Aunque la enjundia de una película como 'Destello bravío' parece situarse en la lisérgica sensualidad de una merienda-akelarre con pestiños y flores de sartén, es en su apuesta por planos estáticos donde la cinta expresa con contundencia su interesante carácter observacional.
A través de sus rendijas, de sus huecos, la ópera prima de Ainhoa Rodríguez apunta hacia la invisibilización de sus personajes-personas, mujeres de la localidad extremeña de Tierra de Baños, reiterando así el soterrado doble yugo al que se enfrentan a diario: el de la opresión femenina y el del olvido rural.
Planos generales y observacionales como el inicial, en el que dos mujeres, apenas manchas en el insondable retrato natural de un lago en calma, gritan ante el rubor intranquilo de las aguas que oculta sus palabras ininteligibles, son los que pretenden desgranar las diversas realidades a las que las protagonistas de la cinta se enfrentan. Realidades sepultadas, oscuras y contadas entre susurros, que remiten a una desmitificación de lo rural como espacio de tranquilidad muy en sintonía con la propuesta del terror que escondía el apacible pueblo de 'Twin Peaks', continua pero inconsciente referencia del filme de Rodríguez.
Y es que el debut de la realizadora, también productora junto a Luis Miñarro para poder contar con la mayor libertad creativa posible en su acercamiento a la población de Tierra de Baños, rechaza toda referencia, si bien puede situarse en la cinematografía patria en la órbita de obras tan diversas como las de Elena López Riera, Chema García Ibarra, Lois Patiño, Juan Cavestany o el propio Miñarro (tanto en su faceta de productor como en su filmografía como director). Filmografías que, desde múltiples variaciones geográficas, genéricas o formales, estudian las variadas condiciones sociológicas y antropológicas españolas.
Su cruce con la no-ficción, en paralelo a exploraciones cinematográficas como las de López Riera, convierte a 'Destello bravío' en una película con vocación por sus personajes y con poco interés en la construcción de tramas legibles; cuestión que, a priori, no es desencadenante de rechazo. Sin embargo, es en la combinación del estudio del atávico mundo rural extremeño y la inclinación por el esoterismo y el misterio donde la cinta ganadora del Premio Especial del Jurado en el pasado Festival de Málaga desvela la convivencia de sus difícilmente reconciliables y antagónicas visiones: la de la observación naturalista frente al artificio de una visualidad estridente.
Termitas y elefantes blancos en Tierra de Baños
'Destello bravío' narra penurias entre susurros y rendijas, desde planos estáticos en los que sus protagonistas intervienen de forma prácticamente testimonial. Es el caso de la viuda que vuelve al pueblo (que abandonó, precisamente, tras casarse sin la aprobación de sus padres), a quien vemos tras cortinas blancas en un patio en el que permanece sentada, escucha música y baila en soledad; así como el de la mujer que, de espaldas y con un tono de voz casi imperceptible, relata entre café y pastas su historia de abusos y vejaciones en una escena que bien podría entenderse por oposición a la merienda lisérgico-sexual.
Es esa secuencia la que remite a la particular fórmula de visibilización de la cinta: desde figuras incompletas, sin rostros (o con rostros reflejados en cristales desiguales que fragmentan las facciones) y con un trabajo técnico en el que el sonido casi indistinguible reitera las voces remisas de mujeres de mediana edad en el mundo rural desde lo íntimo y lo discreto. Una operación de representación que, por otra parte, parece irreconciliable con las estridencias de una película que también se inclina hacia lo esotérico y lo extravagante.
Muy en línea con las reflexiones de Manny Farber, quien confesaba su pasión por el arte termita y su profundo rechazo por el arte elefante blanco, la película de Ainhoa Rodríguez parece funcionar como compendio dicotómico de ambas acepciones. Y mientras que en seguimientos naturalistas y charlas anodinas y entre susurros 'Destello bravío' apunta hacia sus actrices-termitas sin barroquismos ni ostentaciones, en sus escenas más elaboradas y estridentes la cinta se confiesa admiradora del oropel autoral, de la fijación por una visualidad que destaca, como un inamovible elefante blanco, por encima de su propia tesis.
Y es que la cinta de Rodríguez, que parece aspirar a cierta representación naturalista de la vida de las mujeres en Tierra de Baños, atraviesa con esoterismos y misterios insondables escenas de artificiosa plasticidad que parecen difícilmente equiparables al estatismo observacional de sus tramos más cercanos a la no ficción en entornos domésticos y pueblerinos.
'Destello bravío': un fogonazo abrupto de dos películas irreconciliables
Se suceden, así, secuencias con ánimo perturbador, como la de un plano subjetivo en el que una joven desnuda es observada mientras escuchamos una masturbación masculina, la de un marido sometido a una esposa infeliz que le obliga a lamer un techo, o la propia merienda lisérgica a ritmo de la folclórica jota de las aceituneras, escena cuya inclusión es difícilmente enlazable con el resto de la película si no es por oposición al yugo narrado durante el resto de la cinta.
Conviven, pues, dos películas de diferencias insoslayables que también reflejan vagamente todas las contradicciones que la película plantea: la religión contra lo mágico, la feminidad oprimida contra la dominación de lo sexual, la vejez contra el deseo, el abandono solitario contra el akelarre comunitario, lo terrenal contra lo esotérico y celeste… Contraposiciones, todas estas, que se enmarcan dentro del ámbito formal en dos opuestos algo vagos pero que también nos ayudan a entender esa convivencia irreconciliable: la ficción narrativa frente a la no ficción.
El método para refrendar esta continua y machacona tesis de opuestos no es otro que técnico, por lo que montaje y dirección de sonido juegan un papel clave en el reflejo de lo abrupto e irreconciliable. Y es que, como el destello del título ya deja claro, la cinta remarca sus desigualdades y contraposiciones a través de una edición donde el corte, sin ningún tipo de transición sonora o visual, es la herramienta por excelencia, tal y como ocurre con el plano sonoro, plagado de melodías de armonías disonantes y composiciones absorbentes que, precisamente por el montaje de la película, desaparecen de forma radical y sin previo aviso.
El destello, una luz mínima que proyecta una sombra casi anecdótica, se convierte entonces en el símbolo que desentraña todo 'Destello bravío'. Una metáfora reflejada en cortes de montaje que, como el propio destello, iluminan de forma escasa y testimonial la liberación de las bravías mujeres rurales, y que, como el propio fogonazo, desaparece de forma abrupta y sin dejar rastro.
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