“Al instrumento no le ocurre nada, es el cuerpo. ¡El cuerpo de la mujer está completamente mal!”Beverly Mantle (Jeremy Irons)
Parece ser que en su momento causó sorpresa que David Cronenberg dirigiera ‘Inseparables’ (‘Dead Ringers’, 1988), justo después de ‘La mosca’ (‘The Fly’, 1986), llegándose a decir que el canadiense estaba abandonando el (infravalorado) terror fantástico para adentrarse en el “mainstream”, en un cine más accesible a todo el mundo, como si buscase mayor reconocimiento. Desde luego, no hay en la película una criatura monstruosa como “Brundlefly” o alguien con las extraordinarias habilidades de los “scanners”, pero, como el propio realizador ha manifestado alguna vez, sí que hay cierta atmósfera de terror y matices de ciencia-ficción en ‘Inseparables’, un relato tenebroso y enfermizo que solo podía llevar su firma. Ya lo he comentado anteriormente, Cronenberg no se mueve entre géneros, y da igual la trama, él narra a su manera, introduciendo elementos e imágenes que le resultan interesantes, proporcionando a sus trabajos un enfoque singular.
Quizá lo que puede llegar a despistar al espectador de ‘Inseparables’ es que la historia está inspirada en hechos reales, no parte de un argumento ficticio o una idea original del cineasta. Así es, los gemelos Mantle existieron, aunque verdaderamente su apellido era Marcus. En 1975, la policía encontró a los cadáveres de los dos hermanos en el suelo de su apartamento, rodeados de basura; los Marcus eran ginecólogos centrados en el tratamiento de la fertilidad que cayeron en la adicción a las drogas, como los personajes a los que da vida Jeremy Irons. A Cronenberg le resultó interesante una novela basada en la escandalosa vida de estos hermanos, ‘Twins’ (1977), escrita por Bari Wood y Jack Geasland, y quiso llevarla a la gran pantalla a principios de los 80. Sin embargo no fue hasta 1988, después de estrenar otras tres películas, y una vez resultas numerosas discusiones con los productores, cuando por fin se consiguió financiación y pudo dar comienzo el rodaje de uno de los trabajos más recordados, oscuros y perversos, de David Cronenberg.
Desde el mismo arranque de ‘Inseparables’ (incluyendo unos extraños títulos de crédito, en los que la música de Howard Shore parece empeñada en esquivar toda clasificación, aportando una primera y confusa información sobre el relato que vamos a ver), Cronenberg se desmarca de lo que podría haber sido una dramática y convencional (y premiable en los Oscars) adaptación de un relato inspirado en hechos reales, y nos adentra en su mundo, en su manera de filtrar la realidad, centrándose en dos seres que en cierta manera son monstruos de la naturaleza, dos personas aparentemente idénticas; dos criaturas anormales, especiales, que desde la infancia comprueban que poco tienen que ver con el resto de la gente, más allá de las apariencias. Es muy interesante y divertida la primera secuencia (iniciada con un travelling muy similar al que abrirá ‘Una historia de violencia’), con los Mantle aún siendo niños, pidiendo a una vecina que participe en un experimento sexual bajo el agua; la negativa de la niña (cuya respuesta termina siendo más perturbadora que la propuesta, al presumir de conocimientos sexuales), que los llama “freaks”, hace que se tengan que conformar con juguetes.
El breve viaje por el pasado de los Mantle, valioso para entenderlos antes de que estallen los conflictos de la trama, se completa con otro segmento que tiene lugar durante su etapa universitaria (muy temprana la presencia de Irons), donde ya pueden experimentar con cadáveres y donde se inicia la separación de roles que continuará en su madurez, como resultado de la diferente personalidad de cada uno (ya en la primera secuencia se veía que uno era más extrovertido, y no puede ser casual que se tratara del más alto). Precisamente, la cuestión central de ‘Insperables’ es la identidad (¿hasta qué punto estamos condicionados biológicamente?, ¿cómo nos transforma compartir la vida?), lo que para los Mantle resulta especialmente relevante; Cronenberg juega con nuestros prejuicios y el deseo por diferenciarlos, por encontrar la individualidad, algo que se convertirá en una obsesión para uno de los protagonistas, que ama y odia a su hermano; necesita separarse de él, pero, como rendido a su naturaleza, no puede escapar a la unión. Una mujer irrumpirá en la vida de los hermanos, agravando y acelerando su problemática relación.
La aparición de ese tercer personaje principal, una famosa actriz en horas bajas (encarnada por Geneviève Bujold) que busca desesperadamente ser madre, nos adentra en la etapa madura de los Mantle, con uno de ellos, Beverly, centrado en el trabajo médico, en las pacientes (por fin pueden operar en seres vivos), y el otro, Elliot, ocupado en la dirección de la clínica y la obtención de fondos. Pronto descubrimos que los gemelos acostumbran a intercambiar sus identidades o incluso aparentar que solo existe uno de ellos; así es como Elliot, seductor y cínico (en cierta manera, el macho), consigue las mujeres con las que luego se acuesta Beverly, quien cierra el ciclo narrando a su hermano sus encuentros privados, como si así ambos hubiesen estado allí (hay una escena que representa esta idea: los hermanos bailando con la pareja habitual de Elliot, formando un trío donde las manos se pierden sensualmente entre los cuerpos). Ellos siempre han compartido todo, separados del resto (Cronenberg quería que la vivienda de los hermanos recordase a un acuario apartado del mundo), pero entonces Beverly se enamora y decide que quiere unirse a otra persona.
Sin embargo, el tormentoso proceso de separación, con la drogadicción y el deterioro físico y psicológico (de nuevo el apartamento es una extensión de los personajes, cada vez más caótico), los acerca aún más, hasta el punto de que es imposible diferenciarlos si no se mencionan sus nombres. Imposible no destacar la formidable actuación de Irons, que gracias a un inteligente uso de los efectos especiales, da vida con absoluta convicción a los Mantle (un apellido cuya pronunciación se asemeja a la de “mental”, en español “loco” o “desequilibrado”), logrando con mínimos gestos y detalles que sea posible diferenciarlos, siempre de manera realista, creíble. Como ya hizo anteriormente, Cronenberg emplea la excusa de las pesadillas para incluir situaciones inquietantes o desagradables; aquí convierte a los Mantle en hermanos siameses que son separados de manera un tanto primitiva, repitiendo uno de los momentos más famosos de ‘Cromosoma 3’ (‘The Brood’). Otra imagen que llama mucho la atención de ‘Inseparables’ es el atuendo rojo con el que se viste a los cirujanos, enrareciendo las incómodas escenas del quirófano.
Valorando el conjunto, creo que Cronenberg no está muy acertado sintetizando el material del que dispone (el guion, basado en el best-seller de Wood y Geasland, lo firman Norman Snider y el propio director), recurriendo a demasiadas elipsis y secuencias muy directas, que no dejan que repose el relato y se asimilen mejor los cambios que llevan a la destrucción de los hermanos (por cierto, vuelve a recurrir a la forzada situación del protagonista celoso para llevarlo a cruzar un umbral que lo llevará al desastre), mientras que por otro lado se detiene en detalles o escenas poco relevantes (como la discusión de la actriz por el vestuario) y se subrayan asuntos ya tratados (la debilidad de Beverly), lo que provoca algunos bajones de interés a lo largo de casi dos horas, que acaban resultando algo pesadas. No lo considero uno de los trabajos más redondos ni fascinantes de su director, pero la peculiar e interesante propuesta, el impecable trabajo interpretativo, la elegante puesta en escena y los elementos “cronenbergianos” (esos instrumentos para operar a mujeres mutantes…) convierten a ‘Inseparables’ en un plato inusual y sustancioso.
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