En las series de televisión se tiende a valorar bastante más el trabajo de los guionistas que en las películas. Hay varios motivos que lo explican, desde el hecho que se cambia constantemente de directores a que todos tienen que plegarse al estilo que se ha marcado desde el inicio. Hay excepciones donde se nota más su impronta, como con Cary Fukunaga en la primera temporada de ‘True Detective’, pero siguen siendo las excepciones a la regla.
En el caso de David Fincher tenemos el ejemplo de ‘House of Cards’, donde ayudó a cimentar las bases de la serie durante sus dos primeros episodios para luego no volver a ocuparse de ninguno más. Ahora vuelve a la pequeña pantalla con ‘Mindhunter’, una propuesta con una clara conexión temática con varios de sus largometrajes de la que dirigido cuatro episodios de su primera temporada -los dos primeros y los dos últimos-, así que su huella debería notarse más. No obstante, ahora toca centrarnos en el magnífico arranque de la nueva serie de Netflix.
Los cimientos
He de confesar que siempre he sentido una gran fascinación por la figura del psicópata, tanto los de la vida real como aquellas grandes creaciones del séptimo arte. Hay algo en su personalidad, incluso cuando esta es retratada de una forma exagerada o reduccionista, que me atrae sobremanera. Hay multitud de estudios al respecto, pero hubo una época en la que los agentes de la ley los veían únicamente como monstruos que había que eliminar -preferiblemente matándolos-.
‘Mindhunter’ nos retrotrae al momento histórico, fechado a finales de los 70, en el que eso empezó a cambiar en Estados Unidos. Varios de esos psicópatas asesinos estaban entre rejas y había otra gran cantidad de ellos sueltos. Eran una especie de plaga que no se podía exterminar a través de la fuerza bruta y fue ahí donde dos agentes de la unidad de comportamiento del FBI decidieron entrevistar a esos asesinos para poder entenderlos mejor y adelantarse a los nuevos que fuera surgiendo.
La propia serie nos deja claro que estamos ante una adaptación en lugar de una reproducción cuando cambia el nombre de esos dos agentes. Un pequeño detalle que permite a Joe Penhall, guionista de todos los episodios, una mayor libertad para que la serie encuentre su propia voz. Es ahí donde entra Fincher para ofrecernos una visión diferente de estos homicidas durante los dos primeros episodios.
'Mindhunter' se cuece a fuego lento
De hecho, Fincher se lo toma con toda la calma del mundo para establecer primero la pasión y determinación de Holden Ford -impecable Jonathan Groff-, luego para desarrollar la relación profesional que mantiene con Bill Tench -sorprendente Holt McCallany al alejarse de su imagen de hombre duro- y, ya en el segundo episodio, dar el salto a intentar mostrarnos cómo funciona la mente de uno de estos asesinos.
Fincher alterna su preocupación por captar las peculiaridades de la época -‘Mindhunter’ es fantástica técnicamente hablando-, tanto en lo referente a la ambientación como a la propia apariencia de los personajes, con la necesidad de crear unas bases sólidas sobre las que la serie vaya creciendo. De hecho, en estos dos capítulos no hay ni rastro de Anna Torv cuando se supone que su personaje tiene una gran importancia en la serie. Lo dicho, sin prisas, intentando atrapar la atención del espectador a través de las relaciones de los personajes y los sólidos diálogos escritos por Penhall.
Resulta curioso también que en las charlas con Ed Kemper -intachable Cameron Britton- no busque esa atmósfera enfermiza que uno podría esperar de algo así. Su objetivo es mostrarnos sus motivaciones, no juzgarlas –aunque claro, alguna frase hay en esa dirección, pero siempre fuera de las reuniones que tienen con él-, para poder entender, al menos parcialmente, lo que le convirtió en un monstruo para la sociedad.
Un arranque estupendo
También es cierto que no deja de ser una primera toma de contacto y estoy convencido de que irá enrareciéndose progresivamente a medida que hablen con otros asesinos, donde llama la atención que sí hayan decidido mantener sus nombres reales. Parece una especie de recordatorio de que sí que estamos viendo una serie, pero que eso existe realmente. Puede que no igual a lo que se nos cuenta, pero sí una versión muy cercana a ello.
Todo esto encuentra un gran equilibrio a través de la dinámica que se establece entre Groff y McCallany, el primero mostrando un mayor ímpetu mientras que el segundo es el que intenta que el primero no cometa errores. A fin de cuentas, él es el veterano. No es nada nuevo, pero sí tremendamente efectivo y necesario para que esto no pueda convertirse en una sucesión de casos escabrosos sin continuidad. Aquí realmente hay un punto de llegada y ya se han dado los primeros pasos en esa dirección.
No faltan tampoco los detalles mostrándonos las dificultades para hacer ver a sus compañeros que se trata de algo importante, pues para ellos las únicas reacciones posibles parecen ser la indignación o la indiferencia. Imagino que ahí será donde entre el personaje de Torv para dotar de una mayor variedad a ‘Mindhunter’, no ya en lo referente a rostros en pantalla, sino en los puntos de vista hacia algo que tampoco se puede llegar a entender por completo.
Hay otros aspectos que también merece la pena comentar, como la relación del personaje de Groff con el de Hannah Gross, ni que sea por esa primera toma de contacto entre ambos, abordada por Fincher con un estilo que me recordó al arranque de ‘La red social’ (‘The Social Network’). Algo menos dinámico, pero otro recordatorio de quién está tras las cámaras. Además, algo me dice que la serie va a dar mucho jugo por ahí, pero por ahora está ayudando a definir mejor a uno de los protagonistas sin dar la sensación de ser un mero personaje de apoyo.
En definitiva, David Fincher ha realizado dos episodios estupendos, dejando su huella pero sin canibalizar la propuesta. A partir de ahora habrá que ver cómo juegan con esos ingredientes tan apasionantes otros directores antes de que el responsable de ‘Seven’ regrese para los dos últimos. Por mi parte, ya me tienen completamente enganchado y eso que esto literalmente no ha hecho más que empezar.
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