Quiero que escribas unas palabras en mí... palabras que te dictaré. La primera frase es: “La homosexualidad es la mejor tapadera que un agente pueda tener”. Oh, vamos, Bill, ¡no seas tan marica! Dame fuerte. Hazme daño… Me encanta…
Cuando se comenta una película que adapta una novela, normalmente se tiene la necesidad de hacer comparaciones, de buscar las diferencias y de analizar las omisiones, los tramos o personajes del texto original que han sido modificados o suprimidos, pues se suele partir de un material demasiado extenso, o de un presupuesto excesivo para poder plasmar determinados pasajes en la pantalla. El caso de ‘El almuerzo desnudo’ (‘Naked Lunch’) es muy singular, ya que si uno lee el libro de William S. Burroughs (publicado en 1959) y luego ve la película que dirigió David Cronenberg, notará enseguida que prácticamente son dos obras diferentes. El cineasta canadiense no se ciñe a lo que se narra en el libro para crear su película, intenta plasmar su espíritu, sirviéndose para ello de otras obras de Burroughs y de la propia vida del escritor, al que admiraba desde muy joven. En otras palabras, no es una adaptación fiel del texto original, pero su sangre recorre las venas del film de Cronenberg.
En el insulso “making of” que se incluye en la edición española en DVD de ‘El almuerzo desnudo’, el productor Jeremy Thomas cuenta que conoció al director de ‘Videodrome’ en 1983 durante el festival de Toronto, y éste le comentó su intención de llevar al cine la controvertida novela de Burroughs. Thomas pensaba que ‘El almuerzo desnudo’ era imposible de adaptar, pero al hablar con Cronenberg cambió de idea y compró los derechos de la obra, animando al canadiense a ponerse a trabajar cuanto antes. Diferentes circunstancias impidieron tal cosa y no fue hasta 1991 cuando, por fin, pudo comenzar el rodaje de la película, y no se pudo filmar en Tánger como se deseaba, pues era allí donde vivía Burroughs cuando escribió los retazos que acabaron formando ‘El almuerzo desnudo’, por lo que tuvieron que representarse en una nave industrial de Toronto los escenarios que el protagonista relaciona con el mundo irreal de la Interzona. Otro ejercicio habitual cuando se trata de adaptaciones cinematográficas es imaginar qué otro director podría haber llevado a cabo la tarea, quizá con mejores resultados. Por su probada osadía temática y visual, Cronenberg resultaba una opción lógica para adentrarse con éxito en la obra de Burroughs; entendió que la mejor manera de hacer el trabajo era fundir su mundo creativo con el del escritor, y dar origen a algo nuevo, único.
Después de una secuencia de créditos inspirada en los trabajos de Saul Bass que al ritmo de música jazz (de Ornette Coleman, uno de los dos compositores de la banda sonora, el otro es el colaborador habitual del realizador, Howard Shore) parece anunciar un alucinado relato de dibujos animados, ‘El almuerzo desnudo’ arranca presentándonos a Bill Lee (seudónimo de Burroughs), un exterminador de cucarachas con pinta de detective de una película de los años 50. Da la impresión de que Bill, un hombre aparentemente poco apropiado para ese trabajo, lo necesita desesperadamente, como una última oportunidad para sobrevivir en esa cloaca de ciudad en la que se mueve (¿la peor zona de Nueva York?). Pero ha vuelto a meterse en problemas; en la primera secuencia descubre que se ha quedado sin polvo insecticida y cuando lo comunica en la empresa, le acusan de haberlo consumido, como una droga, y se le niega otra ración. Es interesante esta otra faceta del mata-cucarachas, porque, visto así, Bill podría ser un traficante y los insectos serían sus clientes, que mueren tras consumir su producto. La escena de la charla entre los exterminadores refuerza esta idea, pero el aspecto demacrado de éstos y la presunción de que Bill se droga con el insecticida, como algo normal, da a entender que todos son iguales realmente, que todos van y vienen de la misma alcantarilla.
Pero todo esto tendrá sentido más adelante, por el momento para el espectador resulta un tanto increíble que sea cierta la acusación que pesa sobre Bill, ¿quién en su sano juicio se iba a meter insecticida en el cuerpo? Nadie, desde luego, pero aquí no hay muchos personajes que conserven el juicio. La obra de Burroughs habla de yonquis, de personas descontroladas que necesitan el estímulo de la droga, de despojos humanos que se arrastran y hacen lo que sea para conseguir una dosis. Habituado con el tema de la degradación del ser humano, Cronenberg nos acerca la descarnada mirada de Burroughs desde su propia perspectiva, jugando con símbolos y metáforas que no siempre respetan la intencionalidad del escritor, llevadas a su terreno, trasladando al espectador las sensaciones y experiencias de un personaje cuya realidad queda distorsionada tras sucumbir a las drogas, hasta el punto de no ser capaz de distinguir dónde termina lo real y empieza lo que construye su imaginación, de una manera similar a lo que le ocurría al protagonista de ‘Videodrome’ después de acceder a un canal prohibido. ‘Inseparables’ (‘Dead Ringers’) estaba demasiado reciente, así que el cineasta opta por dejar de lado el daño de la adicción, y centrarse en el retorcido proceso vital y creativo que inicia Bill.
Las mujeres no son seres humanos, Bill. O quizá más concretamente, pertenecen a una especie diferente a la del hombre… con diferentes deseos y diferentes propósitos en la Tierra.
La primera vez que vemos a Joan Lee, la esposa del protagonista, se resuelve el misterio de la falta de insecticida. Es ella la que se lo está inyectando. Es un chute kafkiano dice Joan (“uno se siente como un insecto”, recordando lo que ocurre en ‘La mosca’) con expresión extasiada, y pronto conseguirá que Bill sucumba al placer que proporciona ese polvo amarillo (Peter Suschitzky, encargado de la fotografía, parece bañar la película con tonos amarillos y marrones). Aquí tenemos otra relación, el consumo de la droga y el sexo; entregado a su adicción, fuente de plena satisfacción, los personajes practican el sexo de una manera abierta y despreocupada, entendido como algo meramente divertido que puedes hacer con cualquiera (la escena en la que Bill es invitado a formar parte de una orgía con su mujer y amigos), sin necesidad ni posibilidad de alcanzar el orgasmo, una idea que casa con la desconexión de estos adictos con sus propios cuerpos, que se transforman en un medio para conseguir las sustancias que los mantiene felices y equilibrados, dentro de su propio desequilibrio. Se entregan a todo tipo de perversiones como marionetas sin voluntad, pudiendo quedar a merced de los caprichos de sus “dueños” por una dosis.
Una de las muchas libertades que se toma Cronenberg con la adaptación de ‘El almuerzo desnudo’ es incluir a personas y episodios de la vida de Burroughs, en un intento por capturar su esencia, su forma de pensar y su escritura. Los dos amigos de Bill son alter egos de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, otros reconocidos autores de la generación “beat”, y la mujer sería Joan Vollmer, la segunda esposa de Burroughs, fallecida tras un extraño incidente en México que Cronenberg recrea en la película hasta en dos ocasiones; Burroughs ha confesado que no puede dejar de vincular la muerte de Joan al comienzo de su carrera como escritor, de ahí que el Bill Lee al que encarna Peter Weller cometa esos accidentes con las dos mujeres con las que se relaciona (ambas interpretadas por Judy Davis), como si fuese algo necesario para liberarse, despegar, y trabajar. O escribir informes como agente infiltrado en la Interzona para poder destapar la conspiración de los malvados ciempiés, si nos atenemos a la visión fantástica de la historia. Quizá por el sentimiento de culpa, Bill es un personaje triste y melancólico; asimismo, Cronenberg dibuja a un personaje que se resiste a aceptar su condición homosexual (solo por la misión, inventada por él mismo) ya que considera que esto mismo le ocurría a Burroughs.
‘El almuerzo desnudo’ puede decepcionar a los fans de Burroughs por las notables diferencias con su obra, y desorientar, y por tanto incomodar e irritar, al público que busque una película convencional del mismo director de ‘Scanners’ o ‘La mosca’; desde luego, no es un trabajo redondo, sobran los subrayados (dos escenas donde se mata a una cucaracha con aliento a insecticida) y las aclaraciones que intentan guiar al espectador (los amigos descubriendo el interior de la bolsa de Bill), dan la sensación de que Cronenberg no sabe bien por dónde continuar y da vueltas buscando nuevos resultados de ideas expuestas. Pero como pasa en todas sus películas, incluso las menos acertadas, siempre nos podemos quedar con algunas potentes imágenes, el ambiente enfermizo que traspasa la pantalla y el ingenio del realizador a la hora de aprovechar los recursos a su alcance (como sus actores, impecables). Máquinas de escribir convertidas en insectos que dan instrucciones y buscan placer, extrañas criaturas (“mugwumps”) de las que emana una sustancia terriblemente adictiva, cabezas con teclas en lugar de dientes, monstruos sedientos de sexo, hombres que se esconden en cuerpos de mujeres, telepatía… elementos de un perturbador, cómico, ambiguo, enfermizo y paranoico viaje que se disfruta mejor si se sigue el consejo que sugería uno de los carteles de la película: abandonar toda lógica.
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