El accidente de tráfico es un acto más fertilizante que destructivo.(Vaughan / Elias Koteas)
Decíamos que ‘Crash’ (1996) se empezó a gestar mientras se filmaba ‘El almuerzo desnudo’ (‘Naked Lunch’, 1991), como una nueva y arriesgada colaboración entre David Cronenberg y el productor Jeremy Thomas. Consciente de la dificultad de llevar a cabo el proyecto, una adaptación de la controvertida novela homónima de James Graham Ballard, el cineasta canadiense se embarcó en el cómodo rodaje de ‘M. Butterfly’ (1993) y escribió el guion de ‘eXistenZ’ (1999), llegando a pensar que sería su siguiente largometraje. No fue así, se consiguió la financiación para hacer ‘Crash’ con diez millones de dólares (es una coproducción entre compañías de Canadá y Francia) y el rodaje fue anunciado en mayo de 1995, durante la celebración del festival de Cannes. Allí mismo, un año más tarde, sería presentada por todo lo alto como una de las aspirantes a la Palma de Oro. El preciado galardón acabó en manos de Mike Leigh por ‘Secretos y mentiras’ Lars von Trier por ‘Rompiendo las olas’ y la película de Cronenberg recibió el premio especial del jurado.
De manera inevitable, al mezclar sexo y violencia, ‘Crash’ tuvo problemas con la censura, algo a lo que el realizador ya estaba acostumbrado, y no fue un éxito de público aunque la crítica en general la recibió con elogios (la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma la señaló como la mejor película del año); Ballard también quedó encantado con el trabajo de Cronenberg, hasta el punto de calificarlo como de “obra maestra”. No comparto esa opinión pero entiendo el entusiasmo, considerando el nivel general de las adaptaciones literarias. ‘Crash’ se filmó en Toronto con el equipo habitual del realizador (su hermana Denise como encargada de vestuario, su hija Cassandra como ayudante de dirección, Howard Shore, Peter Suschitzky…) y un reparto con cierto gancho comercial, encabezado por James Spader, Holly Hunter, Elias Koteas, Rosanna Arquette y Deborah Kara Unger. Cronenberg asegura que le resultó sencillo adaptar a guion el texto de Ballard, y viendo la película se descubre el motivo, hay sitio para todas las inquietudes y constantes del director, hasta el punto de que la historia parece ideada por él desde un principio. Solo eché en falta alguna pesadilla con un monstruoso automóvil violando a uno de los protagonistas…
‘Crash’ se inicia con una de las escenas más provocadoras y representativas de la película. Con uno de esos lentos travellings que tanto gustan al director, se invita al espectador a mirar… En el hangar de un aeródromo tiene lugar el primer encuentro sexual del film, quedando ya de manifiesto el inusual comportamiento de los protagonistas. Vemos a una mujer (Unger) apoyada en el morro de una avioneta, excitada con el contacto del metal, mientras un hombre al que no vemos el rostro llega y la somete por detrás. Acto seguido nos encontramos en un estudio de televisión donde se requiere la presencia del director, James Ballard (Spader), quien está ocupado en su despacho penetrando a su secretaria, también por detrás. La mujer del principio, Catherine, es la esposa de James, y ambos encuentran estimulante el relato de sus respectivas aventuras extraconyugales. Más sexo y misma postura (más o menos). Cronenberg ha revelado que si repite esa forma de realizar el coito es porque en primer lugar le resultaba práctico, podía mostrar los rostros de los dos actores en el mismo plano, y por otro lado, ayuda a entender la relación que tienen los amantes. Es un acto que denota cierto distanciamiento, cierta impersonalidad. Catherine se convierte en un objeto, y se ofrece a James de la misma manera que a un extraño cualquiera.
Si esto fuera un melodrama corriente, el matrimonio hablaría de banalidades, comería en silencio y evitaría cruzar miradas. Tienen problemas, parecen necesitar algo que el otro no acierta a darle. Podemos buscar el origen en esa frialdad que parece dominar su existencia, en la manera en la que observan a los demás, a lo lejos, desde el balcón de su apartamento, en un mundo representado por esa inmensa carretera donde la persona es un automóvil. Una noche, James sufre un grave accidente de tráfico que le alterará profundamente. Se despista al volante y estrella el coche contra el de un matrimonio; el otro hombre fallece al no llevar puesto el cinturón de seguridad y su esposa, con un pecho al descubierto, se queda mirando a James. En un solitario hospital, Catherine parece fascinada por las heridas que ha sufrido su marido, e intenta masturbarle, pero él la rechaza, la situación no le excita en absoluto. Dolorido, con heridas por todo el cuerpo y una pierna casi inservible (la desagradable imagen de la carne atravesada por los hierros parece adelantar el inevitable cambio interior, su nueva naturaleza), James deambula por pasillos desiertos hasta encontrar a Helen (Hunter), la mujer que ha dejado viuda, y Vaughan (Koteas), un misterioso individuo lleno de cicatrices que desea fotografiar sus lesiones.
Fuera del hospital, James empieza sentirse diferente, parece haber adquirido una nueva sensibilidad hacia los automóviles, está más inquieto pero no puede evitar querer conducir de nuevo. Busca su destrozado sedán y lo inspecciona con suma curiosidad en el mismo aparcamiento donde vuelve a encontrarse con Helen, que ha ido a hacer lo mismo que él, llegando a mostrarse especialmente interesada en palpar las heridas de la máquina. James compra otro coche exactamente igual que el anterior (se identifica con ese modelo, le representa) e inicia una relación con Helen, que básicamente consiste en follar en los asientos del turismo. Ella confiesa que solo lo hace ahí dentro, con la posibilidad de ser vistos por cualquiera. Acompañado por Helen, James vuelve a ver a Vaughan en un morboso espectáculo donde se reproduce el accidente que acabó con la vida de James Dean; en otra escena, Vaughan confiesa que siempre deseó conducir el vehículo de algún famoso muerto en la carretera, un coche con su propio pasado macabro. Así descubrimos a unas personas que se reúnen para observar y planificar accidentes, mientras se tocan y masturban. Comparten una particular parafilia, se excitan con los coches, y especialmente con las colisiones, con esa veloz e implacable explosión de carne y tecnología que deja un rastro de sangre, humo, metal y muerte.
En un ¿futuro? donde las personas están cada vez más desconectadas emocional y físicamente, un choque abre nuevas posibilidades. En ‘Crash’, las escenas sexuales y las colisiones automovilísticas llegan a confundirse (Helen dice que lo siente como una misma experiencia). Así, abordar a alguien por detrás sería como embestir la parte trasera de su coche, como cuando Catherine es perseguida por Vaughan, y más adelante por su marido. Y el accidente coincidiría con el orgasmo, cuya intensidad variaría dependiendo del peligro y el daño provocado (de ahí el diálogo “la próxima vez, cariño”), poniendo en relación el sexo y la violencia, el placer y el dolor. Esto se manifiesta con claridad en dos encuentros sexuales, el de James con Gabrielle (Arquette, con esas prótesis mecánicas y una extraña cicatriz con forma de vagina que la convierten en otra criatura típicamente “cronenbergiana”), y el de Vaughan con Catherine (su marido actuando como voyeur), cuyo cuerpo queda tan herido como si hubiese sufrido un accidente. No por casualidad, James la acaricia por primera vez con cuidado y afecto. ¿Amor?
También llama la atención cómo los personajes de ‘Crash’ no diferencian entre hombres y mujeres, se relacionan entre ellos con total libertad, siempre que haya algún automóvil implicado, claro; hay una escena lésbica entre Helen y Gabrielle (un poco sosa, actuada sin mucha convicción) y también se consuma la tensión sexual entre James y Vaughan, rematada con una colisión de sus coches (curiosamente chocan sus partes delanteras). Este último encuentro parece marcar la conversión definitiva del protagonista, como si ya hubiese superado la última prueba y estuviese listo para suplantar a Vaughan (quien encuentra su inevitable destino). ‘Crash’ cautiva por su atrevimiento y perversión, por los inusuales personajes y las poderosas imágenes (ese espectacular horror que deja en la carretera un accidente de tráfico), pero se estanca y se vuelve repetitiva, como si Cronenberg no quisiera ir más lejos y se conformara con explorar un terreno vedado para el cine convencional, estirando con desigual acierto un sencillo guion que abusa de las escenas sexuales. Lo lógico es que si encadenas acción (sexual o de cualquier tipo) debes ir de menos a más, o de más a todavía mucho más, porque si no pierdes a tu audiencia, que solo se va a interesar si ofreces algo diferente; aquí se falla en eso, no está cuidada la progresión. Creo que cabía esperar más de este turbador viaje de redescubrimiento vital y pasional que emprenden James y Catherine Ballard.
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