangrienta debacle de hace dos décadas, que protagonizó junto a su compañero de entonces (Sebastian Stan): un atraco a un banco, planeado por una serpiente de piel humana llamada Silas (Toby Kebbell).
A diferencia de otros personajes como Erin, tan propios del cine negro, la personalidad en permanente conflicto con sus superiores y con la gente que quiere (quizás el aspecto menos trabajado del film, su relación con su hija), no le lleva a abrirse paso por un mundo hostil y a combatir al fuego con fuego. Esta actitud la mantiene en un permanente callejón sin salida, uno en el que no puede más que echarse sal en las heridas. En este personaje construido de forma impactante por Kidman y Kusama, la violencia y la autoanulación no son la única forma de avanzar, sino lo que mantiene asfixiada a nuestra antiheroína. Es el motivo de que sea continuamente ninguneada por sus superiores y compañeros: el tipo duro es un paria.
'Destroyer: Una mujer herida': la máscara es la clave
Muchos de los comentarios que suscite 'Destroyer' se van a centrar en el impactante cambio físico que asume Nicole Kidman para interpretar a Erin, ciertamente impresionante: piel agrietada y de color macilento, ojos inyectados en sangre, ojeras cadavéricas, apariencia avejentada. Dejando de lado observaciones algo inadecuadas (parece que Christian Bale no se "sepulta bajo toneladas de látex", sino que hace una creación única, mientras que Charlize Theron o Kidman solo se "afean"), es curioso cómo el maquillaje de Kidman huye del naturalismo.
Es decir, su aspecto en el presente (en los flashbacks, Kidman actúa sin maquillaje) es exageradamente feísta, porque se pretende que funcione como una máscara. La pesada máscara de los excesos y el paso del tiempo y que han convertido a Erin en una mujer escondida tras una capa infranqueable de cicatrices y dureza. Kusama refuerza esta sensación rodando esta ciudad actual de Los Angeles con un falso realismo, carente de toda belleza y que más bien parece una auténtica boca del infierno.
Es posible que el enigmático título de la película, 'Destroyer', haga referencia al dios hindú Shiva, apodado El Destructor, lo que sin duda refrendaría esta interpretación del maquillaje de Kidman como una máscara que oculta a la auténtica Erin en este Los Angeles monstruoso y sin esperanza. Casi un meta-comentario acerca del género, de sus hombres duros y del ya agotado tropo del policía de vuelta de todo, capaz de solucionar un complejo caso con ramificaciones infinitas en el pasado a base de coscorrones.
El ritmo y el desarrollo de 'Destroyer' no son los habituales en un thriller al uso, del mismo modo que 'La invitación ' agarraba conceptos de las home invasions y otros géneros de moda en el cine de terror para revolverlos y reflexionar sobre las profundas heridas que el pasado marca en los personajes. En este caso, la colaboración de una Kidman sutil y grandiosa (ojo a los asfixiantes matices de su voz en la Erin actual) es imprescindible para dar luz a uno de los personajes más inquietantes, malheridos y complejos del año. Por una vez, el maquillaje no es solo exhibicionismo: es también discurso.
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