“A veces tienes que perderte a tí mismo antes de que puedas encontrar algo…”- Lewis
El vínculo del hombre moderno con la naturaleza salvaje es uno de los temas más recurrentes de la gran literatura y del gran cine. Ese vínculo se ha abordado de muy diferentes maneras por escritores o cineastas: desde una perspectiva absolutamente ingenua y por ello indefendible, hasta una forma muy oscura de percibir el entorno natural, por muy bello y bucólico que este sea. Dentro de ese arco de posibilidades, las que observan la naturaleza como un ambiente de libertad pero despiadado y terrible, no me cabe duda que son las más certeras, sobre todo cuando gracias a ello vemos reflejado al hombre como lo que verdaderamente es en su esencia más primigenia: una frágil criatura mortal que lucha por sobrevivir. En ese sentido, la quinta realización del cineasta británico John Boorman, es una de las experiencias más catárticas y extenuantes que puede vivir un espectador.
Probablemente ‘Defensa’ (‘Deliverance’, 1972) sea la película más redonda de toda la filmografía de Boorman (no he visto ni ‘Catch Us if you Can’ ni ‘Where the Heart Is’, pero dudo mucho que lleguen a este nivel), y uno de los filmes que mejor demuestra lo extraordinaria que fue en muchos sentidos la década de los setenta, en enorme contraste con los penosos (y ahora absurdamente reivindicados, para mí) años ochenta. Una aventura inolvidable y conmocionadora, que no ofrece la menor concesión al espectador ni el menor divertimento barato. No consigo recordar (¿podré alguna vez?) quién fue el que dijo que las únicas historias que merecen la pena ser contadas son aquellas que susurrarías al oído de un moribundo, pero creo que es muy cierto, y ‘Defensa’ es una de esas historias. El espejo definitivo en el que mirarnos y ver reflejada nuestra condición más terrible, pero quizá también la más auténtica, la más noble.
Basada en la novela homónima de James Dickey, que escribió así mismo el guión y que se reservó un pequeño pero importante papel en la producción, la película sigue muy fielmente al texto literario, salvo detalles muy pequeños pero cruciales y aterradores como la famosa frase “chilla como un cerdo”. Lo cierto es que es un material perfecto para una película, y la diferencia entre lo que John Boorman busca y lo que encuentra es nimia, por no decir inexistente. Dicen que Marlon Brando y Lee Marvin (que ya había protagonizado para Boorman la excelente ‘A quemarropa’ (‘Point Blank’, 1967)) fueron la elección inicial para los papeles principales, pero que se echaron atrás, dejando el camino libre a John Voight y Burt Reynolds. El rodaje fue duro, con difíciles y peligrosas escenas en las canoas, río abajo, en bellísimos parajes naturales de Georgia, Carolina del Norte y Carolina del Sur. Pero mereció, y mucho, la pena. Las condiciones de rodaje quedan patentes en el magnífico grupo de intérpretes, reducido pero exacto, que habita en la pantalla.
Matar o morir
‘Defensa’ es la rotunda verificación de que el miedo extremo en una pantalla de cine puede lograrse sin la ayuda de monstruos sobrenaturales ni fantasías perversas. Para monstruo y para perversidad basta el ser humano, en toda su gigantesca imperfección. No solamente los dos violadores de la historia son más aterradores y más abyectos que el alienígena de Giger, es que la imaginación de los urbanitas de pronto convertidos en presas los hace todavía más terroríficos cuando ambos ya no aparecen en pantalla (y por extensión nuestra propia imaginación, que los convierte en engendros casi invencibles). Los cuatro hombres de negocios, que deciden tomarse unos días en el campo, y bajar en canoa el ficticio río Cahulawassee, jamás imaginarían que si querían una experiencia en la naturaleza que les despejara de sus obligaciones urbanas, iban a obtener mucho más, y mucho más doloroso, de lo que quizá podrían soportar. Es mérito de Boorman no juzgar jamás a sus personajes, y devaluar el relato convirtiéndolo en algo mucho más tendencioso, algo demasiado habitual.
La prepotencia y condesdencencia de los hombres de ciudad frente a los hombres de campo, su visión de los bosques, de las montañas y los ríos como un patio de recreo particular del que disfrutar sin dar nada a cambio, está dibujado de manera muy precisa, hasta el punto de que el altísimo precio que han de pagar se sitúa, en la conciencia del espectador, como algo inevitable, como el mismo destino o justicia poética, por mucho que la atroz tortura de Bobby y Ed, y la posterior angustia extrema para salvar la vida, sean casi insoportables. En ‘Defensa’, no hay lugar para dramas de salón, o para otra cosa que no sea mostrar la pura necesidad de vivir, aunque para ello sea necesario matar. Sin embargo, cuando llega el necesario momento de asesinar a otro ser humano, por muy deleznable que este sea, Boorman es lo suficientemente lúcido como para mostrar lo difícil que es, la carga de conciencia que acarrea, y el impulso interior de perdonar la vida aunque eso nos cueste la nuestra. Luchas morales que son el corazón de la película.
Viaje muy físico, por lo tanto, pero muy psicológico también. A fin de cuentas, el entorno es la suma de nuestros estados anímicos, aunque sea opuesto a ese estado, y quizá precisamente por ello. El escarpado linde del río es la expresión perfecta de los sentimientos de desesperación de los cuatro amigos, al igual que poco antes lo era de su sensación de libertad y de abandono momentáneo de la vida urbana. Como cine de aventuras, ‘Defensa’ es una cumbre, pero como poema visual también. La espléndida fotografía de Vilmos Zsigmond (operador de renombre que en los siguientes años encadenaría muchos proyectos importantes), llevada a cabo con un aspecto de imagen 2.20:1 (y 2.35:1 para sus copias en 70 mm., lo que da una idea de la ambición visual del filme), y el experto montaje de Tom Priestley, que dilata y contrae el tiempo a voluntad, en un conjunto sin aristas, esférico y bello, porque lo bello está encerrado sobre todo en lo terrible, y en la averiguación de que la supervivencia es casi más dura que dejarse matar.
El grupo de actores era crucial para hacer más verosímil una peripecia tan extrema. Y en el sobresalen John Voight y Burt Reynolds, aunque Ned Beatty y Ronny Cox no desmerecen en absoluto. El personaje de Voight y el de Reynolds suponen dos tipos de hombre muy diferentes. Lewis es el macho por excelencia, pero cuando se vea incapacitado, Ed demostrará que no son necesarias bravatas ni chulerías de ninguna clase para sacar las agallas que precisa el grupo. Y él representará también la conciencia del espectador. Sentimos en nuestra propia piel el frío del agua del río y lo afilado de las rocas del acantilado, porque nos identificamos completamente con Voight. Boorman lo narra todo sin divismos, sin exageraciones, limpia y llanamente, con una gran serenidad, sin prisas. A lo grande.
Conclusión y momentos favoritos
‘Defensa’ es una película magistral. Y elegir en ella una sola secuencia es literalmente imposible. El momento que todo el mundo recuerda, claro (y a su pesar), es el de la violación y posterior aparición de Reynolds armado con su arco, pero también el del banjo, o el del accidente en el río, o la imagen final. Momentos todos ellos descarnados, salvajes, ante los que no se puede uno quedar impasible. La rabia y la impotencia se apoderan del espectador, mientras observa hasta donde puede llegar el gran cine de aventuras cuando se deja de lugares comunes y de su deseo de agradar al personal.