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'Death Race. La carrera de la muerte', la película moribunda

Corren tiempos adversos para el séptimo arte. Cuando tipos como Paul W.S. Anderson tienen vía libre para realizar una película, podemos echarnos a temblar porque cualquier cosa puede suceder, cualquier cosa, excepto el ver un buen film. Así lo atestigua su filmografía, llena de despropósitos como ‘Mortal Kombat’, ‘Horizonte final’, ‘Soldier’, ‘Resident Evil’ o ‘Alien vs. Predator’. Con esta carta de presentación, que hace que gente como Howard Deutch o Dennis Dugan parezcan maestros a su lado, era imposible esperar algo de calidad en esta ‘Death Race. La carrera de la muerte’.

Aún así, Anderson lo tenía sumamente fácil para mejorar el film que rehace, ‘La carrera de la muerte del año 2000’, obra de culto entre los amantes de subproductos, salida de la factoría del entrañable Roger Corman, quien vuelve a ejercer tareas de producción en la presente, dispuesto a llenarse los bolsillos más que en 1975. Y lo que a todas luces parecía que sería un ejercicio con toques nostálgicos y una vuelta a la violencia más desalmada de hace tres décadas, se convierte en un título muy políticamente correcto y prácticamente inofensivo.

El argumento de ‘Death Race. La carrera de la muerte’ no es exactamente el mismo que el film anterior, e incluso puede verse como una especie de continuación. Jensen Ames es detenido por un crimen que no ha cometido, el asesinato de su mujer, y encarcelado en una prisión de alta seguridad en la que cada cierto tiempo se celebran carreras a muerte entre los presos. Como Ames tiene un pasado de piloto, es requerido para participar en dichas carreras tomando la identidad de Frankestein (el mismísimo David Carradine prestando su voz), fallecido en la última carrera, y que se ha convertido con el paso del tiempo en el favorito del público, que se ha enganchado televisivamente a las brutales carreras. El corredor que gane cinco carreras obtendrá la libertad.

Todo en ‘Death Race. La carrera de la muerte’ queda reducido a la mínima expresión. Para empezar, el circuito ya no es todo el desolado y decadente país de los Estados Unidos, hablamos de un prisión donde lo peor de lo peor, delincuentes rechazados por la sociedad, conviven bajo el mandato de una alcaide sin escrúpulos. Con esto, una de las ideas más sugestivas, por demencial y atrevida, la de ir ganando puntos en la carrera atropellando a viandantes, queda aquí diluida en algo mucho menos peligroso, y que no encierra ningún tipo de dudosa moral, como es el hecho de que a los únicos que se pueden atropellar en la carrera son a los propios participantes. Que sí, que se ven en pantalla escenas realmente brutales y que no economizan en sangre, pero al fin y al cabo son delincuentes cumpliendo pena por sabe Dios que oscuros crímenes. Y es ahí donde Anderson demuestra todo su mal gusto por el querer impactar al espectador de esa forma, fracasando también por rodar escenas de acción sin la garra y ritmo necesarios. Eso sí, el director se adapta a los nuevos tiempos de videoconsolas y videojuegos mil, planteando la carrera como si de un juego se tratase, con sus niveles y la posibilidad de conseguir armas de ataque o de defensa. Todo ello controlado sabiamente por la alcaide y sus esbirros, que hacen lo que les place, aunque ello dé lugar a varias incongruencias al respecto.

Jason Statham hace lo que puede con un personaje totalmente plano, que se hunde en su completa simpleza, y ni siquiera resulta carismático. Nada que objetar con el resto del plantel, que le siguen muy de cerca, pero lo que sí sorprende es ver metida en este tipo de berenjenales a una actriz de la talla de Joan Allen. Supongo que querría divertirse de lo lindo participando en un film de estas características, al igual que hizo en dos de los films de la trilogía Bourne, aunque no debió pensar quién estaba detrás de las cámaras. La actriz está francamente horrible en su rol, sin ser capaz de dotar a su personaje de la maldad necesaria para hacerlo temible, y es que no llega con poner cara de enfurruñada, provocando más bien lo contrario. Por supuesto, con su personaje se entra también en lo políticamente correcto, una funcionaria de prisiones que, obsesionada por los índices de audiencia, se extralimita en sus funciones, y recibirá su castigo como la Justicia manda. Y a ser posible con una buena traca de explosivos.

'Death Race. La carrera de la muerte' es un bodrio increíble, que no se disfruta bajo ningún concepto y desde ningún punto de vista. Al menos, la anterior, que también era abominable, tenía cierto sentido del humor y no tenía límites, con lo que todo el mundo podía escandalizarse. Ni siquiera el espectáculo es mejor, poner a un montón de coche preparados para destrozarlos, circulando a mil por hora, en un circuito cerrado, atravesando explosiones mil, y mezclarlo sin el más mínimo sentido, es confundir aparatosidad con espectacularidad. Pero estos son los tiempos que nos ha tocado vivir en el cine de hoy día, logrando que echemos de menos el cine de acción de los 80 de una forma que nunca hubiera imaginado.

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