El joven y excéntrico James Matthew Barrie (Johnny Depp) entabla amistad con un grupo de niños, los Davies, hijos de la viuda Silvia Llewellyn Davies (Kate Winslet). El más pequeño de todos, Peter (Freddie Highmore) será el que más inspire su más famosa creación.
Esta película biográfica trata de narrar el proceso de gestación de Peter Pan, contando los días de amistad de JM Barrie con un grupo de niños y como su relación con el más pequeño de todos fue el origen del niño que se negó a crecer y habitó en Nunca Jamás. Se hace paralelo el genio de Barrie con un matrimonio cuya ruina sentimental se simplifica en exceso para dar paso al melodramático fallecimiento de la madre y a como Barrie se erige en la figura paternal definitiva.
El guión lo firma David Magee y elude todas las zonas de sombra interesantes de este relato: la obsesión de Barrie con los niños, las razones bizarras por las cuales su matrimonio quedó sin consumar, la presunta historia de amor que mantuvo con Sylvia con la que se comprometió antes de su fallecimiento, o la ulterior muerte de tres de sus hijos adoptivos, uno en la primera guerra mundial, otro ahogado junto a su amante y el último tras cometer suicidio. De hecho, antes de cometer el suicidio, Peter borró la correspondencia de Barrie que detallaba su relación con el segundo suicida, Michael. ¿Qué escondía esa figura?
La historia de Barrie es, en pocas palabras, una historia de claroscuros pero la trama del film se plantea del modo más agradable posible, también del menos problemático, lo cual resulta inquietante viendo el potencial metafórico y el alcance que tienen la figura de un niño que no quiere crecer, y su posible represión sexual, o el imaginario asociado con Nunca Jamás también de expresiones sexuales infantiles. Incluso la historia de su divorcio, de sus estrategias, tiene mucho que ver con el orden social y con sus propias carencias, aunque la película enfatiza su carismática amistad como los niños como su mayor centro dramático.
Por supuesto, Kate Winslet y Johnny Depp brindan dos interpretaciones muy correctas y Forster dirige con aplomo y notas sentimentales, buscando la película ser zona de confort en todo momento. Pese a todo, hay algo irritante en estas decisiones: El genio expresivo de Depp convierte a Barrie en un vago e ingenioso entretenedor de guardería y Winslet beatifica un tanto la actitud de Sylvia, en vez de ahondar en sus melancolías. Tampoco hace mención la película de como Barrie reescribió las voluntades de Sylvia para tener la custodia: todo lo que perturba de su biografía se elude en secuencias del autor jugando con los críos, dulcemente.
Incluso Depp anula todos los secretos de Barrie, a cambio de no ofrecer una dosis de su habitual excentricidad interpretativa y de mostrarse correcto, paternal, calculadamente encantador.
La única interpretación interesante es la del personaje que el guionista ha escogido como villano, Julie Christie, la madrastra que cuida de Sylvia, cuyo frontal rechazo a la imaginación y su arraigo a las convenciones sociales convierten sus apariciones en algo fresco e interesante, en tan previsible propuesta. Freddie Highmore sabe estar adorable y las primeras intervenciones de la fantasía son divertidas, pero el esquematismo hace prosaicas incluso tales secuencias.
El contraplano de esta película es la excelente novela Jardines de Kensington de Rodrigo Fresán donde la vida de Barrie y Peter Llewellyn Davies se funde con las obsesiones turbias de un exitoso escritor de best sellers para niños llamado Peter Hook. Es una pena que en una figura llena de aspectos tan apasionantes, la película se empeñe en no decir nada sobre su tema y sobre su rema (Peter Pan y su popularidad, en una sociedad en la que Freud también cambiaría el modo de entender el deseo y la manera en la que creamos imaginarios colectivos).
Tampoco como melodrama inglés tiene la película mayor sorpresa, acaso presente cierto encanto, aunque escaso, en las secuencias de sueño donde el autor concibe. Pero todo cuanto nos quiere decir esta película sobre la fantasía, su relación con la realidad, la intimidad o la creación es poco o casi nada. Eso sí, se sonríe con frecuencia, Forster cuenta con su talentoso operador habitual, Roberto Schaefer, y la música de Jan AP Kacmazareck muestra eficacia en los propósitos de sus hacedores.
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