¿Cómo empieza una película que habla sobre la nada? ¿Cómo encapsula la intrascendencia una serie de imágenes en movimiento vehiculadas como ontología posible de algo que no es pero quiere ser? 'Despidiendo a Yang', la segunda película de kogonada que puede verse en Amazon Prime Video, asume que la naturaleza de la existencia es inescrutable, y persigue entre los recovecos de sus imágenes y sus montajes de sonidos solapados una irrealidad que pueda representar lo real por oposición para que la nostalgia al mirar el vacío permita contemplar el todo.
Lo nuevo del director de la armónica 'Colombus' transita la senda del zen con ceremonias del té en las que traslucen posos de la contención de los diálogos de Yasujiro Ozu, el pesar metafísico de 'Blade Runner', el estoico existencialismo de Kazuo Ishiguro, los autorretratos de Vivian Maier o el no-tiempo del recuerdo en 'La Jetée'. Lo hace desde la ciencia-ficción con la historia de una familia fragmentada que, tras una sincronización interrumpida tras el memorable baile inicial de la cinta, intenta cauterizar la herida de la posible desaparición del propio Yang del título, un cyborg que sigue danzando hasta su fatal desconexión.
Así, la película discurre entre las vicisitudes de la memoria del joven desconectado, un tecnosapiens que simula una muy conseguida humanidad en un futuro hipotético donde el artificio ha llevado a crear androides para todo tipo de usos, algo similar a lo que ocurriera en 'Klara y el Sol', último libro de Ishiguro. Y, al igual que con los humanoides descritos por el escritor, que serpentea por su narración mientras escruta el sentido de estos posibles seres, el relato dislocado a través de los desiguales recuerdos que el disco duro de Yang conserva nunca abandona la duda metafísica.
'Despidiendo a Yang' procura unir los retazos de su protagonista a través de la esforzada acción del matrimonio que forman Kyra (Jodie Turner-Smith) y, en especial, Jake, al que interpreta un orientalista Colin Farrell) y que intenta, por todos los medios, recuperar la conciencia del robot hermano. No en vano, Yang es un pilar para la vida de su hija Mika, una niña acompañada desde su nacimiento por el tecnosapiens que aprehendió la cultura china para que fuese él quien enseñara a la pequeña sobre sus raíces, en una peculiar especulación sobre cierta conciencia blanca que asume la imposibilidad de enseñar el arraigo de una minoría desde un prisma ajeno.
Los posos de kogonada: autorretratos, no-tiempo y el puzzle de la memoria
La otredad que vive Yang es, además, doble: por un lado, la de una conciencia propia como un otro artificial cuyas raíces asiáticas son impostadas, y por otro, la de la tensión entre la humanidad natural y la posible de un ente que ha sido creado pero siente la existencia como propia (que, a su vez, resuena en la mirada del padre sobre los clones). Estos sentidos son expresados en los diálogos alojados en la memoria de Yang, reseñando sus disonancias y dudas, pero, especialmente, a través de las miradas del humanoide en espejos, visiones que Jake contemplará sumido a través de la extrañeza de esas extrañas memorias.
Y, como si de un autorretrato de Vivian Maier se tratase, las miradas de Yang a su propia figura desde un espejo son también reflejo de una búsqueda de la propia existencia, una huella de su realidad que la fotógrafa captaba con su cámara y el robot registra con su ojo, también parte de la máquina (pero, si pensamos en imágenes en movimiento, ¿no es la cámara una extensión del ojo en esa captación?) El paralelismo, además, continúa: tanto Maier como Yang prueban y reclaman su existencia a través del autorretrato en un nivel privado y propio que termina expuesto de forma pública.
Los recuerdos del tecnosapiens que Jake revisita, que nunca siguen una posible linealidad temporal, se solapan en contraplanos en los que, corte de montaje mediante, reverberan con el mismo sonido que se ha escuchado segundos antes desde una nueva perspectiva visual pero también de tono o ritmo. Una fórmula que kogonada, también montador de la cinta, repite a lo largo de 'Despidiendo a Yang' para realizar una reconstrucción posible pero confusa de la memoria de su protagonista robótico que bien podría poner en paralelo la naturaleza de sus recuerdos con los de un ser humano: diluidos, modulados e incluso modificados involuntariamente con el paso del tiempo.
La película también reconstruye y actualiza uno de los fetiches de kogonada: los diálogos de Yasujiro Ozu con contraplanos frontales montados en 360 grados, que aquí toman la forma de videollamadas entre Jake y Kyra, narrando sus acercamientos hasta una bella comida de pareja. Una obsesión revisitada que podría pasar por agradable pero inane referencia y que se desvela como exhaustiva comprensión sobre la obra del director de 'Cuentos de Tokyo'; pues estos diálogos de apariencia anodina y contenida, seña fundamental del cine de Ozu pero también del espíritu de 'Despidiendo a Yang', esconden en los huecos entre lo dicho y lo callado los más acuciantes subtextos y el más sentido entendimiento de la vida.
'Despidiendo a Yang': ¿Sueñan los androides con ceremonias del té?
La observación en la película, que adopta la mirada de Jake, podría ser similar a la que el espectador haría sobre la película, como una toma de conciencia que para el padre pasa por, si no aceptar, al menos pensar sobre la posible vida de un robot, y, para el espectador, el posible cambio de concepción sobre una mirada que parecería ensimismada y superficial en torno a uno de los directores más canonizados de la historia del cine y que termina en la exploración de un espacio donde no hay nada y se esconde todo.
Esta digitalización que actualiza la obsesión cinéfila también significa la forma en la que la película aborda la otredad desde lo fílmico y lo robótico, pues la aparente asimilación orientalista de Ozu, al igual que la identidad artificial, por extensión, superficial y falsa, de Yang, siempre esconde el mismo fondo: cómo se piensa sobre la existencia propia desde las contradicciones del androide, con una mirada construida y, a priori, nunca genuina, que arraiga en una cultura nunca vivida, en una tierra nunca pisada, en un aire nunca respirado.
En este futuro posible, la opresión no desaparece: se transforma. Hay miradas por encima del hombro a existencias de segunda: los tecnosapiens como artificio adquirible por un precio, y los clones, existencias paralelas y duplicadas que pierden su valor respecto a la original, y esos cuerpos negados son un nuevo Otro. La poscolonización, ciertamente perversa, se turbocapitaliza y robotiza, y la forma de enseñar sobre identidades no hegemónicas es la compra de un robot-hermano cuyas raíces son mero dato, una explicación de hechos no experimentados por quien los comparte.
¿Cómo termina una película que habla sobre la nada? En todos sus intersticios y negaciones, 'Despidiendo a Yang' busca una respuesta posible pero esquiva observando la existencia a través de la contingencia, con una nostálgica mirada al vacío; lo real desde la ciencia ficción, al pensar sobre nuestro mundo desde lo irreal; y la representación a través del cine, un artificio sin aparente sentido. Porque, aunque no sea la respuesta a sus preguntas, kogonada insiste: miramos con pena a la nada porque es condición indispensable para que, por oposición, cualquier cosa exista.
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