La obra muda de Fritz Lang se caracteriza por tener un montón de títulos imprescindibles para el séptimo arte, y que hacen las delicias de cualquier amante del cine cada vez que son revisionadas, o en algunos casos, descubiertas por primera vez. Obras como 'Metrópolis' o 'Los Nibelungos' no necesitan presentación para aquellos que conocen perfectamente la obra de Lang. Pero entre el díptico de 'The Spiders', claro referente de las aventuras de Indiana Jones servido como un serial, y su gran obra maestra 'Las Tres Luces', uno de sus films más admirados, el director austriaco dirigió un par de películas que no han tenido ni la más mínima difusión, por lo menos por estos lares. 'Das Wandernde Bild' fue el primero de ellos, y que hace tiempo fue rescatado y restaurado por la Filmoteca brasileira de Sao Paulo, en una de esas acciones merecedoras de algún tipo de premio, por simplemente ayudar a que no se pierda la cultura.
'Das Wandernde Bild' cuenta en tres cuartos de hora una sencilla historia sobre el arrepentimiento, la carga de culpa y la redención que puede obtenerse a través del sacrificio. Una historia de amor a varias bandas, en la que tenemos dos personajes centrales bastante llamativos. Por un lado, una mujer que decide "desaparecer", alejarse del mundo civilizado, en medio de unas montañas donde el destino le jugará una mano que no olvidará. Por otro lado, un misterioso hombre, perdido en dichas montañas, y con el que nuestra protagonista se encuentra en un momento bastante dramático.
Una vez más, o habría que decir que ya entonces en el cine de Lang, los personajes están marcados por un profundo sentimiento de amargura, donde la fatalidad tiene un papel importante. Si bien estamos ante un film al que muy probablemente le falten algunas escenas, cosa que se nota por los más que obligados cortes, inevitables al tratarse de un material tan antiguo. No obstante, y a pesar de algún salto en la narración (mira tú por donde esto la empareja directamente con cierta reciente película), el film se entiende perfectamente. Lang le imprime un ritmo estupendo, logrando condensar en tan poco tiempo un montón de acontecimientos, tratándolos todos lo suficiente, y bien, como para no dejarse nada en el tintero. Tal vez se concentra demasiado, por motivos más que evidentes, en los dos personajes centrales, descuidando algunas cosas de los secundarios, resolviendo algunas cosas en un abrir y cerrar de ojos.
Evidentemente, Lang empezaba y el dibujo de personajes no era tan complicado ni detallista como en obras posteriores, simplificando un poco más las cosas. Eso sí, el tormento que viven su personajes es muy característico de su cine, algo que no abandonaría hasta su última película, y que irremediablemente, a la par que fantástico, se convirtió en sello personal. El personaje femenino toma algunas decisiones un poco apresuradas y hasta cierto punto incomprensibles, no sé si porque falta metraje o porque Lang, con la ayuda de la por entonces su esposa Thea von Harbou, lo dispuso así en el guión, cometiendo a mi parecer una pequeña torpeza.
Por supuesto, la fuerza visual de Lang es impresionante y muy reconocible, logrando planos inolvidables, utilizando metáforas visuales más que notables, como el momento del derrumbamiento y su posterior situación, y atreviéndose por otro lado con recursos narrativos arriesgados para la época, como la utilización de varios flashbacks que va alternando con lo que cuenta en el presente, algo muy visto hoy en día, pero que en aquellos años, hablamos de 1920, era casi impensable.
Un film interesante, con sus defectos, y sus maravillosos momentos. Por supuesto no llega a la altura de todos esos títulos que ya conocéis de Lang, pero proporciona un sano entretenimiento, y sirve para ir completando una filmografía más que indispensable, llena de fuerza y que cobra vida siempre que se visiona uno de sus títulos.
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